Jorge Vilches
El riesgo del PP
La fórmula de Feijóo para superar estos escollos es el modelo gallego
Lo único que puede ensombrecer la victoria del PP en las elecciones del 28-M y en las generales es que no existe prácticamente en algunas autonomías. No solo eso, sino que no encuentra su acomodo; esto es, un discurso que encaje allí sin chirriar en el resto de España. Tampoco ha conseguido que cuajen líderes que encarnen proyectos con los que pueda identificarse la población no nacionalista. Esas regiones son Cataluña, con 48 diputados al Congreso, y el País Vasco, con 18. En total, el PP, en las elecciones del 10-N de 2019 consiguió dos diputados por Barcelona y uno por Vizcaya. Las cifras son preocupantes para los populares, teniendo en cuenta, además, que los socialistas sacan buenos resultados en ambas autonomías.
La fórmula de Feijóo para superar estos escollos es el modelo gallego. No sé si es posible exportar la misma solución a sociedades distintas, pero quizá sea la vía para armonizar las posturas en todo el país. El PP actual es defensor de los regionalismos sin renunciar al constitucionalismo y al españolismo. Esto funciona en Galicia, al igual que en Madrid, Andalucía, Valencia y Murcia, y podría ser un discurso que sirviera en Cataluña y el País Vasco.
La duda es que han sido cuatro décadas de inmersión nacionalista desde las instituciones, con unos medios de comunicación y una educación a su servicio para la exclusión de lo español. La idea es valerosa, y podría enganchar con ese electorado que, sin dejar su identidad local, está harto del rodillo nacionalista y cree en el proyecto español. Es cierto que la vida en territorio comanche es difícil, e incluso es lógico que, de forma inconsciente, se adopten modos y lenguajes para camuflarse. Ahora bien, sería conveniente evitar el síndrome de Estocolmo que afecta a algunos políticos de aquellos lares cuando hablan al resto de españoles.
Si el PP catalán quiere defender eso que llaman «catalanismo constitucional» estaría bien que no cometiera, al menos, tres errores. El primero es adoptar frases del victimismo nacionalista, como esa de que «cuando se habla de Cataluña desde Madrid» solo se entiende «el nacionalismo catalán» y «el resto no existimos», como ha dicho el número 2 por Barcelona. La entelequia de «Madrid» es un concepto inaceptable para un partido español constitucionalista. ¿Se refieren a Ayuso, a los madrileños, al Gobierno de España? En fin.
El segundo error es insultar o minusvalorar a los posibles votantes del PP en otros territorios como si no supieran, sobre todo desde 2017, que Cataluña es plural. Puede parecer presuntuoso, pero del Ebro para abajo hay materia gris, e incluso duele la situación de los no nacionalistas en Cataluña. El tercer error es aferrarse a la fantasía de que puede haber un regionalismo catalán que no coquetee y comprenda el sentimiento de los independentistas. O pensar que el impulso del catalanismo no da la razón, en parte, al nacionalismo en su proyecto cultural supremacista.
Este encaje de bolillos hay que hacerlo con cabeza y mirando no solo al voto de los barrios burgueses de Barcelona y Tarragona, sino también al país en su conjunto. El PP catalán debe considerar que sus votantes fieles y posibles del resto de España están cansados del menosprecio del independentismo, y, por tanto, sería un error fatal sumarse a ese coro.
Sin embargo, tampoco vale un discurso de enfrentamiento absoluto, como hace Vox. De hecho, las encuestas no vaticinan un éxito para ese partido en Cataluña, quedando sin representación en el Ayuntamiento de Barcelona por no llegar al 5%. Y eso que Cs desaparece, aunque en beneficio del PSC y del PP. Su traslación a las generales indica que el choque de trenes no funciona ya en Cataluña. Solo queda calibrar bien lo que se dice, no meter la pata, apostar por la moderación, y no fiarlo todo a la promesa de una buena gestión, sino hablar también a las emociones porque es una sociedad sentimental.
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