El apoyo de Doña Sofía

El bastón de la Corona

Asegurar que el papel de la mujer era ayudar al marido, pero sin perder su independencia, marcó la distancia entre la gazmoñería y la modernidad de un tiempo y otro anterior

La Reina Sofía, en el Teatro Real de Madrid
La Reina Sofía, en el Teatro Real de MadridJuanjo MartínAgencia EFE

El testimonio gráfico de la sonrisa de satisfacción y alegría que experimentó el rostro de la Reina Sofía en la mañana del 22 de diciembre de 1975, cuando escuchó el clásico «¡Viva el Rey¡» del presidente de las Cortes franquistas tras la proclamación de su marido, Don Juan Carlos de Borbón, fue tan evidente que ha quedado como prueba innegable de su gozoso júbilo. Sonreír levemente fue lo primero que hizo al darse cuenta de que, a partir de ese momento, las cosas iban a cambiar. Que los trece largos años de espera e inquietud por si Franco cambiaba su decisión de que el Príncipe Juan Carlos fuera su sucesor habían terminado, o que iban a cesar las humillaciones por parte de algunos miembros de la familia del dictador en su afán de mantener el poder tras su muerte. Todo ello hizo que la sonrisa se ampliara y se mantuviera sin complejos.

La Reina Sofía eligió para la solemne ceremonia de la proclamación de Don Juan Carlos como jefe del Estado un elegante vestido de un brillante color fucsia con el que dejó claro que ese momento merecía que se olvidara de que en el Palacio Real aún estaba instalada la capilla ardiente del general Franco. El sombrío ambiente del hemiciclo, lleno hasta arriba de todos los gerifaltes del franquismo que lloraban apesadumbrados la desaparición de su caudillo, que los dejaba en la absoluta orfandad, no influyó en la decisión de Doña Sofía de llevar un vestido de Reina, con el color apropiado para un momento tan importante, que marcaba el comienzo de una nueva era para ella y para su familia.

Atrás quedaban para siempre esos años, a los que ella puso nombre: «Cuando no éramos nadie», en los que actuó tal y como sentía que debía ser su papel: la que está junto al Rey, su compañera en todo momento, ayudándole a darse a conocer en la España aislada de la década de los sesenta y mitad de los setenta. No contaron apenas con apoyo logístico para visitar todas las ciudades españolas, a bordo de un pequeño automóvil, eso sí, con mucha dedicación y entusiasmo. Se había casado muy enamorada y su razón de ser era primero conocer a los ciudadanos, y después ponerse al servicio de todos ellos. Los Reyes formaron un pequeño, pero muy eficaz equipo, que peleó por darse a conocer sin más y recibir a veces vítores y aplausos de la gente, pero también a aguantar muestras de rechazo bastante desagradables.

Después de la proclamación de Juan Carlos I, a quien exigieron que jurara las leyes franquistas, había que cumplir con el dictador desaparecido, para lo cual se desplazaron al Palacio Real, donde estaba la familia de Franco, y asistir a un responso por el generalísimo, ya como Reyes. Pero la Reina no podía presentarse vestida de color fucsia en la capilla ardiente, y tampoco tenía tiempo para cambiar su ropa, así que solucionó el problema de una forma correcta, ya que cubrió su traje con una larga y amplia capa negra que ocultó la luminosidad de su vestido y evitó los comentarios críticos de quienes iban a pensar que iba inadecuada para el escenario fúnebre de la exposición del cuerpo sin vida de Franco. La Reina Sofía acertó de lleno al actuar de una forma equilibrada en unos momentos que iban a quedar para la Historia: ella fue consciente de cuál debía ser su papel en unas horas tan dramáticas en las que la ciudadanía española se debatía entre la tristeza por la muerte de Franco y la esperanza y alegría de quienes veían abrirse una nueva etapa en la que tendrían que cambiar de arriba a abajo el país y el sistema político español.

Ella tenía muy claro que no le correspondía decir una sola palabra, pero sí expresar su apoyo incondicional al Rey, cuando en su primer discurso se dirigió en todo momento a todos y dejó claro que no se iba a excluir a nadie. Fue el momento en que se inició, según calificó el filósofo Julián Marías, la «devolución de España» a todos sus ciudadanos.

