Burgos

A la calle con lo puesto

Las apuestas funcionales y de calidad de Sita Murt y TCN ponen en evidencia a los diseñadores que viven de espaldas a las necesidades de las mujeres

A la calle con lo puesto
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«¿Sabes lo que tiene de bueno esto?». Esta pregunta de tintes filosóficos no corresponde a Parménides de Elea. Tampoco a Heráclito de Éfeso. Lo firma Sita Murt para referirse a un jersey. Ahí la tienen. Tan obvia es la cuestión que a muchos diseñadores de los que han subido a la pasarela madrileña se les olvida. Y así pasa. Que no tienen ni para pipas. Menos mal que ahí está ella para recordarlo y aplicarlo. «A las modelos les sienta todo bien. Por eso, antes de venir, se lo pruebo todo a mi equipo, porque yo no visto a "tops", trabajo para la gente de la calle. Últimamente estoy obsesionada con que la ropa no haga gorda y un día me voy a morir de tozuda de intentarlo tanto». Por si acaso, habría que clonarla antes, para que no se pierda su experiencia, creatividad y el manejo del negocio textil.

Da gusto escuchar a Sita. Pero, sobre todo, ver sobre la pasarela su trabajo con la lana, como los vestidos de patchwork en los que mezcla diferentes gruesos de hilo, los jerseys con calados en cashmere y lana, así como la chaqueta con pliegues que parecen burbujas y que logra al someter a lavado dos hilos distintos en la misma prenda. Es el doble esfuerzo de buscar que la pieza guste, tenga calidad a precios no abusivos y que no te la puedan copiar. Aviso para navegantes de la Murt: para el próximo invierno vienen los colores neutros con un toque de luz que se puede dar, por ejemplo en colores lima, para los dobladillos o los complementos.

Otra que caza al vuelo las tendencias y sabe que para vender hay que buscar la funcionalidad es TCN. ¿Su última ocurrencia práctica? Sacar los pijamas de caballero, ponerles un estampado corbartero, ajustarlos a la silueta femenina y sacarlos de paseo. «No puede haber algo más sensual y femenino que una mujer con un pantalón de pijama de hombre», sentencia Totom Comella, que ha decidido invertir tejidos para hacer más guiños a la comodidad y lograr ese estilo «preppy» que le caracteriza: «Las sedas, más propias de las camisas las utilizo en camisetas, y con el punto, hago lo contrario».

A Maya Hansen se le puede pedir de todo, menos que sea funcional. El corsé no la deja. Y eso que ella se ha liberado de su prenda icono –sólo sacó cinco ayer en el desfile– y ha decidido trabajar los vestidos sirena y las chaquetas. Pero llevan su sello personal: «Me quiero quitar de encima lo de Lady Gaga.No deseo que me encasillen en una sola cosa», lamenta. Y aunque sobraban algunos lazos y varios materiales deslucidos, ha demostrado que está ahí no sólo por hacer bustieres. De ello presumía Juncal Rivero, a la que sacó del baúl aquel donde Chicho Ibáñez Serrador guardaba a la Ruperta y a Mayra Gómez Kemp cada vez que cerraba temporada del «Un, dos, tres». Con la mirada lacrimosa se contoneaba como si se tratara de un desfile de Hannibal Laguna. «Contacté con Maya por Twitter para decirle que la admiraba y me lo pidió. Se juntaron el hambre con las ganas de comer».

Caninos deben estar Martin Lamothe, María Escoté y Carlos Díez. Menos locos y atrevidos que nunca, se nota que la crisis aprieta. Y ahoga. Lamothe se quedó atrapado en los mismos estampados mareantes de Lemoniez. Pero peor fue lo de Escoté, que sacó a relucir unos vestidos con tanto fluorescente que la susodicha no necesitará chalecos reflectantes si se le avería el coche en la carretera de Burgos por la helada. Con un «animal print» más visto que «Sálvame», unas cruces egipcias en paillete más carnavalescas que Paco Clavel y unas cazadoras de charol con menos movilidad que un Playmóbil, por lo menos en esta ocasión las prendas estaban bien cosidas. Que ya es mucho.

Estampado monetario
Díez arrancó con un jersey y un vestido de punto rústico que bien podría ser una colección cápsula para Sita, continuó con un festival de vestidos-manta (recuerden que la batamanta es tendencia en Montesinos) y se lo pasó bomba con unos estampados de monedas de todo el mundo, como las colecciones del quiosco. El euro, a la baja. Carlos Díez, en alza, aunque le lleva la delantera María Barros y Sara Coleman.

Ha vuelto de su baja cibelina por maternidad no sólo recuperada sino depurada. El círculo es para ella el punto de partida para organizar prendas envolventes que se anudan en la cintura, forman grandes pliegues en el hombro y se arrugan donde uno menos se lo espera. Pero aquí la arruga es bella. Porque no forman lazadas ni flores evidentes. Sólo intuición en verdes, negros, grises y granates con algún que otro chispazo en oro. Coleman también tiende a la geometría, mezclando el topo en lana virgen con los tonos plomizos. Lástima que no tenga un cheque en blanco, porque sacar polipiel no deja de abaratar un diseño. Quizá el esfuerzo por exportar a los países nórdicos y a Guangzhou –la región de mayor poder adquisitivo de China– le ayude a comprar algo de cuero.

El que sí tiene pieles y sabe cómo manejarse con ellas es Miguel Marinero. Su apuesta para renovar clientela pasa por mezclar los tejidos textiles con sus astracanes, liebres y zorros en un mismo abrigo. Pero no sólo esta combinación le honra. También la apuesta por los volantes, en especial los triangulares, que utilizó para dar un nuevo aire al zorro, al que tiñe de aguamarina. Más de una las miraba desde el «front row» con ganas de llevárselo de Ifema. Pero se tuvo que ir así. Con lo puesto. Bajo cero.