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Joan Laporta es un señor redondo que, si hay suerte, saldrá ahora mucho menos por la tele. Con Laporta, el Barça, club que dice ser más que un club y que posiblemente lo sea, ha presumido de juego y títulos y buen fútbol, pero, sobre todo, de plantilla, de buenos chavales con pinta de excelentes yernos. Y de Guardiola, tipo sensato y elegante que, como dijo alguien, hace muchísimo más bien a Cataluña con sus silencios que Laporta con sus estridencias. Guardiola y sus chavales han acostumbrado al aficionado del Barça al buen juego, a ganar mucho y perder poco y con honra, dejando intacto el orgullo culé. Y es que el orgullo blaugrana sólo ha sufrido en los últimos años el ataque de Laporta, empeñado en meter la gamba a la mínima gracias a sus calzoncillos o a sus salidas de pata de banco, a su actitud radical desde el palco mientras presumía de haber eliminado radicales de la grada. La masa social culé ha votado president y ha elegido al candidato opuesto a Laporta. Dado que no pueden achacarle nada en lo deportivo, una intuye que lo que el soci ha hecho es darle un bofetón a las maneras de Laporta, lo que tiene doble mérito. Vd. ha hecho un gran equipo, pero ha sacado los pies del tiesto en su beneficio personal y ha actuado contra el libro de estilo del club. Más sentido común y menos afán de protagonismo, oiga, fíjese Vd. en Guardiola, mire qué discreto y qué bien le queda el traje gris, a ver se fija Vd. menos en las chaquetas de Sala i Martí, prestigioso economista con discurso acazurrado. Hace poco salió otro señor elegantísimo con poco pelo, buena percha y traje gris y volvió a hacer mucho por los catalanes y de paso por el resto. Duran i Lleida, Guardiola político con gafas de diseño, dijo lo que todos pensamos en un tono que muchos agradecemos y al Gobierno debió sentarle mal tanto sentido común. Aún peor se ha tomado la poco cosmopolita calificación de su reforma laboral: un churro. Desde el PSOE han acusado a Duran i Lleida de ir conchabado con la patronal catalana, a lo que éste ha respondido mandándoles a paseo, que es lo suyo. Y una no puede evitar preguntarse ... ¿no hay manera de hacer más cosas con estos catalanes tan sensatos de traje gris y buenos modos? ¿Es necesario estar siempre a la gresca con ellos? ¿Está el país como para renunciar a gente válida? Me da a mí que no, nens.