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Clooney «for president»

La Razón
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Mirando el mar escucho a una madre llamar a su Chenoa, una chiquilla cuya fecha de nacimiento debió coincidir con la primera edición de «OT». Hemos quedado en adivinar que el verano que viene veremos una eclosión de Íkeres y Saras por la playa, pero lo que no se ha visto todavía es que nadie ponga a su churumbel George Clooney, que tendría su punto de distinción en el golpe del océano. ¿No hubo ya una generación de Kevin Costners chupando polos y haciendo el indio? Si el bueno de George no puede ser el yerno que toda madre desearía, el novio por el que toda novia bebiera los vientos, ¿no podría al menos ser su hijo? Ante la indisponibilidad para algunos de tener al último galán a mano, se puede hacer lo que han puesto en práctica unos pícaros vendedores de trajes italianos, robando su imagen con un descaro similar al que utilizan sus compatriotas en nuestras costas para llevarse el gato al agua. El problema es que los han pillado por los compromisos que tiene el actor con otras marcas, que le han obligado a hacer su aparición estelar en un juicio convertido en un acontecimiento popular, con todo el personal de los tribunales alborotado y donde poco ha faltado para que el mismo juez le pidiera un autógrafo, mientras él se preocupaba porque sus abogados no fueran fagocitados. Yo creo que Clooney debería retirar su demanda, tras felicitar a los facinerosos por su impecable trabajo y la impagable promoción de su imagen que le han hecho, como signo de su elegante humor y figura. ¡Si hasta el juez le ha preguntado si quiere ser presidente de EE UU! Si Obama pudo, ¿por qué él no?