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Inmovilizados

Hay trabajos que parecen estar bendecidos por San Curro, patrón oficioso de los condenados a ganarse el pan. Estoy pensando en controladores aéreos con sus hasta ahora ventajosos convenios; banqueros y familia, que soportan una fiscalidad menor que la del común de los mortales, o trabajadores del metro que intentan zafarse de los mismos recortes salariales que se aplican a los demás compañeros del sector público mediante una huelga salvaje –los sindicatos andaban desganados, pero les han vuelto los bríos para montar el pitote al Gobierno regional, que les pone como motos–. Claro que en este caso, tampoco les hacen falta grandes aspavientos: si paran los currantes del Instituto Superior de Estudios de Seguridad, empresa tan pública como Metro, no se entera ni el pichichi; ahora bien, si se tiene en las manos el poder de inmovilizar a dos millones y pico de ciudadanos, ahí la cosa cambia y uno se puede levantar de la mesa de negociaciones antes de tocar con el culo el asiento. El grado de tocamiento de narices al ciudadano marca la diferencia con el resto, y aquí sí que no hay compañerismo ni solidaridad que valga. Yo a lo mío y los demás, que se apañen. Seguramente les funciona. Que lo disfruten.
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