Opinión

Sánchez: ni una cosa ni la otra

Nada tiene que ver con nada, pero todo está ordenado para la continuidad gubernamental de Sánchez

Ha llegado un momento en que lo de menos es la verdad. Los comentaristas parecen tener dificultad para entender la Cumbre de Barcelona, porque resulta complejo explicar qué hacía Pere Aragonès con los presidentes francés y español, mientras los suyos estaban en la calle vociferando contra el encuentro. Tampoco se comprende la tranquilidad de Pedro Sánchez, que tenía a un socio independentista en la sala (Aragonés), al otro en la manifestación (Junqueras) y un follón montado en Barcelona que desdecía su promesa a las bases socialistas de que en Cataluña se ha rebajado la tensión y eliminado el peligro del «procés» ¡Aragonès aprovechó para asegurarle a Macron que Cataluña quiere convertirse en socio europeo independiente y Junqueras reiteró que el «procés» no ha terminado y que toca referendo pactado!

El cuadro parece tan complejo como el Guernica, pero no lo es. Vayamos por partes. Para Junqueras, lo normal es recordar sus convicciones y planes, es transparente en cuanto a lo que pretende. Aragonès igual, solo que le tocó en la sala, con los mandos. El que chirría es Sánchez, que dice simultáneamente una cosa y su contraria. A Macron le promete unidad europea y lucha contra Rusia, y a ERC federalismo, a sabiendas de que los indepes siempre trataron con Rusia, encantada con debilitar a la UE.

Lo único que hay que entender aquí para descifrar el jeroglífico ibérico es que Sánchez no sostiene nada. Nada de nada. Ni una cosa ni la otra, ni principio alguno. Al presidente francés le dice lo que toca; a los de ERC, lo que les interesa, y a sus bases, lo que necesitan escuchar para seguirle votando. Nada tiene que ver con nada, pero todo está ordenado a su continuidad gubernamental: su apariencia de líder europeo, sus viajes a Davos, su presidencia internacional socialista y sus apoyos independentistas. Al final, es un resiliente capaz de situarse en el centro de las agendas y ponernos a todos a hablar de Vox y del aborto, de modo que su manipulación del código penal y su torpe ley del «solo sí es sí» no lo perjudiquen en la carrera electoral. El aquelarre que ha montado en Barcelona es lo normal cuando pretendes decir blanco y negro a la vez, una cosa y su contraria. Europeístas y nacionalistas brindando, gentes manifestándose a favor y en contra de lo mismo y algaradas desmintiendo la calma. El paisaje sanchista.

La ventaja de ser un cínico es que lo único que ha de preocuparte es que los resultados te favorezcan. A saber, el Elíseo se lleva la impresión de que España lidia con un marrón nacionalista que hay que frenar, así que la delegación gala se ha apresurado a asegurar a Madrid que apoyará la unidad y la soberanía españolas. Los indepes se crecen al ser invitados a ver a Macron (siempre les gusta fotografiarse en las altas instancias europeas) y aquellos que gustan de vociferar y quemar contenedores han tenido su oportunidad, tan aguerrida que ha echado de la manifestación al pobre Junqueras, al que tachan de traidor cuando es de los pocos que ha estado en la cárcel. Más difícil parece contentar al votante socialista, pero, ¿acaso no mueve a la compasión este mandatario esforzado que pone una cumbre con Francia en Barcelona y al que pagan con algaradas? Lo que Sánchez sabe hacer para ganarse a sus bases ya lo ha demostrado con creces en el partido.

En Cataluña, desde luego, los independentistas no quedaron contentos de su propio papel. El periódico El Nacional planteaba ayer una encuesta con la pregunta: «¿Quién crees que ha conseguido sus objetivos en la cumbre hispano-francesa?» Y tres respuestas posibles: Pedro Sánchez, el Govern de ERC y las entidades independentistas. Entretanto, había artículos del mismo periódico afeando la división de los secesionistas (Jordi Cuminal) y los abucheos a Junqueras (José Antich).