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CRÍTICA DE CINE / «Camino a la libertad»: Huir es la vida

Director: Peter Weir. Intérpretes: Jim Sturgess, Colin Farrell, Ed Harris y Saoirse Ronan. Guión: Keith R. Clarke y P. Weir a partir del libro de Slavomir Rawicz. USA, 10. Duración: 133 min. Drama histórico.

 
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No llega a los extremos del esquivo Terrence Malick, pero el británico Peter Weir ha tardado siete largos años, el tiempo transcurrido desde que estrenó la excelente «Master and commander» (2003), en elegir nuevo proyecto. Y se decantaba el director de «Único testigo», «Gallipolli» y «El show de Truman» por un libro que, polémicas a un lado (¿realmente el escritor Slavomir Rawicz narra en este «best-seller» su propia experiencia, como dijo, o se «apropió» de las vivencias de un compatriota polaco?), desempolva del olvido cinematográfico una terrible, espantosa certeza histórica: los cientos de miles de seres humanos que, en los años 30 y posteriores, fueron condenados a los gulags, aquellas espeluznantes prisiones que tanto mimó el sanguinario Stalin, estercoleros cochambrosos, sucios, porqueras de tortura abarrotadas, sobre todo, de hombres inocentes y famélicos cuyo único delito fue quizá parodiar a un mandatario comunista. O faltar tres veces al trabajo. Víctimas que padecen ceguera nocturna debido a la falta de vitaminas, por ejemplo.

En uno de esos guetos siberianos, un grupo de presos decide huir. A pie, hasta la tierra prometida, donde quiera que se encuentre. Diez mil kilómetros les contemplan. Sin comida ni agua apenas, medio descalzos. El sólido Weir narra con sobrias maneras la epopeya de este heterogéneo puñado de personajes (entre ellos brilla con una luz especial y distinta el enigmático americano que interpreta, impecable, Ed Harris), un via crucis por pasajes helados, aunque luego atravesarán el desierto y será peor, infinitamente peor. Con los subrayados dramáticos justos, no hay lugar tampoco en la cinta para trampas lacrimógenas: esta historia de supervivencia extrema en un medio hostil (un tema que ya había atraído la atención de Weir, véase «La última ola», 1977) filmada en ocasiones con una elegante majestuosidad que evoca a David Lean, se cierra con un aliento de esperanza: después de tanto dolor, de caminar como zombis desesperados mientras algunos van muriendo en la odisea, puede llegar el perdón. Y, con él, la libertad.