Barcelona

De las primarias de Zapatero al acto de Anoeta

ETA mandó una carta a Moncloa en agosto de 2004, tres meses antes del mitin

Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, en una imagen de archivo
Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, en una imagen de archivolarazon

MADRID- El germen del acto y de la declaración de Anoeta del 14 de noviembre de 2004, por el que ahora se juzga a Arnaldo Otegi en la Audiencia Nacional, no es otro que la obsesión del presidente del Gobierno por acabar con ETA. El «conflicto» vasco siempre le ha atraído. No concibe cómo una organización terrorista puede campar a sus anchas en plena democracia. Un insigne líder de los socialistas vascos nunca olvida cómo un joven Zapatero recién llegado a Madrid le interrogaba sobre Euskadi y ETA. Desde entonces, el fin de la banda se convirtió en su objetivo prioritario.
Consciente de que la prisa es mala consejera de viaje, se tomó su tiempo, después de alzarse con la victoria en las primarias del PSOE de 2000. Tenía que encontrar el hombre adecuado para sustituir a Nicolás Redondo al frente del PSE-E. Un íntimo suyo, que reside en Cataluña, le llamó la atención sobre Patxi López, quien se refugiaba en Barcelona cuando necesitaba un respiro. En mayo de 2002 López, partidario de dialogar con la banda, estrenaba despacho. El recién nombrado secretario general del PSE-E no se durmió en los laureles.
Con la autorización del presidente bajo el brazo para hacer y deshacer a su antojo, inició los contactos con el aún parlamentario Arnaldo Otegi en el propio Parlamento vasco. Por aquel entonces, Otegi ya había apostado por una «solución pacífica». Tan convencido estaba de ello que un día de invierno, en sede parlamentaria, interceptó a su paso sin ningún éxito al aún presidente del PP en el País Vasco, Jaime Mayor Oreja.
Mientras López en 2002 mantenía reuniones «semiclandestinas» con los dirigentes batasunos, Jesús Eguiguren, presidente del PSE, abordaba abiertamente la posibilidad de que ETA entregara las armas con su amigo de la infancia Íñigo Iruin, abogado defensor de Batasuna y de presos etarras. Estos encuentros propiciaron que entre finales de 2003 y el primer semestre de 2004 destacados líderes del socialismo vasco se entrevistaran con Josu Ternera, dirigente de ETA a quien se atribuye la redacción del documento de Anoeta de Batasuna del 14 de noviembre de 2004, en el que se apuesta por la negociación con el Gobierno. Otras fuentes incluso aseguran que en 2004 un emisario de Jesús Eguiguren se reunió con Mikel Antza semanas antes de ser detenido en Francia. Estas fuentes no descartan que Antza, que cumple condena en el país vecino, tuviera, junto con Ternera, un papel destacado en el fracasado proceso de paz.
Cuando Zapatero se convirtió en el inquilino de La Moncloa en abril de 2004, los socialistas vascos le habían allanado ya el camino para una negociación con la banda. De hecho, ETA remitió en agosto de ese año su primera misiva al Palacio de La Moncloa. Su destinatario, un hombre de la más estricta confianza del presidente, no daba crédito al leer su contenido. Zapatero, por fin, tenía la señal que llevaba tiempo esperando. A partir de ese instante el jefe del Gobierno encargó a distintas personas contactar con la cúpula etarra, amén del canal abierto por los socialistas vascos.
Eguiguren y Francisco Egea, líder del socialismo vasco, no podían seguir avanzando en sus encuentros sin comprometer una eventual negociación con la banda. Pese a ello, siguieron reuniéndose con altos dirigentes de Batasuna, que, por otra parte, tampoco podían hablar en nombre de ETA. El líder de LAB Rafael Díez Usabiaga jugó en esas reuniones un papel más crucial que Otegi.
Si el proceso maduraba, el presidente había decidido ya encargar al partido la puesta en escena en el Congreso de los Diputados: una resolución en favor de negociar con la banda, siempre y cuando renunciara a la violencia. Pero antes quería pisar terreno firme. Para él, era clave conocer de primera mano el ánimo de la cúpula etarra. Por eso encargó las «tomas de temperatura» a diversas y dispares personas. Las «tomas de temperatura» dieron los frutos deseados y posibilitaron el documento de Anoeta del 14 de noviembre de Batasuna. El proceso marchaba sobre ruedas. La guinda la puso ETA, con una segunda misiva dirigida al mismo destinatario de La Moncloa, en la que, al igual que en la primera, se mostraba partidaria de abrir una negociación para sondear la posibilidad de entregar las armas definitivamente.