Biografía

El infierno Playboy, según la «conejita» y viuda Crystal

Siete años después de la muerte de Hugh Hefner, su tercera esposa derriba su mito en unas memorias que publica utilizando su apellido

Hugh Hefner, left, and Crystal Harris
Hugh Hefner, left, and Crystal Harris Matt SaylesAgencia AP

Crystal ya no era una niña cuando se vistió de sirvienta francesa sexy para asistir a una de las fiestas de la mansión Playboy. Tenía 21 años y sabía que la recibiría un anciano de 83 años en pijama de satén y bata aterciopelada, ávido de señoritas jóvenes. Y si ella no era aún consciente, sí su madre, Lee, que ese día, además de terminar de aviar a la hija, la condujo a Hugh Hefner, que, por cierto, lamentó no haberla tenido en su juventud entre sus famosas «conejitas», nombre tomado del mítico logo de su revista Playboy, un conejito con corbatín de esmoquin.

Hugh Hefner
Hugh HefnerJae C. HongAgencia AP

Fue Crystal, hoy viuda de Hugh, quien escogió jugar y no tardó en ser la «conejita» favorita del libidinoso multimillonario fallecido en 2017. Estos días se encuentra promocionando unas memorias que llevan por título «Only Say Good Things» («Di solo cosas buenas»). Burlando la promesa de solo hablar bien de él que le hizo antes de morir, narra con todo lujo de detalles todo lo perverso y escabroso que ocurría en la mansión.

«Rápidamente aprendí que, si quería ser parte de este mundo, el precio era ir a la habitación al final de la noche con todas esas otras chicas. Este era el contrato», confiesa. Dice que ha necesitado cinco años de terapia para deconstruirse, pero esos días infernales que describe en el libro merecen algunas apreciaciones. Para empezar, Hugh Hefner nunca engañó a nadie. ¿Quién era este hombre a quien ahora describe como un anciano gruñón con hábitos repugnantes, como tomar un sándwich chorreante de tocino antes del sexo? En 1953 fundó su mítica revista Playboy, después de conseguir un préstamo de 8.000 dólares, y su primera portada fue para Marilyn Monroe. En su interior se publicaba por primera vez una imagen de la actriz desnuda por la que cobró 50 dólares. En 1971 colocó a la primera modelo afroamericana, Darine Stern, y en 1975 a una mujer masturbándose en la butaca de un cine. Hugh rompía todos los tabús sexuales, convirtiéndose en uno de los más exitosos empresarios gracias a la revista, icono del siglo XX, y el imperio creado en torno a ella.

Hugh Hefner, en 2009
Hugh Hefner, en 2009larazon

¿En qué pensó Crystal cuando pisó la mansión con su sugerente disfraz? Parece mofa, pero cuenta que al llegar a la fiesta encontró en la psicología, su carrera aún sin terminar, tema de conversación con Hugh. Tan embelesados debían de estar, que esa misma noche se hicieron amantes. Tres años después, en Nochevieja, se casaron tras firmar contrato prenupcial de «acero». 

Atracones de viagra

Hoy Crystal se presenta como una mujer frágil que perdió su identidad en «el infierno Playboy». En su búsqueda de sí misma ha necesitado derribar al mito, aunque no tiene empacho en seguir usando el apellido de su esposo, Hefner. Habla con sarcasmo de su vejez: «Todo el mundo tenía preguntas. Sobre todo, anatómicas». Y responde que su remedio contra la flojera sexual eran auténticos atracones de viagra que, según dice, le provocaron pérdida de audición. Al final, este poderoso galán que llevó a su portada a los grandes iconos de la belleza femenina e hizo de su marca un magnífico imperio, se convierte en su boca en un viejo rijoso con hábitos repulsivos: sopa de pollo enlatada y sesiones de sexo en grupo interminables en las que nadie alcanzaba el orgasmo si no era de forma manual. Según su viuda, su insistencia en usar aceite de bebé en lugar de lubricante provocó que todas las mujeres sufrieran infecciones vaginales. Para evitarlo, ella optó por la vía anal, sin que el marido «notara la diferencia».

