Balance
Gobierno, año I: 365 días de una remodelación fallida
Sánchez dinamitó su núcleo duro y se quedó desprotegido con un Ejecutivo sin peso político. Inquietud en el PSOE por la previsión de nuevos cambios
«Hoy comienza el Gobierno de la recuperación». Con esta frase presentaba Pedro Sánchez, un sábado 10 de julio, la remodelación de su Ejecutivo. Era la primera vez que realizaba cambios de tanta trascendencia desde que habitaba La Moncloa, porque los relevos precedentes habían venido marcados por dimisiones o forzados por la coyuntura electoral en Cataluña y la Comunidad de Madrid. Después del azote de la pandemia, el presidente quería dar un «impulso político» a su Gabinete, que se enfrentaba a un futuro prometedor: «Consolidar la recuperación económica, la creación de empleo y gestionar los fondos europeos». No se imaginaba Sánchez lo que estaba por venir, una guerra a las puertas de Europa que pondría en jaque todos sus planes.
El presidente dinamitó su núcleo duro. Prescindió, entre otros, de su jefe de Gabinete, Iván Redondo, y de sus más estrechos colaboradores, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, y el ministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, que también abandonó sus responsabilidades en el partido. El desembarco de «perfiles procedentes de la acción municipal» y con trayectorias «de éxitos en sus respectivas áreas profesionales», pero, al mismo tiempo, con escaso peso político, tenía como principal objetivo que Sánchez capitalizara en primera persona los réditos de una gestión enfocada en relanzar la economía y mejorar la calidad de vida de los españoles, a lomos del maná europeo, tras la traumática pandemia. El problema es que el presidente, al desprenderse de su guardia pretoriana quedó más expuesto si cabe, excelente estrategia para rentabilizar en solitario los éxitos, pero sin un cortafuegos que le protegiera ante las crisis.
La renovación generacional y el ejercicio de reconciliación interna con el PSOE fueron el único impulso de un cambio de ciclo que se concibió como un revulsivo que no fue. Sánchez lo emprendió a mitad de julio, en pleno descanso estival, porque quería que los nuevos equipos estuvieran «engrasados» para comenzar el curso político en septiembre a pleno rendimiento. Sin embargo, el efecto en la opinión pública fue limitado y pronto, con la retirada de las tropas de Afganistán o la incipiente escalada de los precios de la luz, hizo que quedara superado por la realidad y otras preocupaciones de los españoles.
Un año después, la sensación en Moncloa es que el Gobierno no ha acabado de cuajar. El contexto ha sido extremo, desde la erupción de un volcán en La Palma hasta una guerra a las puertas de Europa, pero los cambios que se promovieron no han servido para dar más empaque al Gabinete. Dos de las carteras más potentes, a las que se dotó de más peso, la de la Presidencia, con Félix Bolaños al frente, y la de Exteriores, con José Manuel Albares, han sufrido un importante desgaste. Incluso Nadia Calviño se ha convertido en diana de los ataques de la oposición para intentar minar su credibilidad a cuenta de las inciertas previsiones económicas. Lo cierto es que más allá de factores exógenos, en Moncloa preocupa que el Gabinete no sepa dar con la tecla y acercarse a la ciudadanía, los perfiles del municipalismo que se auparon a ministros buscaban precisamente una aproximación a la calle que, a juzgar por los últimos resultados electorales, no se ha producido.
La remodelación de hace un año se activó como consecuencia de la debacle madrileña, en la que el PSOE rompió su suelo histórico y perdió la hegemonía de la izquierda, superado por Más Madrid. Ahora, tras la traumática derrota en Andalucía, las especulaciones se han apoderado nuevamente del Gabinete y del PSOE, ante la posibilidad de que Sánchez vuelva a sorprender. Desde su entorno ya no descartan nada. Ni el propio Sánchez lo hace. «Si lo fuese a hacer –un cambio de Gobierno– no lo diría y si les digo que lo voy a hacer, no me creerían. Yo respaldo a mi Consejo de Ministros, aunque sé que ustedes esto que digo lo mirarán con cierta distancia», zanjó sonriendo. «Yo estoy muy cómodo y muy orgulloso del equipo de ministras y de la dirección del PSOE», remató en su última rueda de prensa en Moncloa.
Nervios en el PSOE
Tanto en el partido como en el Gobierno preocupa que las medidas que se están desplegando, la agenda legislativa, no esté teniendo un impacto en las expectativas electorales del PSOE. Así lo explicitó el propio Sánchez ante su Ejecutiva el 20 de junio cuando aludió a que no funcionaba la comunicación, porque las medidas del Gobierno no calan y que a los medios no se va «a no decir nada». De estas palabras se hizo una lectura interesada por parte de un sector del partido que la utilizó para intentar desestabilizar internamente a sus rivales, anticipando que habría relevos inminentes. A la inoperante remodelación del Gobierno también le siguió el pasado octubre una renovación en el PSOE que ha desatado una guerra interna entre la vicesecretaria general, Adriana Lastra, y el secretario de Organización, Santos Cerdán. La pérdida de peso de la número dos no pasa desapercibida y ésta se revuelve contra lo que parece inevitable. En este contexto, Sánchez volvió a pedir esta semana «unidad, fuerza y explicar la verdad de lo que ha hecho el Gobierno».
Las fuentes consultadas no quieren anticipar escenarios. «Eso solo lo sabe el presidente», dicen sobre los cambios, pero sí teorizan sobre la escasa probabilidad de que estos se produjeran antes del debate sobre el estado de la nación –como así ha sido–, pero también del descanso estival. Vista la experiencia de hace un año, consideran que sería mejor acometer cualquier renovación ya en el mes de septiembre, a la vuelta de vacaciones, para «marcar agenda» y el «inicio del curso político» con ese revulsivo que se les resistió hace hoy justo doce meses.
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