Una vez enterrado Franco en la basílica del Valle de los Caídos, empezó la tarea más esperanzadora, pero también la más problemática para los Reyes. La propia Reina, en una biografía publicada cuando cumplió 70 años, se refirió a esos primeros años como una época llena de dificultades. «Para nosotros fue una época muy complicada, aquellos años fueron duros y nada fáciles, pero a la vez fue un tiempo fascinante. Cuando murió Franco teníamos a mucha gente en contra, a mucha, pero también es cierto que a la vez hubo algunas y muy valiosas personas que siempre estuvieron de nuestro lado».

El primer escollo que se encontró la pareja real en sus planes de favorecer el cambio del régimen dictatorial a una democracia homologada internacionalmente fue la permanente oposición del presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro a cualquier medida que supusiera la desaparición del legado de Franco. El permanente pulso de Arias, que llegó al poder gracias a la influencia de Carmen Polo, esposa de Franco, fue definitivo a la hora de frenar cualquier medida de apertura que Don Juan Carlos intentara poner en marcha. Esa oposición permanente causaba un hondo disgusto en el ánimo del nuevo Monarca y ocasionaba discusiones entre la pareja de forma injustificada. Doña Sofía apoyaba a su marido de forma absoluta e incondicional en sus planes de cambio, por lo cual sufría al ver a Don Juan Carlos vagar por las habitaciones del Palacio de la Zarzuela sin saber cómo afrontar la situación para prescindir del jefe del Ejecutivo, heredado del anterior régimen dictatorial, que impedía cualquier intento de apertura.

Hasta que Don Juan Carlos no pudo al fin librarse de Arias Navarro y sustituirlo por el joven político Adolfo Suárez, no empezó de verdad el proceso de democratización de la nación española, una tarea ingente en la que se llevó a cabo esa transformación total del país. Gracias a la aportación de Torcuato Fernández Miranda, con la planificación de ir «de la ley a la ley», es decir, sustituir las antiguas nomas legales por otras nuevas, se llegó a las primeras elecciones democráticas que dio paso a un proceso constituyente que elaboró una nueva Carta Magna aprobada en 1978 en referéndum. A lo largo de esos primeros años de una Monarquía recuperada tras más de cuarenta años de dictadura, la aportación de la Reina Sofía fue crucial para proyectar una imagen de España en positivo, adaptada a los tiempos y con proyectos de futuro ilusionantes tanto dentro como fuera de las fronteras españolas.

Políticos de aquella época resaltaron, años más tarde, los enormes beneficios diplomáticos que aportó la Reina Sofía a las relaciones internacionales de España, ya que suponía el complemento perfecto a la labor del jefe del Estado español. Ella transmitió simpatía personal en esos viajes, especialmente a los países iberoamericanos que veían por primera vez el interés de la pareja real por conocer todos los lugares que formaron parte durante siglos de la Corona española.

Cuando viajaron por primera vez a Estados Unidos, la Reina sorprendió a los influyentes periodistas norteamericanos con sus respuestas en una rueda de prensa que le hizo ganar muchos puntos de cara al exterior. Aseguró que los temas políticos y de Estado no eran de su incumbencia porque ella no intervenía en esos asuntos, informó de que sus hijos iban a colegios con miles de niños más y no tenían una educación especial, y respondió a una periodista que le preguntó si tenía discusiones con el Rey, su marido, con otra pregunta: «¿Conoce usted a alguien que no discuta nunca con su marido?».

La diferencia con las mujeres del antiguo régimen era abismal y el asegurar, por ejemplo, que el papel de la mujer era ayudar al marido, pero sin perder su independencia, marcó la distancia entre la gazmoñería y la modernidad de un tiempo y otro anterior. Desde el punto de vista doméstico, un intendente del Palacio de la Zarzuela dijo de ella que había tratado siempre de ser «el ama de casa normal de una casa especial», porque, por supuesto, supervisaba los menús de lo que comía en casa su familia y trataba con esmero con los chefs los platos que se servían en las cenas de gala que se celebraban en el Palacio Real.

El propio Rey Juan Carlos ha reconocido siempre la aportación esencial de la Reina Sofía a la labor desarrollada por la institución de la Corona. La calificó de «muy profesional» y a ella no le gustó mucho el término. Pero lo más reciente que ha dicho Don Juan Carlos de ella es que ha sido «una reina extraordinaria y un apoyo emocional fundamental e irremplazable». A eso ha añadido «es una mujer excepcional, bondadosa y benevolente: la personificación de la nobleza de espíritu». Unas palabras de reparación más que merecidas.