Felipe VI

Salvar la herencia recibida

AQUELLA ESPAÑA DE 1975. Era el primer discurso del Rey Don Juan Carlos sólo unas semanas después de la muerte de Franco, y ante los españoles se abría una nueva era encarnada en la figura del Monarca, que debía culminar un complicado proceso de cambio. Se vivió entonces un periodo que se ha denominado como Transición y que últimamente se ha evocado como ejemplo por parte de políticos como Pedro Sánchez en su pretensión de una reforma constitucional inspirada en el espíritu de aquellos días. Esa Nochebuena, Don Juan Carlos hizo un llamamiento a la unidad –«necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda», y mostró su sensibilidad hacia el momento histórico que protagonizaba: «Los problemas que tenemos ante nosotros no son fáciles, pero si permanecemos unidos y con una voluntad tensa, el futuro será nuestro».
AQUELLA ESPAÑA DE 1975. Era el primer discurso del Rey Don Juan Carlos sólo unas semanas después de la muerte de Franco, y ante los españoles se abría una nueva era encarnada en la figura del Monarca, que debía culminar un complicado proceso de cambio. Se vivió entonces un periodo que se ha denominado como Transición y que últimamente se ha evocado como ejemplo por parte de políticos como Pedro Sánchez en su pretensión de una reforma constitucional inspirada en el espíritu de aquellos días. Esa Nochebuena, Don Juan Carlos hizo un llamamiento a la unidad –«necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda», y mostró su sensibilidad hacia el momento histórico que protagonizaba: «Los problemas que tenemos ante nosotros no son fáciles, pero si permanecemos unidos y con una voluntad tensa, el futuro será nuestro».larazon

En su esperado discurso de Navidad Felipe VI ha apelado a la responsabilidad y al entendimiento de las fuerzas políticas para intentar salvar lo mejor de la herencia de su padre, el Rey Juan Carlos. El futuro de España y de la Corona dependen en gran manera del espíritu de concordia, ahora amenazado, que hizo posible los Pactos de la Moncloa y la Constitución del 78 y originó el mayor período de progreso y libertad de nuestra moderna historia. El bloqueo de la situación política, causado por el endiablado resultado del 20-D, y la peligrosa deriva de Cataluña hacia el precipicio, si no se pone pronto remedio, obligaba esta vez al Rey a hacer un llamamiento sereno, pero enérgico a favor de la unidad y de la continuidad del orden constitucional y al normal funcionamiento de las instituciones. Y lo ha hecho. No estamos para rupturas abriendo un temerario período constituyente, acometiendo ilegales referéndums de autodeterminación o invistiendo, al mejor estilo bolivariano, a un «independiente de prestigio» de fuera del Parlamento -¿militar acaso?- al frente de un Gobierno de izquierdas. Un destacado diplomático me dice, con profunda irritación, que eso es lo más parecido a un golpe de Estado encubierto.

Costó mucho llegar hasta aquí como para que las mareas se lo lleven todo por delante. El Rey Juan Carlos fue el primero que renunció en el período constituyente a prácticamente todos los poderes heredados, que se vio obligado a recuperar excepcionalmente la noche del 23-F, con el Gobierno y el Parlamento secuestrados por los golpistas, para salvar la democracia. No conviene olvidarlo. Don Juan Carlos inició su reinado impulsando, como exigían la mayor parte de las fuerzas políticas, un período constituyente. Su hijo, el Rey Felipe VI, se ha encontrado con un régimen constituido, que algunos quieren desmontar. Esa es la principal diferencia. España es hoy un país moderno, abierto al mundo, integrado en la Unión Europea y en la OTAN. Fuera están ahora mismo especialmente pendientes de nosotros y han seguido con gran atención el mensaje navideño del joven Rey. Me consta que ante la bloqueada situación política están llegando mensajes muy explícitos de Europa y Estados Unidos a favor del entendimiento de las fuerzas constitucionales. Lo que tranquilizaría a las cancillerías y al mundo del dinero sería un gran Gobierno de coalición, como ocurre con normalidad en otros países europeos. Me dicen que don Juan Carlos y Felipe González han hablado de ello con gran sintonía.

Se agradece la apelación de don Felipe a la confianza. Es verdad que arranca su reinado con no pocas dificultades, y que el margen de actuación que le deja la Constitución es más bien estrecho. En ningún caso puede traspasarlo. Pero las especiales circunstancias en que se encuentra la nación, unidas al recrudecimiento de la confrontación política y al desgaste manifiesto de los líderes de las principales fuerzas, le obliga a ejercer hasta el límite su papel de símbolo de la unidad y permanencia del Estado y arbitrar y moderar “el funcionamiento regular de las instituciones”. Es su obligación constitucional (artículo 56). Con prudencia y discreción, pero con energía, como hizo su padre, por ejemplo, cuando consideró que era conveniente forzar el relevo voluntario del presidente Suárez, amigo suyo, al que agradeció los servicios prestados. Nuevamente, como en aquella etapa de la vida española, estamos ante tiempos convulsos, aunque no tanto, ni de lejos, como aquellos. Y entonces salimos adelante. De cómo salgamos de esta, sin dilapidar la herencia recibida, dependerá en gran manera el éxito o el fracaso de su reinado.