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Donald Trump

“Impeachment”, visto para sentencia

Los republicanos aceleran y esperan ganar este viernes la votación que impedirá la admisión de nuevos testigos y pruebas

John Roberts, el presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, preside el juicio político al presidente Trump
John Roberts, el presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, preside el juicio político al presidente TrumplarazonAP

Segundo y último día de preguntas y respuestas en el Senado. Había fijadas un total de 16 horas para que sus señorías formulasen sus cuestiones, que después leía en voz alta el hombre encargado de presidir las sesiones del «impeachment», el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts. Podía preguntar cualquier senador. Pero solo respondían los equipos de la acusación y la defensa.

Uno de los mejores momentos del día llegó cuando el senador demócrata Jon Tester, de Montana, encaró a los defensores y abogados de Donald Trump y preguntó, vía Roberts, si en su opinión existe «algún límite para el tipo y alcance del quid pro quo que un presidente en ejercicio podría entablar con una entidad extranjera siempre que la intención del presidente en ejercicio sea ser reelegido en lo que él o ella cree que es lo mejor para el pueblo».

Como inmediatamente explicaron los analistas de todas las cadenas, felices del pugilato dialéctico y la tensión que transpiraba el debate, Tester aludía así a lo que dijo uno de los leguleyos de Trump, en concreto Alan Dershowitz, que el pasado sábado sostuvo ufano que «si el presidente hace algo que cree que lo ayudará a ser elegido en interés público, ese no puede ser el tipo de quid pro quo que acaba en un ‘‘impeachment’’».

¿Está el presidente por encima de todo?

Dicho de otra forma. Puede que Trump pidiera o no pidiera al presidente de Ucrania que activase una investigación contra el hijo de un candidato rival. Lo único relevante es decidir si el presidente pensaba que logrando hundir el prestigio de Joe Biden, mejoraba sus perspectivas electorales, claramente positivas para el buen pueblo de América en tanto que Trump se ha autocalificado en numerosas ocasiones como el mejor presidente de la historia de Estados Unidos.

Inmediatamente respondió Adam Schiff, presidente del Comité de Inteligencia del Congreso y arquitecto de la acusación por presunto abuso de poder y obstrucción a las pesquisas del legislativo. Advirtió de «un descenso a la locura constitucional». Antes de él varios senadores demócratas habían insistido en la perspectiva de un «impeachment» que acarree, como consecuencia inevitable, la sensación de que nada está vedado o fuera del alcance del presidente.

Sus rivales republicanos respondieron con el argumentario al que vienen ajustándose desde hace meses. La legitimidad del presidente, respaldado por decenas de millones de votos. El empeño demócrata por derribarlo no importa cómo. La inconsistencia de unas acusaciones que carecen de chicha suficiente. El corrosivo precedente del «impeachment» como arma arrojadiza que pueda usarse a capricho. Las sospechas, no del todo infundadas, de nepotismo o tráfico de influencias, cuando menos de mala imágen, en el caso de Hunter Biden.

En la agenda republicana, en realidad, sólo hay un calendario. Apurar las 16 horas concedidas, debatir durante otras cuatro, votar de forma aplastante contra la opcción de llamar a testigos o aportar nuevos documentos y dejar el caso visto para una sentencia absolutoria. Cuanto antes mejor, dadas las revelaciones de los últimos días. Empezando por John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional, que afirma en sus memorias que el propio Trump le aseguró que ordenó el célebre qui pro quo, o sea, congelar la ayuda militar y económica al socio ucraniano hasta que su presidente y sus fiscales no husmearan en el pasado de Biden como «lobbista» en una empresa secularmente salpicada por sospechas de corrupción. De hecho la Casa Blanca, que teme su testimonio, ya le advirtió de que no puede publicar el libro tal y como lo ha enviado al Departamento de Estado.

Es casi imposible que testimonios como el de Bolton, o como los de los hombres que trabajaron en Ucrania al servicio del exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, no acaben por hacerse públicos y salpicar todo. Pero es muy distinto que eso suceda en el marco de una campaña electoral infinita, sometidos al vaivén de la actualidad, a que hable, y acaso acusen, desde una grada del Senado de EE UU, con todo el país y todas las cámaras enfocadas en ellos y bajo la admonición un todo un juez Roberts.

Por lo demás fue muy celebrado y discutido el momento en que el magistrado impidió al senador Rand Paul preguntar por la identidad del confidente que dio la voz de alarma y arrancó el quilombo. Entre tanto, en los pasillos, todos discutían sobre lo que podría suceder si al final la votación acaba en empate, 50 votos a favor de llamar testigos y 50 votos en contra. Sobre todo si tenemos en cuenta que varios senadores republicanos han mostrado más dudas de las aconsejables para los intereses de la Casa Blanca. Pudiera ser que el encargado de romper ese hipotético empate fuese el propio Roberts. Tampoco está claro y, ciertamente, no abundan los precedentes: apenas estamos ante el tercer intento de “impeachment” de la historia.