Alimentación

Castigar a los hijos porque no comen puede generar trastornos con la alimentación en el futuro

Prohibirles hacer algo que les gusta porque no se han terminado lo que había en el plato no sirve para nada

Los niños no entienden que se les castigue por no poder aceptar más alimento
Los niños no entienden que se les castigue por no poder aceptar más alimentolarazon

Castigar a los hijos porque no comen o castigarlos con amenazas de no comer son dos costumbres que todavía perduran y que pueden tener consecuencias en la relación que esos niños castigados tendrán en el futuro con la comida.

Imagine que va a casa de unos amigos a comer y le obligan a comer todo lo que tiene en el plato bajo amenaza de no dejar que se vaya a su casa si no termina la comida que queda en el plato. Imagine que ese amigo le cierra la boca para que trague, le grita, le amedrenta con amenazas varias. Si eso que está imaginando con horror no lo toleraría, ¿cómo se puede entonces tolerar que se haga con los niños? Muchos dirán: porque un amigo no te educa y un padre sí. Y tienen razón, los padres tienen que educar pero educar no significa a obligar a comer. Los niños, justamente los niños son los que mejor conocen cuándo tienen hambre.

Castigar a los hijos porque no comen o castigarlos con amenazas de no comer son dos costumbres que todavía perduran y que pueden tener consecuencias en la relación que esos niños castigados tendrán en el futuro con la comida. Para empezar, no será una relación sana con los alimentos. Claudia París, psicóloga infantil en EfectoMe, nos aporta las claves para no caer en ese error.

“Si no te terminas lo que tienes en el plato te castigo sin ir al parque”, “si no comes la manzana, mañana no vas al cumple de tu amiga”, “¡si no me haces caso te quedas sin postre!”, “¿a que te pongo de cena pescado?”, “como sigas así hoy no hay galletas”, “¡mira que te dejo sin cenar!”, son frases que muchos padres usan para conseguir sus propósito: que hagan lo que ellos quieren que haga. Y usan los alimentos, la comida, como método para amedrentar y amenazar con darle algo que saben que no les gusta o también castigan a los hijos si no se comen eso que sobra en el plato. “Privar a un niño de comida, restringirle algunos alimentos u obligarle a tomar otros es una estrategia nula, que además puede crear un rechazo y trastorno alimenticio”, explica la experta.

Desde un punto de vista pedagógico y terapéutico -comenta-, la comida no puede utilizarse como castigo ni como recompensa. Los hábitos alimenticios deben ser sagrados dentro de la rutina infantil, y han de estar fuera de toda negociación, valoración o consecuencia de otras acciones. Forma parte de nuestras necesidades básicas y es importante entenderlo para poder confiar en que irá adquiriendo su propio ritmo. Castigar o premiar con comida puede hacer que el niño cree asociaciones perniciosas con la alimentación.

Es lógico que en base a el miedo de hacer peligrar la salud de nuestros hijos nuestro primer impulso sea asegurar que ingieran los alimentos pertinentes, sin embargo, lo hacemos desde un lugar de exigencia y connotación negativa. En la sociedad actual contamos con un índice muy alto de obesidad infantil, lo cierto es que, nuestra percepción de la alimentación ya de base está bastante distorsionada, comemos mucho más de lo necesario.

El prestar atención a un tema tan cotidiano como la alimentación es de vital importancia, el famoso eslogan, “Somos lo que comemos” es bastante certero, en este caso le sumaría “ y cómo lo comemos”.

Si enseñamos a los más pequeños a comer desde la obligación “comen enfadados, frustrados, reactivos, si además les hacemos sentir que lo correcto es acabar todo lo que hay el plato, estamos destruyendo sus mecanismos fisiológicos de saciedad por una convicción nuestra basada en cultural insana. En otros tiempos se apelaba a: “¿Te vas a dejar eso en el plato con toda la gente que no tiene que echarse a la boca?” una pregunta que cae como una espada de Damocles, insertándose en nuestro autoconcepto, creando la falsa creencia de que empatizar con el dolor de otro es, sacrificarnos, saltarnos la autoescucha y excedernos”.

La relación entre nuestras emociones y los alimentos comienza desde la más tierna infancia.

La comida sirve para fortalecer y nutrir, y si la cargamos con emociones negativas pierde su principal papel, deja de ser algo natural y puede llegar a angustiar al niño. Así que, antes de usar la comida como arma arrojadiza prueba a poner en práctica estos consejos:

· Háblale a menudo de las ventajas de comer bien (para crecer alto y fuerte, no ponerse malo...).

· Ayudarle a tomar conciencia de la importancia de cuidar nuestro cuerpo con una alimentación saludable; así dejará de ver el comer sano como una obligación y empezará a considerarlo como una rutina normal.

· Felicítale siempre por lo que ha comido, aunque haya sido menos de lo que tú querrías.

· También da resultado implicarle en la cocina (que ayude a hacer la compra), prepararle platos con presentaciones variadas y atractivas y no obligarle a “comérselo todo”.

· Experimentar y jugar con sabores. La frase de “con la comida no se juega”, toca resetearla, ¿Por qué no? ¿Vosotros probáis cosas nuevas en la vida cuando estáis contentos o cuando estáis enfados y frustrados?

En resumen, el camino más corto y efectivo es motivar y reforzar la conducta que deseas que se repita, alabando los actos deseables antes que sancionando las conductas inadecuadas. Y, desde luego, dejando la alimentación aparte de toda sanción.

Agarremos nuestro sentido común, soltemos el lastre de lo que debe ser, del tengo que, de miedo y confiemos en la madre natura; nadie moriríamos de hambre, a no ser que padezcamos un trastorno alimenticio. Comer es algo más en nuestra vida que nos permite vivir, y nuestros hijos comerán sin necesidad de alimentar mecanismos neuróticos.