Casa Real
Don Juan Carlos, fidelidad eterna al anillo del dedo meñique... que le regaló su suegra
El Rey emérito llevó en Londres una pieza de oro con un camafeo que la madre de Doña Sofía le entregó cuando eran novios
Viajó con él hasta Londres. Y se lo llevó de vuelta a Abu Dabi. Son (casi) inseparables. Don Juan Carlos no se desprende del anillo de su dedo meñique. A vista de pájaro no se le vio durante el funeral de Isabel II en Westminster, pero sí se pudo apreciar su fidelidad a esta joya en la recepción previa que Carlos III de Inglaterra organizó el domingo en Buckingham.
Ni alianza ni anillo de pedida. Se trata de un regalo de novios por parte de sus suegros, los reyes Pablo y Federica de Grecia. Doña Sofía desveló a Pilar Urbano en el libro «La Reina» (Plaza y Janés) cómo lo recibieron en el palacio de los «royal» helenos: «Al poco, al poquísimo de estar en Tatoi, el rey Pablo nos regaló unos anillos griegos antiguos, del siglo IV antes de Jesucristo. El de Juanito, con una piedra roja, puede que fuera un rubí. El mío, con la piedra negra, un azabache». En otro pasaje de la obra, la Reina emérita vuelve sobre esta pieza para matizar que dataría de un siglo anterior y habría sido un obsequio ideado directamente por Federica.
En cualquier caso, se trata de una obra que, más allá de su valor monetario, por tratarse de un ágata anaranjada milenaria que representa una figura mitológica, cuenta con un valor sentimental más que significativo para el Rey emérito. «Es claro guiño de aprecio, un detalle de reconocimiento y un signo de respeto a Doña Sofía y todo lo que ella representa para él», explica Valvanuz Sánchez de Amoraga, psicóloga experta en comunicación no verbal. Para esta también especialista en terapias matrimoniales, el hecho de que, después de las encrucijadas en las que se han visto envueltos, especialmente en estos años y meses, el hecho de que Don Juan Carlos porte el anillo habla de «una relación fluida y cordial entre ambos».
«Evoca al inicio de su relación, a ese primer enamoramiento que se sitúa mucho antes y por encima de sus responsabilidades como padres y monarcas y lo que vino después», apunta Sánchez de Amoraga sobre la carga emocional de la joya: «Podría llevar cualquier otro regalo o no llevar ninguno y, sin embargo, apuesta por identificarse con este vínculo de raíz con Doña Sofía». De ahí que la psicóloga subraye cómo «ese pasado lo quiere traer a su presente, reflejo de todo lo que han compartido, pero también comparten y les une hoy». Así, se apoya en los escasos instantes en que las cámaras de televisión les enfocaron en el transcurso de las pompas fúnebres británicas donde se vieron dos gestos de complicidad más allá de lo protocolario: la preocupación de Sofía ante las dificultades de caminar de Don Juan Carlos y la sonrisa con la que acoge el chascarrillo del Rey durante la celebración religiosa. «Si la relación fuera nula o se sintieran incómodos el uno con el otro, no habría lugar para la distensión. Más aún, él no llevaría un regalo de su suegra». Y añade: «Sin temor a equivocarme, estoy convencida de que la relación ni mucho menos es mala, hay contacto periódico, se llevan bien y hay un trato cordial, sabiendo donde se sitúa cada uno en este momento de su trayectoria vital». Eso sí, apostilla: «Estamos intentando equiparar una relación de reyes a una relación cualquiera, cuando es imposible por la complejidad de sus circunstancias excepcionales por su función».
«Se puede especular lo que se quiera, pero ese anillo es una evidencia de que Don Juan Carlos y Doña Sofía son un matrimonio», asevera Fernando Rayón, escritor, historiador y periodista especialista en monarquía, que insiste en que «la relación entre ambos sigue adelante». «Si tuvieran algún problema o si se estuviera negociando el fin del vínculo, no se les hubiera visto juntos en un acontecimiento como el de Londres», añade, con un aviso a navegantes: «El divorcio y la nulidad no se ha planteado ni se va a plantear en la Rota».
Sobre el hecho de que Don Juan Carlos porte la pieza en el meñique, la tradición lo interpretaría como un signo de estatus. De hecho, la primera referencia histórica al respecto se remonta a un tratado sobre los metales del romano Plinio El Viejo, para quien «indica ostentación suntuosa de tener guardado lo más preciado» en ausencia de anillos en otros dedos. Sin embargo, en la Edad Media se apostaba por dejar en el meñique la joya más valorada y delicada porque era menos probable que se dañara o rayara. En la era victoriana, todos los hijos de la reina británica adoptaron la costumbre de llevar un sello en el meñique, por lo que se consolidó, hasta hoy, en signo de nobleza para los hombres.
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