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Galicia

Tristeza blanquiazul

La Razón
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Hace veinte años que amo Galicia. Comencé a querer La Coruña con Antena 3 y La Voz de Galicia, más tarde por Radio Voz, la etapa periodística más feliz de mi vida, y por «Diario 16». Santiago Rey fue mi presidente, mi editor y una referencia vital, casi un segundo padre. Sé que hoy está triste, como todos los coruñeses, como los muchos amigos de esa ciudad por la que tuve el honor de caminar, madrugar y trasnochar.

Memorables paseos por Riazor y por Orzán con Luis Suárez, Arsenio Iglesias y Amancio Amaro; con Paco Vázquez; con Vituco Leirachá, Pablo González Mariñas e Ignacio Moratilla; cenas en La Cabaña del Cazador con José Luis Queijeiro; el horizonte con Fernández Trigo. Memorables las copas con Tristán, Sergio y veinte más, en el Geographic de Juan Canalejo en la madrugada. Primaveras que volverán con mi queridísimo Moncho Goyanes, coruñés de sangre azul, que me bajó navegando el temporal por la Costa da Morte.

Hay recuerdos blanquiazules en las enormes olas atlánticas, que acarician Muxía y Camariñas, besan Malpica y embisten en Sisargas; como Djalminhas y Bebetos, Franes y Rivaldos, Donatos y Nandos... Amaneceres en la terraza del María Pita, cuando el sol abrillantaba las crestas del mar. El sábado llegaron hasta ellas las lágrimas de Pepe Domingo Castaño. Y las de Alfredo, mi Rey de Copas. Rezo por todos mis amigos de la ciudad en la que nadie es forastero, pido que regresen las meigas que trajeron la alegría a la vieja torre de Maratón, hija menor de la de Hércules, torre trimilenaria entre los faros que alumbran al mundo y que, como dice Carlos Goñi, alumbran mi vida...