Coronavirus

Señales de alarma en la “cuarentena inteligente” de Países Bajos

El aumento de contagios y víctimas pone en duda la estrategia del Gobierno, basada en la disciplina y libertad de los ciudadanos para enfrentarse al coronavirus

¿Son los Países Bajos una nación adulta? Así la describió semanas atrás el primer ministro, Mark Rutte, cuando explicó a la población por qué su Gobierno había decidido ignorar las drásticas medidas de confinamiento adoptadas en países como China o Italia para enfrentarse al coronavirus.

Fieles al talante liberal que ha distinguido históricamente al país, Rutte y sus asesores apostaron por lo que denominaron “cuarentena inteligente”, un modelo que se basa en la libertad y la disciplina individuales para dejar en manos de cada ciudadano la última decisión sobre el comportamiento a seguir ante la pandemia. En opinión del primer ministro, este país “no funciona” si se le obliga a hacer lo que sabe que tiene que hacer.

Los responsables sanitarios seguían en buena medida la opinión del primer ministro británico, Boris Johnson, al comienzo de la crisis, es decir, asumían que buena parte de la población se contagiaría pero al mismo tiempo se inmunizaría y que también sería “responsable” para evitar que una propagación descontrolada colapsara el sistema sanitario y productivo.

De esta forma, el confinamiento inteligente permite a los ciudadanos hacer ejercicio en los espacios al aire libre-que permanecen abiertos-, ir a visitar a familiares o amigos a sus casas o acudir al trabajo sin problema si no se puede teletrabajar. Mercadillos y tiendas siguen abiertos. Siempre manteniendo la distancia “de seguridad” y desplazándose en grupos de tres personas como máximo. Los negocios donde no se puede mantener la distancia, como las peluquerías, se cerraron.

El Gobierno británico cambió pronto de opinión y optó por endurecer las restricciones ante el avance de la pandemia, pero Rutte las mantendrá como mínimo hasta el 28 de abril. El problema es que el número de muertes y contagios también empiezan a dispararse cuando todavía se espera el pico para dentro de una o dos semanas.

Tras unos primeros días de tregua en que muchos creyeron en la idoneidad del modelo, los infectados superan los 30.000 y las víctimas superan las 3.500, con una tasa de mortalidad superior al 11%, muy elevada en un país tan desarrollado como éste y con una población de poco más de 17 millones de personas.

En paralelo, el sistema hospitalario empieza a estar tan desbordado que incluso algunos pacientes han sido trasladados a Alemania para su tratamiento. Y ante la inminencia del pico, se busca contrarreloj ampliar el número de camas y habilitar hospitales de emergencia.

La tensión no se ha trasladado de momento a la opinión pública en general, pero ya buena parte de la prensa y distintos expertos están empezado a cuestionar las medidas tomadas hasta ahora, porque pese a la opinión del Gobierno, muchos ciudadanos se han relajado y empiezan a ignorar las recomendaciones. Muchos usan mascarillas y guantes, pero otros no, y la distancia de seguridad es muy difícil de controlar en determinadas circunstancias, como en bares y tiendas.

Al mismo tiempo, Países Bajos no ha sido una excepción y también se ha visto sorprendido, como Italia o España, por falta de medios ante la enormidad de la pandemia. Han escaseado los test, aunque el Gobierno piensa cuadruplicarlos en breve y centrarlos especialmente entre médicos y sanitarios, muchos de los cuales han carecido de trajes de protección. También tuvieron que retirarse un millón de mascarillas defectuosas compradas a China.

Los próximos días serán por tanto la gran prueba de fuego para el modelo de encierro inteligente. Podría darse la paradoja de que cuando los Estados vecinos a los que tanto ha despreciado el Gobierno de Rutte estén empezando a suavizar el confinamiento, sean Países Bajos los que se vean obligados a imponerlo.