Cristina L. Schlichting
La «paella» por el mango
Los abucheos que recibieron los de ERC en los actos de la Diada nos recordaron a todos que quien siembra vientos, recoge tempestades. Uno de los horrores del nacionalismo es la educación de las generaciones en la intransigencia. A la luz de las promesas de independencia alentadas por los de Esquerra, sus dirigentes, sentados ahora a la mesa del PSOE, aparecen necesariamente como traidores, botiflers. Aragonés y los suyos, sin embargo, parecen tener la piel más fina que los constitucionalistas catalanes, que llevan décadas aguantando insultos como esos. Prueba de ello fue la ausencia del president y de su partido de la manifestación. Estaban ofendiditos.
Cuando las cosas van bien para una causa, es fácil lograr consensos y abrazos mutuos, pero cuando arrecian las dificultades, salen a la luz todas las disensiones. No otra cosa está sucediendo en el independentismo catalán. Como el separatismo está desfondado, su «presidente en el exilio» da unas ganas horribles de bostezar y la clase media separatista comprende que la han engañado, los partidos del sector se tiran los trastos a la cabeza y amenazan con hacer saltar la coalición de gobierno local. Entrampada ERC en sus acuerdos de investidura con Pedro Sánchez, a Junts se le hace fácil enarbolar la bandera del extremismo rupturista y acusar de traición a los de Oriol Junqueras (que hay que tener cara, viviendo Puigdemont a todo trapo en palacio belga mientras el de ERC ha probado los encantos de la cárcel).
Así las cosas, la Diada del domingo se desarrolló dividida, bien amarga e inútil. El manifiesto de la ANC rezaba: «Independencia o elecciones» y la cita dio solo para los más cafeteros. El martes siguiente, Aragonés convocó a las entidades organizadoras y Dolors Feliú, de ANC, fue aún más allá reclamando hacer efectiva la declaración unilateral deindependenciaen2023.Como si la gente, después de la pandemia y en plena crisis, estuviese para follones policiales. No había nada que hacer, así que los de ANC se fueron a lamerse las heridas con los de Junts. Esa segunda cita fue el miércoles y casi peor, porque Laura Borras y Jordi Turull le dieron a Feliú otro disgusto: que sí, que estaban de acuerdo en las exigencias, pero que se habían comprometido con ERC a dar una oportunidad a la mesa de diálogo.
Esta es la verdad de la situación. Que las disensiones en el Gobierno catalán no precipitarán la ruptura, porque no interesa a nadie. De la actual situación se benefician todos. Los de Junts, porque de ser un partido en extinción han pasado a ser trending topic entre los jóvenes y extremistas. Los de ERC, porque gobiernan y cobran. ¿Habrá mesa de diálogo con Madrid? La habrá. ¿Se avanzará hacia la independencia? No, porque no se puede. ¿Se compensará por ello? Claro, todo lo que aguanten la economía nacional y el bolsillo de los contribuyentes. Que no se preocupen los de ERC, Sánchez les dará todo lo que permita la ley e incluso un poco más, y si no que se lo pregunten a Bildu. El precio que tendrán que pagar los ciudadanos catalanes serán unas instituciones ineficaces y cada vez más politizadas.
Hasta la mesa de diálogo, y para entretener a ANC y Omnium y sacar molla, nos han citado todos el próximo 1 de octubre a una magna celebración de los cinco años de la intentona golpista de 2017. Otra vez a tejer jerseys y bufandas en amarillo, a colgar carteles y poner globos. Otra vez a tirar dinero y perder el tiempo. Políticamente, créanme, no habrá ruptura. En palabras del gran malabarista Artur Mas, en declaraciones a El País: «Junts ha de presionar, ha de exigir, pero no romper el Gobierno». Al final, la cosa dará de sí lo que necesite Pedro Sánchez.
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