Foro Asturias

Alfredo

La Razón
La RazónLa Razón

«A partir de ahora, llamadme Alfredo». Bellísima petición. Coincido plenamente con Federico Jiménez Losantos en que Alfredo, Alfredo a secas, Alfredo a lo grande, sólo hay uno, al menos para los madridistas y los buenos aficionados al deporte. Don Alfredo Di Stéfano. Existen dos tipos de personas. Los que se conocen por el nombre o por el apodo cariñoso y los que se distinguen por sus apellidos. Rubalcaba pertenece al segundo grupo. Por otra parte, Rubalcaba es Pérez con anterioridad, que así se apellidaba su padre, un ilustre comandante de líneas aéreas. Adolfo Suárez es Adolfo para casi todos. No necesitó reunir a los militantes de UCD para pedirles semejante bobada. «A partir de ahora, llamadme Adolfo». Ya se lo llamaban. Como Pepiño Blanco, al que le decimos «Pepiño» los que apenas le conocemos. Nadie le llama Blanco. Si en una charla alguien comenta «he visto a Blanco muy preocupado por los acontecimientos», siempre surge el que pregunta: «¿Qué Blanco?», o «¿Quién es Blanco?». Con Pepiño no hay problema. A Jaime Mayor Oreja se le sustrae el primer apellido. Sus amigos nos referimos a él como «Jaime» y sus enemigos como «Oreja». Se trata de costumbres, de tics adquiridos, de modismos habituales que no se pueden cambiar de la noche a la mañana. Rubalcaba es Rubalcaba para casi todos, y por mucho que quiera que se le llame Alfredo, se distingue a cien leguas que sigue siendo Rubalcaba. Entonces aparece el cursi. «Es que Alfredo es más cálido».

La izquierdilla española, es decir, la de Visa Oro, usa de dos voces con asiduidad perforante. «Cálido» y «mágico». Lo de «mágico» es de cineastas. «¿Cómo definiría su última película?», pregunta el sagaz entrevistador. «Creo que es mágica», responde el realizador vestido de cine mientras se rasca la barba para que su pulga preferida decida abandonarlo y pernoctar en la Puerta del Sol. «Lo mejor de Amenábar es que és muy cálido cuando trabaja». Y se acepta, claro, porque quien no ha trabajado con Amenábar no puede poner peros a su calidez. Así que Rubalcaba, cuando pretende ser llamado Alfredo, es cálido y mágico a la vez, aunque siga siendo Rubalcaba. En lugar de ZP, AF. «Hoy nos recibe AF», dirán encantados los que ya le dicen «Alfredo». Si no me equivoco, puede haber lío en el empeño, porque AF me suena a muebles de oficina. Pero no es cosa de alarmar ni buscarle tres pies al gato. No obstante, y Rubalcaba sabe bien que personalmente cuenta con mi viejo aprecio, lo de «alfredo» no le va a salir, por una sencilla razón. Quien lleva treinta años siendo Rubalcaba, para los unos y para los otros, seguirá siendo Rubalcaba para los otros y para los unos, y sólo le llamarán «Alfredo» los jóvenes aspirantes a subir un escalón en el PSOE, que sería conveniente que lo hicieran, por otra parte. Además, que Rubalcaba es listo, pero no mágico, y simpático, pero no cálido. Cálida es Carla Bruni, por poner un ejemplo que no precisa de exégesis profundas. AF está a tiempo de recapacitar. Si lo que busca es una buena cosecha de votos, que no la va a tener, lo mejor es no cambiar de marca. Se puede entender desde el prisma de la añagaza. El pasado cuenta. Pero «Alfredo» no podrá borrar nunca el pasado de Rubalcaba, porque la gente no es tonta, y Rubalcaba es el segundo responsable del Gobierno desastroso que nos ha llevado a todos los españoles al borde del abismo. Rubalcaba y Alfredo. Los dos.