El análisis
Narrativas apocalípticas
El arte de la política consiste básicamente en algo tan sencillo, pero tan complejo, como atrapar a la realidad por el cuello
Números en mano, hay que reconocer que probablemente no estamos viviendo una de las peores épocas de la humanidad. Siguen existiendo guerras y atrocidades, pero progresan los estudios pacíficos y gracias a los nuevos medios tecnológicos se extiende más que nunca la solidaridad para combatir los peores efectos de esas mismas innovaciones. Estudiosos como Steve Pinker se afanan en buscar los datos objetivos que señalen nuestra posición en el mapa histórico con respecto a esos temas. Pinker nos enseña sus cifras y, partiendo de ellas, defiende que, aunque tengamos más noticia que nunca de la violencia que nos rodea y por ello creamos que aumenta, ésta en realidad va en declive con respecto a otras épocas.
Las tesis sobre la autodomesticación humana avanza tomando forma y es posible plantearse que el proceso de hominización muestre un patrón de preferencia por individuos con comportamientos colaborativos y sociales, como una forma de optimizar el beneficio de todo el grupo. Por supuesto, todo ello sería una hipótesis, pero resiste bastante bien por ahora la comprobación con los datos de los que disponemos: la docilidad, el lenguaje y la inteligencia emocional se han potenciado innegablemente durante los últimos siglos.
Curiosamente, en la época que más y mejor podemos reflexionar científicamente sobre ello, proliferan en las artes y en los entretenimientos, las narrativas apocalípticas y las profecías distópicas. En la vida, siempre es recomendable que no sea el miedo quien guíe nuestras decisiones, pero parece como si el arte y los sentimientos colectivos actualmente quisieran apartarse de ese camino para regodearse con autocomplacencia solo en los posibles peligros.
Si sucediera solo en el mundo del arte, podríamos permitirnos el lujo de considerarlo anecdótico, porque ya Sócrates nos advertía de que hay que tomarse con parsimonia las fantasías de los poetas. Pero hay un inquietante traslado de esas ópticas al arte de la política y eso ya resulta mucho más tóxico. Observemos sino la política nacional actual. El propio gobierno de la nación difunde constantemente un relato de ominosas amenazas a nuestro alrededor para justificar las decisiones que a él le resultan convenientes. Anuncia llegado el momento de vivir el amor mutuo, la perfecta igualdad y la filantropía, pero da a entender que para alcanzarlo hay que sacar la espada para acabar con los malvados y defender a los justos. Se propone desde el poder levantar muros contra el mal y, por supuesto, fuera de esos muros queda todo aquel que opine diferente a los poderosos redentores. Los mecanismos democráticos y las instituciones deberían pasar a ser, según ese relato, mera maquinaria defensiva de tales muros.
Por el otro lado también nos encontramos un panorama de pensamiento similar en muchos de aquellos que están situados lejos de los centros de toma de decisiones, en la periferia del sistema de poder y deseando hacerse un hueco para encontrar su lugar en el sol. El resultado es un panorama de narrativas apocalípticas contrapuestas desde diversos ángulos del escenario político, todas ellas con afición a las visiones drásticas y a la supuesta inminencia de cataclismo. Unos se alarman y ven el fin del mundo en el avance de posiciones intransigentes y ultras. Otros gustan de encastillarse en su intransigencia justificándola por esa supuesta inminencia del desmoronamiento del mundo conocido. Únicamente los conservadores moderados parecen pensar que lo realista es mantener lo que tenemos y evitar los mensajes redentoristas. De hecho, incluso los redentores más radicales en cuanto alcanzan una pequeña pero coqueta porción de poder, modulan su ración de apocalipsis, acercándose a los términos del conservadurismo moderado y aparcando de golpe el entusiasmo que sentían hacia la perspectiva de que el castigo y el premio final fueran algo inmediato. Véase, si no, a Meloni, cuan rápidamente ha reducido su redención de Europa a limitarse a ponerle cara de reproche a Macron. La realidad ha resultado ser finalmente demasiado distinta de lo pretendido. El arte de la política consiste básicamente en algo tan sencillo, pero tan complejo, como atrapar a la realidad por el cuello. Y no en asustar con narrativas falsas para que te den lo que no eres capaz de pactar. Ningún gobierno podrá nunca funcionar siendo un simple conjunto de salvadores y vengadores para párvulos.
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