Moda
Ramón Esparza, el otro amor a la sombra de Balenciaga
Descubrimos a la persona que había detrás del genio de la moda Cristóbal Balenciaga, quién se encargó de divulgar su obra a través de diversas exposiciones
Según apunta Mariano Fortuny en la patente del Delphos, no fue él sino su pareja, Henriette Negrin, a quien debemos la autoría de uno de los vestidos más revolucionarias de la moda. Philippe Venet décadas más tardes, dejó de lado una carrera brillante para volcarse de lleno en Hubert de Givenchy, su pareja durante más de setenta años. La mayoría de las veces, vivir a la sombra de un genio eclipsa a otros grandes creadores que podrían haber inscrito su nombre en la historia con letras de oro, pero que optaron por ceder su protagonismo por amor.
Poco se sabe de la vida sentimental de Cristobal Balenciaga. El diseñador vasco, maestro de maestros de la alta costura, supo proteger como nadie ese terreno y no ha sido hasta hace relativamente poco tiempo cuando el público en general ha empezado a tener más conciencia del papel que Vladio d’Attainville tuvo en los inicios de su casa de modas en París. Ambos formaron una pareja creativa que duró hasta 1949, año en el que falleció D’Attainville y que provocó que Balenciaga vistiera de luto a toda la sociedad parisina (sin esta ser plenamente consciente de por qué vestían de negro). Recuperado ya del luto, en su taller entró el joven navarro Ramón Esparza, quien se convertiría con el tiempo en su mano derecha y al que muchos definen como «su compañero de vida durante 25 años».
«Ramón es el gran desconocido», asegura Mariu Emilas, autora del libro «Balenciaga: mi jefe» y heredera de dos de los colaboradores más cercanos del maestro: su abuelo y su padre. «Fue una bellísima persona y, tras la muerte del señor Balenciaga, se dedicó a divulgar su obra en diferentes exposiciones». De hecho, Esparza tardó solo dos años en conseguir que lo más granado de la sociedad española se juntara en 1974 para organizar dos años después del fallecimiento del diseñador una de las mayores muestras que se han celebrado en honor del Maestro y a la que la mismísima Carmen Polo cedió seis vestidos firmados por el modista vasco. El entonces Palacio de Archivos y Bibliotecas (actual sede de la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional) acogió aquel homenaje para el que no se escatimó en presupuesto: Pinto Coelho se encargó de la decoración, Cecil Beaton escribió una reflexión sobre el maestro y hasta el propio Joan Miró se encargó de la portada: «Por Cristóbal hago lo que me pidan», contestó cuando se lo propusieron.
En vida del diseñador, Esparza fue su gran colaborador: «Siempre estaba en las pruebas y en los preparativos de la colección, ya fuera para darle el alfiler o para, incluso, atreverse a dar su opinión», recuerda Emilas. «Tenía el ojo muy educado. Mi padre recordaba siempre una ocasión, en París, cuando estaban probando un vestido y Ramón le sugirió al Maestro a ponerle un lazo en un escote. Eso solo lo podía hacer él, aunque Balenciaga le contestara que no hacía falta».
Ese buen ojo que había entrenado junto al rey de la alta costura le valió al modisto navarro (Esparza era oriundo de Lesaka, en el norte de la comunidad foral) para ser el sucesor de Coco Chanel al frente de la casa de la camelia (y eso que él había sido el encargado de traducirle a Balenciaga años antes –el maestro no hablaba inglés– la entrevista que la publicación Women’s Wear Daily le había hecho a Chanel y cuyas palabras provocaron el enfrentamiento entre estos dos talentos). Tras el fallecimiento de esta, el modista se encargó de la temporada de 1973 que resultó, según los expertos «demasiado Balenciaga», por lo que su carrera al frente de la casa de la camelia se frustró. Fue entonces cuando se retiró de manera casi definitiva a su pueblo para, desde allí, reivindicar la carrera del creador de moda más importante del siglo XX.
«Vivía con sus hermanas, que eran encantadoras, como él», recuerda Loli Cayuela, madre del diseñador Álvaro Castejón, fundador de Alvarno junto con Arnaud Maillard, y que acabó siendo una de las mejores amigas de Esparza en su última época. «En aquella casa se adoraba a Balenciaga, tenían fotos suyas en el cuarto de estar, libros... Para nosotros era delicioso ir a hacerle una visita, como estar con él cuando venía a Pamplona y se hospedaba en el hotel Yoldi». Era en esas visitas a la capital navarra cuando Cayuela disfrutaba invitándolo a cenar a casa: «Le encantaba la borraja, la merluza y la leche frita que hacía mi suegra». La intimidad de una buena cena, incluso, le animaba a recordar viejas anécdotas con su compañero de vida: «Me hacía mucha gracia cuando relataba el viaje a Egipto que hicieron, llenos de baúles, o cuando Balenciaga, con todo el equipaje hecho, decidió en el último momento que no se iban porque se había enterado que podía coincidir con una persona que no le apetecía ver».
Los lazos con la familia Castejón-Cayuela incluso llegaron a influir en el destino de su hijo Álvaro, a quien le ayudó a enfocar su carrera como diseñador: «Era un señor entrañable, yo le tenía mucho cariño», asegura Castejón que ahora lidera la firma Alvarno junto con Arnaud Maillard. «Él fue quien me orientó cuando le dije que quería dedicarme a este oficio y me transmitió todo lo que sabía. Por él me fui a estudiar al FIT en Nueva York».
Detrás del hieratismo que podía aparentar Balenciaga, la pareja sabía pasárselo bien: «A mí me hacía mucha gracia cuando recordaba la boda de Carmen Martínez Bordiú», comenta Cayuela. «Según me contaba, no llegó el ramo de flores y lo tuvo que improvisar él con las que le habían enviado a la novia. Y, aunque estaban invitados, optaron por ver el enlace desde la cama de una de las habitaciones del Palacio del Pardo. Aquello él lo recordaba con una risa inocente, como de un niño, como una travesura ».
Y todo sin perder nunca la admiración por Balenciaga: «Cuando hablabas con Ramón, Cristóbal siempre estaba incluido en la conversación, era su vida», explica Castejón. «Yo creo que él se quedó en la época en la que vivieron juntos. Había coincidido con André Courrèges, con Emanuel Ungaro, con Hubert de Givenchy, con Óscar de la Renta… Me acuerdo, incluso, que una vez le llevamos a Bilbao a unas conferencias con Chillida y su mujer, Pilar».
Es difícil brillar cuando uno tiene al lado a alguien como Cristobal Balenciaga: «La gente le quería, pero solo se hablaba de Balenciaga», concluye desde Pamplona su amiga Loli Cayuela. Y él no fue el único. Otros diseñadores españoles que triunfaron en París, como José de la Peña, que fue el gran colaborador de Jacques Doucet (y con quien se educó Balenciaga); Antonio del Castillo, que resucitó Lanvin; Ana de Pombo, que recuperó Paquin; Julio Laffitte, que hizo brillar la firma Patou, o Rafael López Cebrián, que triunfó con su firma Raphaël, han sabido lo que es el olvido cuando hay un sol que ciega al resto. Pero la historia a veces se da la vuelta y no está de más dedicar de vez en cuando unas líneas a reconocer el trabajo de otros genios que, como es el caso de Ramón Esparza, ayudaron a que un maestro fuera todavía más genio y despuntase en el mundo de la moda..
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