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Cristina Stop: «En el espejo me veo monísima de la muerte»

Cantante

Cristina Stop
Cristina Stoplarazon

Así, para entendernos, María del Carmen Arévalo Latorre siempre fue, entre nosotros y para el mundo, Cristina la de Los Stop; ahora, y por consejo de Juan Pardo una tarde que le estaba tocando algo al piano, ha alcanzado la pura síntesis y se ha quedado en Cristina Stop, algo que debería tener en cuenta la DGT a la hora de sus campañas publicitarias. Una cosa tipo UEFA: escuche a Cristina, respete el stop. Ya: alguno lo interpretaría en clave de Zarzuela, pero quedaría muy pop.

–¿Y dónde podemos escucharla ahora, Cristina?

–Cuelgo mis canciones en YouTube, Facebook... Ahí me encuentra la gente. Mis hijas me tienen que organizar el sistema para que eso dé dinero. En la red está mi fan número uno, que lloró cuando me casé mientras rezaba por lo bajo: Señor, que no haya encontrado un marido que la retire de la canción. Se llama Antonio Segarra, tiene todas mis canciones. Nos llamamos a diario y me ayuda con lo de YouTube y Facebook. Un cielo.

Bienaventurada Cristina que ha encontrado a su gran fan. Siempre es mejor y de más provecho que un marido. Al principio, sus padres fueron reacios a darle permiso para que se fuera a cantar por ahí, pero los muchachos de Donald Duck –así se llamaban Los Stop entonces– les aseguraron que protegerían su virtud como si fuera la más querida de sus hermanas. Hacían suplencias en las salas de baile cuando los grupos más conocidos descansaban. Cantaban versiones y en su primer disco, allá por el 66, sonaban «Un hombre y una mujer», «La catedral de Winchester»...

–Todos hacíamos versiones en aquellos tiempos –me dice Cristina–; aún no teníamos autores que compusieran para nosotros. El gran éxito nos llegó con «Tres cosas hay en la vida».

–Salud, dinero y amor. ¿Hay algo más?

–Creo que no. Si tuviera que elegir, me quedaría con la salud, porque si palmas, ¿qué sentido tienen el dinero y el amor? De salud voy bien. Bueno, ya sabe, algún dolor de riñones, algo de las lumbares...Si a partir de los setenta no te duele algo por las mañanas, es que estás muerto.

–¿Y cómo anda de dinero?

–No tengo. No me hice rica cantando. Fui una trabajadora de la canción y lo sigo siendo. Sigo viviendo de ella. Estoy en la red. Hago galas. No hay mejor terapia para todos los males que el escenario.

–¿Y de amor?

–No echo de menos a un hombre. Te acabas acomodando a vivir sola: hago lo que quiero y no tengo que soportar a nadie ordenándome la vida y largando quejas todo el tiempo. Hubo dos en mi vida y tuve una hija con cada uno. Salí escaldada de parejas. Aprendí a ser moderna, o sea, que para tener relaciones no hace falta estar casada.

–Cosa bien antigua...

–Sí, pero algunas lo descubrimos tarde. Me liberé al romper con mi segunda pareja. Sigo pensando que debería haberme liberado antes; las cosas me hubieran ido mejor; los maridos siempre son un freno, que si por qué llevas la falda tan corta, que si por qué le has dedicado una canción a ése, que si... Me liberé tarde, pero me liberé.

Antes, mucho antes, TVE le propuso a Cristina ir a Eurovisión. La banda se encabritó: o vamos todo el grupo (Los Stop) o no vas. Y ahí surgieron los problemas, esas eternas cuestiones de honor artístico ofendido, de vanidades y orgullos heridos. «Siempre hay cierta envidia a la que canta, es a la que más se ve y se oye», dice Cristina. Dejó a Los Stop («fue un error disolver el grupo», comenta) y siguió su carrera en solitario. En el 79 se retira, abre una peluquería y se dedica a cuidar de su hija Alejandra. Vuelve en el 88, «porque no puedo vivir sin cantar». En el 99 estrena aventura americana: Miami la acoge con éxito y sus fans cubanos la comparan con Olga Guillot. Y desde entonces ha vuelto seis veces más.

–Cuénteme qué tal envejece...

–Ante el espejo me veo perfecta, monísima de la muerte. No me cabrean las arrugas, pero si tuviera pasta me haría un buen tratamiento. Los otros defectillos los disimulo con mis modelos.

Porque ella cose; podría haber sido diseñadora. Transforma los trajes viejos a su antojo: «Le pongo a uno el cuello de otro, las mangas de aquel... Me lo paso genial cosiendo. Una amiga me dice que soy única en esa tarea. Me hago unos modelos maravillosos». Cree que lo peor de envejecer es no aceptarlo. Quisiera borrar del pasado los malos ratos con sus parejas. Sigue fumando. No es nostálgica: «Nunca pienso en lo que pude haber sido y no fui, en lo que pude haber hecho y no hice; no hay marcha atrás, ¿sabe? Lo hecho, hecho está».