Anna Grau
Sánchez a fregar platos
El tráfico de influencias es un delito muy difícil de demostrar. O te pillan mandando un email con instrucciones precisas, o acreditar dos cadenas de favores deviene complicado.
Ahora que pintan bastos y Moncloas para el periodismo independiente en este país, sorprende encontrar profesionales como Marta Carazo, quien la noche del lunes 29, sentada en el plató de TVE al lado de Xabier Fortes y enfrente de Pedro Sánchez, aguantó a pie firme la mirada heladora de este último cuando le preguntó si cree que habría que hacer de una vez por todas una ley que regulara qué puede y no puede hacer la persona consorte de la persona que presida el gobierno (qué cursinclusiva me he levantado hoy). Y si esa regulación tendría que permitir o que prohibir que el/la consorte escriba cartas de recomendación para obtener ayudas públicas.
Fortes casi se desmaya y a Sánchez casi se le cae al suelo la tabla de surf en la que llevaba cinco días encaramado. Pero con su característico aplomo se rehízo en un pis-pas, acusó al líder de la oposición de querer mandar a Begoña Gómez a fregar los platos y se erigió en defensor único de todas las parejas de España donde trabajan los dos. Esto tenía tanto de respuesta como Quim Torra de saltador de pértiga noruego.
Carazo, lejos de conformarse, repreguntó: "¿Cabría algún tipo de regulación entonces? No tiene por qué dejarlas en casa (a las consortes) esta regulación ni mucho menos". Nueva larga cambiada de Sánchez: "Podemos abrir este debate, no tengo ninguna objeción para que las parejas de los presidentes o presidentas tengan esa regulación, puede ser uno de los debates para también proteger a estas personas y que no se sientan víctimas". Y con esto y un bizcocho, hasta el 2028.
Esta es una de las cuestiones más sensibles que se nos está hurtando con la colosal cortina de humo de un Pedro Sánchez que seguro que se iba, pero a comprar tabaco. El tráfico de influencias es un delito muy elusivo a la evidencia. Es muy difícil de demostrar. O te pillan mandando un email con instrucciones precisas para cometerlo, como el que le costó el cargo y la inhabilitación (de momento) a Laura Borràs, o acreditar la relación causa-efecto entre dos cadenas de favores, un patrocinio privado por aquí, una ayuda pública por allá, deviene complicado.
Tienen algo de razón los que dicen que los familiares de los altos cargos públicos, por el mero hecho de serlo, están en la mirilla telescópica de toda suerte de pelotas y conseguidores. Pueden ir por la vida con todo pagado sin ni necesidad de pedirlo. Si por ejemplo una señora que pinta o vende cuadros va y se casa con un ministro y la galería de repente se le llena de compradores entusiastas de su arte, ¿qué debe hacer, no pintar ni vender por no ofender? No, claro. Que pinte y que venda. Pero a lo mejor tampoco hace falta que escriba a sus compradores cartas de recomendación para poner un estanco en el Museo del Prado.
Si en España tuviésemos una ley, una regulación, como esa por la que la periodista Marta Carazo se interesó (y yo también...) sobre si interesa al presidente del gobierno, las actividades de su consorte estarían tan acotadas como efectivamente protegidas. Esposas y maridos de mandatarias y mandatarios podrían proseguir triunfantes carreras a salvo de dudas y sospechas razonables. Incluso o sobre todo, de las menos razonables. Aquello que, sin llegar a ser ilegal, todos sabemos que está mal, quedaría claro que no puede hacerse. Se activaría un cortafuegos instantáneo y no habría que recurrir al código penal como única vía para esclarecer lo inescrutable.
Todo serían ventajas incluso para la mujer del César, que podría tener éxito en el trabajo sin merma de su honra. Se atajarían a tiempo muchas tentaciones. A lo mejor hasta algún hijo de Jordi Pujol se habría ahorrado pisar la cárcel.
Si Pedro Sánchez y su mujer fueran en serio, ya tendrían que estar haciendo cola para meter en el registro del Congreso una proposición de ley así. Si por lo que sea a ellos ni se les ocurre, se le podría ocurrir a Alberto Núñez Feijoo. Pedir que Sánchez comparezca hasta el infinito está bien, pero, a la vista de sus últimas comparecencias y entrevistas, nos puede matar de aburrimiento antes de darnos ninguna solución ni explicación.
Malo es que Sánchez esté obsesionado consigo mismo hasta el onanismo. Peor es que lo estén todos los demás. Podría ser la mar de sano empezar a simplemente ignorarle, a simplemente hacer lo que hay que hacer, diga él lo que diga. Como esto de que se siente fuerte para volverse a presentar a las elecciones generales.
Hombre, si de aquí a entonces consigue seguir siendo el monotema único que acapara todas las neuronas políticas disponibles, en el PSOE, en el PP y en el resto de partidos políticos de toda España, el sanchismo se nos va a hacer eterno y el antisanchismo más. ¿Cuándo empezamos a innovar? ¿A darle vueltas al postsanchismo? A lo mejor es a Pedro Sánchez a quien hay que mandar a fregar platos. Y que le mantenga Begoña.
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