Eterna
Lady Di y el cariño de toda esta gente
Es un mito aspiracional, un personaje interminable en las páginas de la sociedad y la realeza, veintiséis años después de su muerte
«La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba». Estas son las primeras palabras del ensayo «El año del pensamiento mágico», convertido en una aclamada guía sobre el duelo firmada por la escritora americana Joan Didion, a quien, la noche del 30 de diciembre de 2003, le sorprendió la muerte de su marido mientras removía la ensalada de la cena. El 30 de agosto de 1997, Lady Di y Dodi Al-Fayed cenaron por última vez en la suite imperial del Ritz, la mejor habitación del cinco estrellas parisino que reproducía fielmente los muebles del cuarto de María Antonieta. Allí degustaron la comida elaborada por el restaurante Espadon del establecimiento de «papá Mohamed», galardonado con varias estrellas Michelin. Ella pidió un revuelto de champiñones y espárragos y, de segundo, lenguado con verduras rebozadas. Dodi, rodaballo a la parrilla y, para beber, champán Taittinger.
Fue, sin saberlo, su última cena. Luego, en la madrugada del 31, se subieron en un coche con dirección al apartamento de diez habitaciones de él, ubicado en la rue Arsène Houssaye. Nunca llegaron. Se estrellaron contra la columna número trece del túnel del puente del Alma de París, mientras eran perseguidos por los «paparazzi». Un final trágico, como el de María Antonieta dos siglos antes, en su caso detestada por el pueblo y ajusticiada en la guillotina. Nada que ver con la princesa inglesa, a la que aquel Mercedes condujo hacia la (buena) eternidad con sólo 36 años. Veintiséis años después, es un mito aspiracional, un personaje interminable en las páginas de sociedad y realeza del globo. Todo el mundo recuerda sus exequias, pero las de Dodi y el conductor del vehículo, Henri Paul, han caído en el olvido.
«Yo estuve en su boda, una de las sesenta reales a las que he asistido, y en su funeral. Nunca he visto tanto histerismo colectivo. Gente llorando por las calles… Impactó de una gran manera. Habría que hacer un estudio. Se humilló a la reina Isabel quien, incluso, tuvo que pedir perdón. La suya fue la biografía de la mujer más felizmente desgraciada», me cuenta Jaime Peñafiel. Casi tres décadas después, se continúa debatiendo sobre la triste figura que fue desde su infancia, de su creciente miedo a morir una vez dejó de formar parte de la Familia Real, de su enfrentamiento con el duque de Edimburgo y de sus visitas a una vidente, Rita Rogers, quien no dio ni una con ella.
¿Alguien quiso deshacerse de ella?
Todo esto ha provocado multitud de posibles conspiraciones y una cuestión que todavía sobrevuela Buckingham: ¿Alguien quiso deshacerse de ella? Su íntimo amigo, el argentino Roberto Devorick, quien se convirtió en su asesor de estilo y la empujó a vestir de Gianni Versace o Christian Lacroix, sostiene que el hijo de Al-Fayed, a quien la reina nunca quiso otorgarle la nacionalidad británica y era visto como una ofensa de ella a la que fue su familia política, solo fue un romance de verano. Sencillamente, alguien que podía darle seguridad, vacaciones de ensueño y medios tan potentes como un yate o un jet privado. Sin embargo, Roberto sostiene que estaba en realidad enamorada del cirujano pakistaní Hasnat Khan y hacía todo aquello para darle envidia.
Esta es una de las sombras de la princesa, quien a pesar de presentarse como una víctima, se las arreglaba para usar a la opinión pública a su favor. Incluso ella tenía una cara b. «Era frívola y bastante inculta», prosigue Peñafiel. De hecho, contraprogramaba a menudo a los Windsor, sus archienemigos –«Quiero ser el látigo de Indiana Jones», decía con su característica socarronería–, con un viaje de caridad, unas falsas fotos en topless o luciendo un «vestido de la venganza». También suscitaba cierta contradicción al maldecir a su marido por su relación con Camilla Parker-Bowles, a la que apodó «rottweiler», y admitir en público haberle sido infiel al hoy rey Carlos III con el comandante James Hewitt, un hombre tan parecido a su hijo Enrique que fue necesario un desmentido oficial para negar la presunta filiación.
Una vela que no apaga ni un vendaval
«Hizo ciertas cosas porque necesitaba afecto», manifestó Devorick a Martín Bianchi en 2017, entre otras grandes revelaciones que Lady Di le hizo. «Roberto, tengo una pesadilla recurrente. Sueño que estoy en la coronación y que cuando me colocan la corona se me cae hasta el cuello. Veo todo negro, no me la puedo sacar y me ahogo».
Al margen de esas tinieblas, su influencia resulta imbatible. No solo por sus «outfits» o su desesperación por ser feliz, sino por su labor humanitaria o su amistad con Teresa de Calcuta. Hay más de 18 biopics sobre su vida. Este mes, la revista «Tatler», la biblia de la aristocracia británica, se preguntaba hasta cuándo dará de qué hablar su legado. «¿Es demasiado pedir dejar que descanse en paz?». Tras su muerte, Tony Blair la apodó la «princesa del pueblo». En España, llamamos así durante un tiempo a Belén Esteban. En un arranque de inteligencia, cuando Aramís Fuster le preguntó cuál era su currículum, la ilustre vecina de Paracuellos contestó: «¿Mi currículum? El cariño de toda esta gente». Salvando las insalvables distancias, ocurre lo mismo con Lady Di. El cariño ni se compra ni se vende. La gente lo regala a quien quiere. Por eso, Diana sigue más viva que nunca. Una vela que no se apaga ni en medio de un vendaval, como le cantó Elton John. Y parece que así será por los siglos de los siglos.
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