Extremo centro
Odian más a tu vecino voxero que a ETA
El precio que hemos pagado es un Muro entre españoles que no se lo salta un gitano
Este siempre será el verano de incendios en el que me faltó la suficiente juventud como para negar que me muero. Es curioso el efecto que despliega en el flujo de la consciencia la certeza de que existe ahí afuera un límite de días extrínseco a nuestra existencia. Que hay una fecha viajando hacia nosotros a la velocidad de la luz, desde un futuro en el que dejaremos de girar con el resto de cosas sobre el eje de la tierra. Para tranquilizar al personal algunos chinos cuentan que nada dura, nada está acabado y que nada es perfecto. O por lo menos eso explica el libro que hace años Cañada me regaló. Queda bonito arreglar la cerámica con polvo de oro, pero no hay capítulo sobre cómo es eso de mantener la calma pancha mientras el cielo se derrumba sobre nuestras cabezas.
El dilema que resolver es si lo que se acaba somos nosotros o simplemente el mundo que nos rodea. Si solo estamos reaccionando al futuro desconocido que vive como un miedo en nuestras cabezas. Lo cierto es que las reacciones al tiro en el cuello de un chaval al otro lado del mundo solo hacen más evidente lo que ya era.
Hemos vivido protegidos por las oleadas de luz que nos emitían estrellas que se demuestran muertas. Que sé que es normal que los jóvenes turcos del sanchismo no entiendan el sistema de precios compuestos que te pasa el poder en esta nueva era. Pero, en el país donde Iglesias celebraba los escraches de los indignados como parte de la temperatura normal de la política, exige verdadera necedad no saber dónde acaba de manera invariable el escupitajo que uno suelta a la atmosfera sin la necesaria velocidad de escape. La crisis de sobre confianza se ha ido tan de madre en las filas que, molesto por el televoto, Sánchez le ha dicho a Israel que se joda pero bien jodida que este año Chueca se queda sin Eurovisión.
Solo sé lo que mi padre le hubiera dicho al famoso heredero político de un imperio de prostitución: que se joda el capitán Netanyahu que hoy no como.
La hegemonía en la conversación pública está cambiando a nivel global y a nuestra izquierda nacional le queda el mal trago de perder el halo que durante cuatro décadas los había protegido. Por lo visto, una vez abandonado el marxismo y el materialismo histórico, solo queda la revolución de amargarle la cena a la peña. Es un secreto a voces que comportarse como alguien de izquierdas en público se resume en que vas a ser un soberano coñazo para la gente que te rodea. Muy atrás quedó el prestigio, lo cool, lo sexy y lo atrevido de un grupo de peña que, además de no saber vivir. se subieron a la banqueta de explicarnos al resto cómo follar. El ejercicio de doma clásica que Sánchez ha ejercido sobre su flanco izquierdo ha acabado con el líder de las izquierdas montando un bar y con la vice haciéndose el ondulado de mechas rubio plateado cada tres días. El precio que hemos pagado los españoles en la absorción es un Muro entre españoles que no se lo salta un gitano y la extensión generalizada de las posturas nihilistas y revolucionarias del matrimonio Montero-Iglesias. Hoy hay una generación de izquierdas dispuesta a reconocer de manera desacomplejada en público que odian más a su vecino voxero que a un asesino de la banda ETA.
Nadie paga cantidades muy elevadas de dinero por ir a salvar foquitas. Por eso es tan preocupante saber que nadie prepara la fiesta que han liado estos si no es con la intención de usarla. Y si es que estamos viviendo en el resto de España algo así como el proceso catalán con retardo, pues sería evidente que por ahí andará pendiente el anuncio con el que los Semillanos quieren romper el tablero de juego.
Por mi parte, ante la posibilidad del fin del mundo, la verdad es que no cambiaría casi nada. El apocalipsis me pilla bastante en mi sitio y sereno. Y si es que estamos al filo del fin de un algo, solo les pediría a los magos del tiempo que retrasaran la revolución un poco, por lo menos hasta ver a mi hija mayor casada.