España
Carta al votante de pasado, de presente y de futuro
En Ciudadanos hemos aprendido que no podemos hacerlo solos. Ni divididos. Primero teníamos que recuperar nuestra unidad íntima
Me siento a escribir este artículo bajo el impacto de la emoción de saber que voy a entrar a formar parte del Consejo General de mi partido, Ciudadanos (máximo órgano entre congresos o asambleas), y que además tengo el honor de ser la consejera nacional más votada por los compañeros de toda España. El Consejo General de Ciudadanos tiene una serie de miembros natos (dirigentes autonómicos, representantes de la ejecutiva nacional, etc) y 125 miembros que se eligen en la Asamblea General, en votación secreta y por listas abiertas. Abiertas no significa inexistentes o completamente invertebradas. En esta ocasión había postulaciones a título individual y otras más colectivas. Yo, que personalmente decliné formar parte de ninguna de las dos listas que competían por la dirección nacional, sí me integré con toda la humildad, y a la vez con todo el orgullo, en una lista de 100 nombres donde se intentó visualizar un sincero ánimo de reunificación entre esas dos listas.
Gracias a la generosidad de unos y otros, me sentaré en un Consejo General de Cs en compañía de dirigentes históricos, personas por las que hace años que siento una inmensa admiración. Con esas personas y con otras muchas tengo una deuda de gratitud porque si estos compañeros no creyeran de verdad en la democracia interna, en las listas abiertas, yo no habría tenido ni la más remota posibilidad de ser la más votada. Que creo que lo he sido porque desde el principio he sido beligerante, muy beligerante, a favor de la unidad. De no perder ni un gramo de talento ni de entusiasmo por el camino.
En política, cuando las cosas se complican, es frecuente el sentimiento de orfandad. En Cataluña (aunque no solo), hemos pasado en relativamente poco tiempo de que el constitucionalismo fuera un lujo para atrevidos, un heroísmo clandestino, a un espacio político goloso que muchos aspiran a ocupar. A veces quizá no preguntándose tanto qué pueden hacer ellos por el constitucionalismo, sino en qué medida el constitucionalismo les puede «arreglar» la vida. La política y la otra.
Digámoslo claro y de corazón: la unidad constitucionalista que de verdad hace falta e interesa es la de los votantes, no de los votados. Que también, pero empezando la casa por los cimientos y no por el tejado. No persigue una verdadera unidad del constitucionalismo quien predica el «quítate tú que me pongo yo», quien favorece las OPAS hostiles, los transfuguismos, el restar y no sumar. Suman los votos, no las poltronas.
Cuando en 2017 Inés Arrimadas logra su histórica victoria frente al nacionalismo, en parte fue porque muchos votantes no necesariamente o no siempre de Ciudadanos, vieron en Cs su casa común. Esa unidad es la que interesa, la que hay que rehacer para darle la vuelta a la decadencia de Barcelona, de Cataluña y de España.
En Cs hemos aprendido que no podemos hacerlo solos. Ni divididos. Primero teníamos que recuperar nuestra unidad íntima. Prueba no sé si del todo superada, pero desde luego estamos en ello, en marcha. Ahora hay que ir a por la unidad de todo el constitucionalismo, que, como digo, no se puede hacer sólo con Cs. Pero tampoco sin Cs o diciendo interesadamente que Cs está «muerto» y no tiene nada que ofrecer. Porque, de ser esto de verdad así, es posible que a algunos de los que lo dicen les vaya bien en la vida política y en la otra. Pero a los demás, a la ingente enormidad de todos los demás, les irá fatal.
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