Gastronomía
Ronda de bares: Memoria polar en Palencia
Aquí se celebra la verdadera liturgia: caña al punto, vino con pellizco, y esa tapita que es diploma de hospitalidad
En el corazón palentino, se abre un templo con nombre de frío y calor a la vez. Alaska, que no es tierra de osos ni de iglús, sino de parroquianos, levanta su techo alto y sus molduras decimonónicas como un retablo sentimental. Engaña la arquitectura señorial, porque en la barra —de zinc con mármol, brillante como espada recién bruñida— se celebra la verdadera liturgia: caña al punto, vino con pellizco, y esa tapita que es diploma de hospitalidad.
El oficiante es Luis, heredero de un linaje tabernario que se remonta al día previo a la tormenta civil del 36. No es metáfora: su padre, don Luis Fernando, abrió la persiana el 17 de julio, víspera de la España rota. Aquella fecha quedó incrustada en la madera como una esquirla. Y el nombre elegido, Alaska, aún le trajo sinsabores con los uniformados del régimen, que veían fantasmas soviéticos en cada esquina. Puro disparate de despacho, porque las barras siempre han dado más convivencia que cualquier hemiciclo.
Hoy la casa sigue viva, con otro Luis Fernando ya enredado en la trama generacional. Se habla de sardinas de lata que saben a mar, de boquerones con el vinagre justo, de croquetas de humo que recuerdan a la abuela, de callos con trapío y de chacinas que no admiten tregua. Triada constante: vermú, ración y palabra. Porque en Alaska, como en todo tabernazo de raza, lo esencial no es el plato sino la tertulia. Humo de viajeros y pesquisas perdidas. Han pasado dictaduras, crisis, mudanzas y modas, pero el zinc de la barra sigue brillando como espejo de barrio. Y cuando Luis levanta la ceja y dice que esto aún es «la casa», uno entiende que hay cosas que no se mueven ni con terremoto. En Alaska se oficia con memoria y con orgullo. Como escribió don Rafael de Paula sobre el compás flamenco, aquí la clave no está en tocar más rápido, sino en resistir con arte.
Porque, no hay más verdad, los bares duran más que las ideologías.