Opinión

Cerdo y fango

Quien tenga el poder del fango ganará, cotizará en el IBEX, vivirá impoluto el resto de sus días y verá su obra embarrando a sus clientes

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezEuropa Press

Desde la otra orilla los rusos no ven llegar los tanques que la OTAN le ha regalado a los ucranianos. La calma chicha en el frente, porque el fango frena las orugas que mueven a los pesados bichos de la muerte. Hasta que el suelo esté firme no habrá ofensiva, comenta la voz de un «experto militar» y uno piensa en una masa viscosa, marrón, semisólida que te ata los pies a la tierra, que te evita dar un paso, tragándote y haciéndote suya a cada zancada.

El lodo puede convertirse en la mejor defensa porque no sólo impide que llegue el enemigo, lo envuelve de tal forma que las balas y los obuses dejan de ser la prioridad, porque todo pasa ya por salvarse del monstruo que te achica hacia dentro. Qué buena estrategia para frenarlo todo. Mucho fango, ¿por qué no hay fábricas de eso? ¿Se imaginan los camiones repartiéndolo por las mañanas como hacen con la leche fresca? Sería formidable, un arma letal para colocarte fuera de los que tratan de asediarte cada día, y en un país de sequía además el pelotazo soñado. Quien tenga el poder del fango ganará, cotizará en el IBEX, vivirá impoluto el resto de sus días y verá su obra embarrando a sus clientes, que lozanos, le sonreirán desde el lecho del limo, haciendo equilibrismos con la risa flojita, como un malabarista bajo la carpa de un circo. Me desilusiono rápido y compruebo que el inventito del fango ya lo explotan otros.

A un ministro sin invitación en el bolsillo lo dejan en la puerta de una tribuna y comienza a repartirse el fango por tertulias radiofónicas, primeras de periódicos, columnas de opinión… El fango sale a espuertas, a paletadas, los salpicones te dan en la cara, entrándote por los ojos, paralizando a España, mientras nosotros tan contentos pidiendo más, revolcándonos en la mierda, como auténticos bobalicones, chapoteando entre charquitos, hundiéndonos contentísimos, atascados como gorrinos pidiendo más hasta que se endurezca y como en Ucrania, nos llegue la hora, nuestro San Martín. ¡Ay!