Cristina L. Schlichting

El referéndum como trampantojo

La dramatización permite asustar a los votantes lo justito y “venderles” la amnistía como mal menor, la concesión que evita el referendo

Pues estoy con Esperanza Aguirre. Soy de esas tontas que siguen creyendo en la inmensa España centrada. Me pregunto qué hacemos los españoles pactando el gobierno con extremistas y secesionistas desquiciados. “Si yo fuera Feijóo -dijo ayer Aguirre- ofrecería a Pedro Sánchez los votos del PP que sean necesarios, con tal de que no gobierne ni con comunistas, ni con independentistas, ni con filo terroristas”. Sí, sí, lo admito, soy de las inocentes que sueña con una gran coalición PP-PSOE para solucionar cosas como los problemas educativos

-los chicos no saben dónde está La Rioja o el Amazonas-, el futuro de las pensiones o el problemas de las energías en pleno cambio climático. Asuntos serios. En lugar de eso, estamos discutiendo cómo trocear un país civilizado. Cuando el continente lo que quiere es unirse. O cómo premiar a los que se montan la fiesta por su cuenta.

En Génova estas cosas femeninas y flexibles sientan mal. Feijóo le dijo a Pedro ayer que no le va a dar los votos que Sánchez le ha negado en la investidura fallida. Que el PP ha ganado las elecciones y ahora la alternativa es “El gobierno de la mentira o la repetición de elecciones”. Este discurso “masculino” lo entiendo. Ahora bien, la historia no siempre es justa. Núñez Feijóo apuesta todo al desgaste de su rival y sabe que, antes o después, ganará y gobernará, ha decidido instalarse en líder de la oposición. Sin embargo, cuando llegue al poder me temo que será más de lo mismo. La izquierda en la calle, dando la matraca y España en dos bloques, que es lo que nos mola. ¿Se imaginan el desconcierto de los

extremistas si PP y PSOE comenzasen a colaborar? ¿Imaginan la potencia de una gran coalición de facto? En fin, cosas de la fantasía. No seríamos el maravilloso país que somos si no pecásemos de irracionales.

Vamos al lío: lo que pregunta la gente es qué va a pasar. Bueno, yo creo que esto está pactado y que vamos a la locura de un ejecutivo sostenido por Puigdemont. Pero puedo y deseo y anhelo y ojalá lograse equivocarme. En ese caso iríamos a elecciones. De hecho, en Ferraz me dicen que habrá nueva convocatoria de comicios si los nacionalistas fuerzan la máquina y de verdad quieren trágala con el referéndum. No acabo de creerles, claro. Podría ser que todo lo que vemos -Junts y ERC planteando la amnistía en Barcelona, PSC declinando la moción y Puigdemont y Junqueras redoblando y exigiendo, además, la consulta secesionista- fuese pura escenificación. La dramatización permite asustar a los votantes lo justito y “venderles” la amnistía como mal menor, la concesión que evita el referendo. Un trampantojo. Así de maquiavélica es la política, no lo duden.

Es difícil que haya votaciones de nuevo, porque ni a Pedro ni a los nacionalistas les conviene. Al primero, porque las urnas las carga el diablo. A los segundos, porque nunca se verán en otra como en esta legislatura con Sánchez a sus pies y dispuesto a complacerles.

Mientras negocia en Waterloo y en Barcelona, Pedro calcula que mejora en las encuestas. ¿Por qué? Porque su electorado más reticente se afianza en que “hay que apoyarlo para que no necesite a los nacionalistas”. De ese modo aleja el espectro de la abstención.

Que los votantes populares alejen la idea de un fácil triunfo si se convocasen comicios. Por mucho que el PP esté en máximos de poder local, autonómico y senatorial, España aún no tiene suficiente socialismo. Uno de cada dos mayores de 18 años depende ya de una ayuda o subsidio, una pensión o un sueldo de las administraciones o empresas públicas. Eso es el 48,5 por 100 de la población. Gente que se ha abonado al clientelismo de un ejecutivo que va hacia la argentinización del país. ¿Qué quieren ustedes que voten?