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Parolin, la diplomacia «al dente»

La Razón
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Caminar por los palacios apostólicos abruma. Casi tanto como cuestionarle a una suegra si los tallarines están o no al dente. Una puerta tras otra, hasta llegar a las dependencias de Secretaría de Estado. O uno va de «sobrao» o la sensación de ser pequeño se convierte en una certeza. Hasta que se hace presente el cardenal Pietro Parolin. Y rebaja la tensión a golpe de cordialidad. El actual «premier» vaticano es de los que deja hablar. Prefiere esperar. Dejar al otro expresarse, que descubra sus cartas. Y escuchar. Ética y estética vaticana con décadas de fermentación. Para responder con minuciosa precisión a las cuitas del interlocutor. Con una cordialidad y simpatías que desinflan la presión de estar frente a la mano derecha del Papa.

Conoce España. De prensa diaria y revista semanal. No se le escapa, sabedor de su relevancia como plataforma para esa América latina que el trató desde el mirador venezolano con el chavismo floreciente. Sondea. Deja caer alguna cuestión para corroborar impresiones. Y apostilla. Comenta. Con una exquisitez nada petulante. Media sonrisa de prudencia. Ni un comentario de más. Ni una palabra de menos. Si dice «diálogo», es «diálogo». Si dice «posible solución», dice «posible solución». Pero si no ha dicho «acuerdo», no ha dicho «acuerdo». Y todo, escúchese en un castellano que ya lo quisiera para uno.

El diplomático impecable. Tanto, que en estos cinco años de Pontificado que, aunque alguno lo ha intentado, nadie ha logrado ni rozarle tan siquiera con el fango de los entresijos curiales que ya han salpicado a más de uno. El secretario de Estado, indemne. Con el arrojo de Francisco y su buen tino, ha culminado empresas que a la Iglesia y al mundo se le resistían desde hace décadas. Ahí está el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, la culminación del proceso de paz con Colombia, las negociaciones entre isrealíes y palestinos y el acuerdo entre la Iglesia y China. Un principiante, lo que se dice principiante en esto de mediar y negociar, no es este cardenal del Véneto, hijo de ferretero y maestra de primaria. Tanta autoridad se ha ganado en este trecho que no pocos le ven como la penúltima posibilidad de que un italiano vista de blanco. Y no por Florentino. Esa misma autoridad es la que quería arrogarse el Gobierno de los globos sondas de hoy y desmentidos de mañana.

En estas, Carmen Calvo llegó con paso firme a San Pedro. Bajo el brazo su IBI, sus inmatriculaciones, su asignatura de religión, su dosier de abusos imprescriptibles... Amenazas para intimidar. Aquí estoy yo, con mi Estado aconfesional aspirante a laicista. O al menos, ofrecer una moneda de cambio por una inhumación al gusto del consumidor. Porque la promesa presidencial tiene fecha de caducidad y hay que sacar toda la artillería. Con las mismas, volvió a España. Con la ventaja de creer que, como la Santa Sede nunca habla de los encuentros con vicepresidentes de turno, ella se arrogaría el derecho a comunicar sin apostilla alguna. Hasta que se pasó. Por la emoción del momento. Por las prisas de remover a Franco. Y llegó el comunicado del primer ministro de la Santa Sede. Siglos de experiencia que algo aportan al punto de cocción de la diplomacia. Como una madre.