Gente

Podemos

Irene Montero, las amistades “peligrosas” (y radicales) con las que despide el verano

Aprendió radicalidad con Mélenchon y Sandrine Rousseau a la que copia sus ideas descabelladas sobre Afganistán

Irene Montero y Jean-Luc Mélenchon
Irene Montero y Jean-Luc Mélenchonlarazon

Si el año pasado por estas fechas Irene Montero sorprendió con su gira cuché y posados al más puro estilo Preysler, este despide el verano con nueva entrega de imágenes en Twitter, esta vez de carácter bucólico, tomadas por su fotógrafo de cabecera, Dani Gago. Con vaqueros tobilleros de pernera ancha algo acampanados y una chaqueta de punto, a la ministra se la ve despreocupada y sintiendo la libertad que emana la naturaleza en el idílico Châteauneuf-sur-Isère, una comuna francesa a orillas del Ródano. Le faltó tocar la flauta para una poesía pastoril.

En este pintoresco paraje el movimiento de extrema izquierda La Francia Insumisa ha congregado, durante los últimos días de agosto, a unos 4.500 activistas y algunas figuras políticas internacionales. Entre ellas, la ministra de Igualdad. El líder, Jean-Luc Mélenchon, candidato por tercera vez al Elíseo, calienta motores de cara a las elecciones de 2022. En las imágenes se aprecia que ambos mantienen una distendida conversación junto al lago Aiguille, en medio de una exuberante vegetación, muy lejos del ruido que se vive en ese momento en el aeropuerto de Kabul, donde el personal sanitario hace recuento de víctimas en el atentado perpetrado unas horas antes por el Estado Islámico.

No es fortuito que a su vuelta a España la ministra nos deleitase con una inefable comparación de la opresión que vive la mujer afgana con el resto de las sociedades y culturas, incluida la nuestra. Viene con el ideario pulido después de estas jornadas junto a figuras como Sandrine Rousseau, la candidata ecologista que anda en busca de alianzas internacionales para su peregrino gobierno de «rock and roll inclusivo». Activista de un ecofeminismo que define con expresiones como «prefiero mujeres que lanzan hechizos a hombres que construyen reactores», declara que el mundo está muriendo de racionalidad. Igual que Montero, ella también ha vertido su particular exabrupto en la crisis afgana aplaudiendo la posible llegada de terroristas: «Mejor tenerlos en Francia para monitorearlos».

Radical, polemista y anticapitalista, Rousseau enuncia las tres depredaciones del capitalismo: el cuerpo de los negros, la mujer y la naturaleza. Sus descabelladas ideas son motivo de mofa en las redes, embarrando a quien le baila el agua. Esta vez, la ministra de Igualdad. Posó con ella y en su cuenta de Twitter pasó por una jovenzuela más. «Cómo arruinar la carrera de una chica española poniéndola en la foto sin decirle las tonterías que llevamos arrastrando unos días», dice un usuario. «La pobre chica española probablemente no tenía ni idea de con quién se estaba fotografiando», replica otro.

Diferente actitud

La «pobre chica» sí sabía y en su intervención, junto a Rousseau, tomó la posición de poder. Menos ministra y más activista que nunca, Montero se sentó con una pierna encima de la rodilla apropiándose de esa costumbre tan masculina de espatarrarse ocupando más espacio del debido. Ante el tono de voz estridente de su compañera de mesa, su gesto intimidatorio estaba más que justificado. La imagen contrasta, sin embargo, con la postura que mantuvo frente al líder Mélenchon. Sus piernas cruzadas, esta vez bien juntas, revelaban inseguridad, según las teorías del investigador Paul Ekman.

Sin el consorte que repartió generosamente el poder con ella sirviéndose del llamado power couple (poder en pareja), la ministra busca una nueva liturgia que la agrande. El activismo es una herramienta en auge y efectiva, pero su retórica empieza a ser cansina, incluso dentro del Gobierno. Ella también busca alianzas feministas en sus proyectos de resistencia. ¿Es el líder insumiso la mejor compañía para su meta? Mélenchon es una figura denostada para buena parte de los franceses. Fundó La Francia Insumisa en 2016 en un contexto de decepción que le hizo ganar predicamento, sobre todo entre los jóvenes, pero ahora ese descontento se lo ha agenciado Marine Le Pen.

Alardea de radicalidad y de edad. Alardea de que conoce bien su país. «65 millones de gruñones, cada uno con dos opiniones diferentes para cada tema», y eso en sus días buenos. Marxista confeso, es hombre de largos discursos y ataques impíos. A Macron, a Merkel, a los medios. A pesar de que al hablar se toma su tiempo, responde con arrebato cuando le preguntan por su militancia juvenil en el trotskismo de Pierre Lambert, líder de una corriente sectaria, violenta y misógina. Su imaginaria VI República traería una Constitución nueva, legalización del consumo de cannabis, subida histórica de impuestos a los ricos y a las multinacionales, más intervención del Estado, jubilación a los 60 y reducción del tiempo de trabajo.

El nexo con Montero viene por Iglesias. Aunque Mélenchon tiene más imán, buscó en él alianzas. Una de sus citas se produjo pocas horas antes de que Montero, también presente, diese a luz de forma prematura a sus gemelos. Se maneja muy bien con el español, ya que uno de sus abuelos nació en Mula (Murcia) y otro en Valencia. Es la lengua que usó en su encuentro con Montero, a pesar de que algunos despistados han aprovechado para exaltar el dominio de idiomas de la ministra.