Opinión
Sin argumentos
Mal pintan las cosas para quienes en la diatriba del frontón sin rebote se aferran a algo que sucedió a ojos vista, 30 años atrás. Todos tenemos derecho a tener y escoger o ser quizá escogidos por nuestros amigos. A llamarles incluso amigos. O desgraciadamente, enemigos.
Las últimas horas de esta campaña presurosa y no menos calurosa viene envuelta en la insinuación perniciosa y desesperada. Rescatar a estas alturas la foto, la famosa foto, en aquel barco y el aquel entonces amigo, significa y exterioriza frustración, artimaña, y argucias entre rastreras e insidiosas para generar confusión, denigración, cierto matiz difamatorio y, sobre todo, descrédito. La política, no el arte de la política, se ha sentado y apoltronado en estos mezquinos juegos. Los juegos de lo fácil, pero también del desagüe de guerra de trinchera y amoral.
Mal pintan las cosas para quienes en la diatriba del frontón sin rebote se aferran a algo que sucedió a ojos vista, 30 años atrás. Todos tenemos derecho a tener y escoger o ser quizá escogidos por nuestros amigos. A llamarles incluso amigos. O desgraciadamente, enemigos. A quererlos y apreciarlos, también a sentirnos engañados y traicionados. O a defraudarles nosotros. Que tire la primera piedra el que esté limpio de inmaculadas amistades en ambas direcciones. Todos nos equivocamos, pero no es justo cargar con esa cruz de por vida. Todos podemos creer, confiar, y ser generosos en el sentimiento de la amistad, perdonar, rectificar o poner tierra por medio.
Airear, insinuar, prodigar la foto o el grito de guerra desde el atril diaconal de quien se cree poseedor, poseedora, de las esencias de la ejemplaridad es un craso error. Sinónimo del sentimiento de rabia e impotencia. De no llegar. De no sumar. De no revertir una situación y percepción de triunfo irrefutable e imparable del adversario. No todo vale ni debemos permitir que valga. Todos nos equivocamos y es de sabios, que no necios, reconocerlo y aceptarlo si uno quiere, pero ni siquiera esto. Cada persona es libre de hacer y deshacer, y de vivir como quiera y desee mientras no dañe a los demás. Pero no podemos pretender la expiación absoluta a lo largo de toda la vida de una persona. Y la constricción permanente en un falso fariseísmo cainita y trasnochado, pero sobre todo interesado y mezquino.
Agoniza ya una campaña que probablemente ha sobrado salvo en dos convicciones, lo inevitable del resultado y la reconcentración absoluta del voto útil hacia el PP. En unas horas quedará desvelada una y otra. Y quizá acierte quien dice y recuerda que es posible gobernar en solitario. Porque a estas alturas solo necesitamos una premisa y una certeza, sentido de Estado y responsabilidad.
Gobernar es gestionar, es proponer soluciones y anticiparse a los problemas; es centrarse en la esencia y no en lo relativo y en lo superficial. Es capacidad crítica y transformadora de un país y una sociedad que lo necesita más que el respirar. Es ilusionar y centrar. La suerte sí que está echada. Hay que verla simplemente y saber hacia dónde queremos ir y con quién al timón. Sobran muchos falsos profetas y estereotipos y sambenitos que ya no van hacia ninguna parte y lugar.
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