Historia

España

Todo un asombro

La Razón
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En alguna parte he leído que, si un historiador o un sociólogo del futuro tuvieran, por lo menos durante algún tiempo, como únicos datos sobre nuestra vida actual, el hecho de que se prodiguen varias veces al día, previsiones acerca del tiempo climatológico que hará, a veces hasta una semana entera, y el que está haciendo, deducirían inevitablemente que vivíamos a la intemperie. Y sería una deducción de la más pura lógica porque, estableciendo una relación de analogía con la vida de los humanos durante siglos en los que no se manifestaba esa obsesión por la climatología, se llega a la conclusión de que esto sucedía, porque en el pasado, cuando hacía frío o calor, las gentes se ponían bajo teja, y, si no se tenía teja bajo la que cobijarse, se aguantaba el frío o el calor; pero que, en nuestro tiempo, la situación de vivir a la intemperie debía de ser general, y esos avisos tenderían a que cada cual buscase el modo de guarecerse en los ámbitos que podía ofrecer la naturaleza, y de mantenerse por lo tanto cerca de ellos.

Pero claro está que, si más tarde se descubrieran la inmensa multitud y la inmensa mole de los edificios, especialmente numerosos por cierto en lugares muy cálidos junto al mar, y para ser habitados precisamente en los días de canícula, las respuestas que tendrían que darse los historiadores y sociólogos futuros no serían tan fáciles, y, desde luego, tendrían que preguntarse incluso por si este mundo nuestro estaría gobernado por algún malvado sátrapa que infligiría un castigo dantesco a buena parte de la especie, obligando a ésta a trasladarse a aquellos lugares, para ser rociada con aceites y puesta a freír al sol. O quién sabe qué otras hipótesis más terribles cabría hacer.

No menos notables, sin embargo, serían las conclusiones a que llegarían esos futuros estudiosos de nuestro mundo, pongamos por caso en torno al llamativo nivel filosófico al que habríamos llegado en las manifestaciones de la vida política y administrativa, que haría sospechar una especie de instinto e inspiración nunca vista, ya que la legislación relativa a los estudios aprobar a jovencitos ignorantes por lo menos en cuatro asignaturas dentro del marco de esos estudios.

Se hallarían, en efecto, actas de sesiones municipales de ciudades y aldeas, en las que, en vez de tratarse de asuntos como el arreglo de calles y carreteras, limpieza de unas y otras, alumbrado público, u ordenación del tráfico, se manejaban teorías filosóficas sobre la paz y la guerra, el asunto de la coexistencia de civilizaciones, el mito de Tiresias y los problemas de la trans-sexualidad, cuestiones de la globalización económica y cultural; y, especialmente y de manera reiterativa, asuntos como los de la honestidad e incorruptibilidad ciudadanas, y todas las sutilezas de la transparencia de los cuerpos opacos, o más vulgarmente llamada, «cuentas claras», pura metafísica, ciertamente, cuando se trata de las entidades públicas.

Nuestra sociedad les parecerá, a esos futuros estudiosos de ella, llena de Catones y Robespierres, extremadamente virtuosos, reclamando virtud por todas partes, sin los inconvenientes de estos caballeros; es decir, sin que se vieran obligados a suicidarse, como Catón o de que otros se alcen contra su incorruptibilidad y les corten la cabeza, como sucedió con Robespierre. Y la conclusión que se impodrá, entonces, será la de que todos y cada uno de los habitantes de esta antigua España somos la virtud misma, y, desde luego, paradigmas de filosofía.

Y toparán, en fin, esos estudiosos futuros con el escolio del abundantísimo empleo del «estilo navajeo» especialmente en los ámbitos políticos, pero en contraposición se comprobarán también los sólidos pesos de los suplementos dominicales de los periódicos, y la ingente cantidad de libros gordos entre otras raras mercancías. Y esto es algo que no sucedió jamás de manera que entonces se entenderá perfectamente que, abismados en el estudio, ni nos percatamos del calor ni del frío, absorbidos como estamos en tareas superiores del espíritu. Y de ahí los insistentes avisos sobre climatología.