Hugh Hefner con algunas de las chicas Playboy
Hugh Hefner con algunas de las chicas Playboylarazon

A estas perlas la «exconejita» suma otros aspectos no menos sórdidos referidos a la legendaria mansión que construyó el arquitecto Arthur R. Kelly en 1927, epicentro durante décadas de las fiestas más salvajes y exclusivas. Allí acudían Jack Nicholson, Rolling Stones, Di Caprio, Woody Allen o Bill Cosby, denunciado por dos mujeres que declararon que habían sido drogadas y abusadas sexualmente. «No se limpiaba bien, había moho y después de un tiempo se veía descuidado y asqueroso. Había demasiadas fiestas, estaba todo desgastado», describe Crystal. La dejadez llegaba a ese zoo privado de especies exóticas tan apreciado por el magnate. «Todos esos animales estaban muy deprimidos y tristes».

En la composición de sus recuerdos, la viuda nos lleva hasta el dormitorio principal, testigo de infinitas orgías grabadas por un circuito de cámaras ocultas que ella describe como «pequeños agujeros espías». Hugh le explicó, sin mostrar demasiado interés, que filmaba muchos VHS. Tenía grabaciones en las que aparecían celebridades, políticos y líderes empresariales. Gentes de gran nivel, a menudo casados, que estarán leyendo aterrados sus memorias. En el techo, un gran espejo sobre la cama hacía las delicias de Hugh en sus versiones voyeur y narcisista, puesto que, según desvela Crystal, jamás apartó los ojos de él mientras hacían el amor.

El primer número de Playboy eligió a la "ambición rubia" para su portada
El primer número de Playboy eligió a la "ambición rubia" para su portadalarazon

Las «conejitas» que de forma voluntaria decidían quedarse tenían toque de queda a las seis de la tarde. Tres veces por semana, sesión de cine clásico o erótico. Y los domingos, orgía grupal. «Era vergonzoso», dice. «No conocía a casi nadie de la gente que estaba en el dormitorio, que era mucha». Añade que no se le permitía salir de casa, viajar o ir a la playa. Igual que el resto de las conejitas, recibía mil dólares semanales para cuidados estéticos que él dictaba: implantes mamarios, cabello rubísimo, manicura… cualquier cosa con tal de lucir una imagen exageradamente explosiva.

¿Qué le retuvo?

Con la perspectiva del tiempo, siente que hubo algo parecido a un síndrome de Estocolmo. «Lo único que puedo decir es que, si vienes de una infancia feliz, perfecta y amorosa, lo normal es no acabar con alguien que te saca 60 años», justifica. La suya fue precaria, más después de perder a su padre con 12 años. Vio la posibilidad de una felicidad basada en oropeles y una viudez millonaria inminente. De hecho, heredó siete millones de dólares y una casa de otros cinco millones.

Sus memorias contradicen las palabras que pronunció después de su muerte: «Me enseñó mucho. Me enseñó el amor, la bondad… Es raro encontrar alguien así». Hoy su narrativa es diferente y culpa a este viejo libertino de su infelicidad, pero lo hace usando su apellido, más lucrativo que el suyo de soltera. Vive plácidamente en Hawái, ha viajado por todo el mundo, ha vuelto a amar, tiene 3,2 millones de seguidores y ha congelado sus óvulos para ser madre. Su marido descansa junto a Marilyn Monroe, sin que le puedan ya pitar sus malogrados oídos.

¿Qué fue de la mansión Playboy?

Ubicada en Holmby Hills (Los Ángeles), poco queda de la mansión de estilo gótico Tudor que compró Hefner en 1971 por un millón de dólares para crear su imperio. Apasionado por su arquitectura y sus 1.670 metros cuadrados, el multimillonario Daren Metropoulos, hijo de un empresario griego que persiguió desde niño el sueño americano, la compró en 2016 por 100 millones de dólares, la mitad de lo que le pedía Hefner. A cambio, le permitió vivir hasta su muerte. Antes de iniciar las reformas, la propiedad sufrió un saqueo que agravó su mal estado.

The swimming pool at the Playboy Mansion on in Holmby Hills, Los Angeles, California
The swimming pool at the Playboy Mansion on in Holmby Hills, Los Angeles, CaliforniaFREDERIC J. BROWNAFP

Los vándalos vaciaron sus habitaciones, llevándose desde lencería y sábanas usadas hasta obras de de gran valor. Para su remodelación, el nuevo propietario contrató a Richard Landry, el arquitecto de los famosos que, con un presupuesto de 10 millones, recibió el encargo de devolver el esplendor a esta mansión, en su día considerada el «sueño hedonista de una generación». Hoy su uso se reserva a eventos y rodajes de cine.