Elecciones en EEUU 2020
Trump prepara su discurso para la reconquista de la Casa Blanca
Clausura la convención republicana criticada por el vaporoso límite entre el Gobierno y el Partido
Donald Trump vino, vió y venció. Lo hizo en 2016 y espera hacerlo esta noche para reeditar sus triunfos el 3 de noviembre. Con sus palabras pondrá fin a una convención republicana de cuatro días en la que ha tenido mucho más protagonismo que nadie.
Delante y detrás de los focos. Delante porque, saltándose el guión habitual, habló los cuatro días. Entrevistó a médicos y policías. Asistió a una ceremonia de naturalización de nuevos ciudadanos. Aplaudió a una Melania conciliadora y bellísima.
Detrás porque a diferencia de los demócratas y de Joe Biden, que delegaron el diseño de sus actos a un núcleo de cerebros de la publicidad, los republicanos entendieron que todo pasaba por el presidente. Y Trump, que conoce mejor que nadie las necesidades y anhelos de la audiencia, que sabe mandar y frenar frente a las cámaras, ha colaborado activamente en el diseño de la escaleta, la elección de la música y los vídeos, los golpes de efecto y los momentos de emocionalidad más atronadora.
“Momentum” de Yared Kushner
El otro gran arquitecto de la convención fue su yerno, Yared Kushner, esposo de Ivanka Trump, que también hablaba el jueves. Kushner está triunfal después del resonante éxito que ha supuesto el acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Un pacto que deja fuera de juego a los iraníes, más solos que nunca.
Un movimiento que puede propiciar que las teocracias islamistas del Golfo tengan que reconocer que no hay más camino que el reconocimiento de Israel, única democracia consolidada de la región. A pesar de las dudas que suscita lo sucedido con la ruptura del acuerdo nuclear con Irán, y a pesar de las trifulcas con sus socios de la OTAN, el legado internacional del presidente de EE UU más aislacionista de los últimos tiempos arroja bastantes luces. No sólo por el brillante terremoto del pacto en Oriente Medio.
También con el descabezamiento del Estado Islámico o con el asesinato del general Qasem Soleimani, urdidor de las tácticas terroristas y neoimperialistas de unos ayatolás colgados en el concierto internacional.
Sea porque realmente culpa a China de la pandemia, o porque quiere castigar a Pekín por la ruptura de las negociaciones comerciales, o porque ha decidido abanderar la lucha por la democracia y los derechos humanos, la Casa Blanca de Trump abandera ahora mismo la denuncia de las incontables tropelías cometidas por los dirigentes comunistas chinos, empezando por las minorías religiosas aplastadas y siguiendo por lo sucedido en Hong Kong. En el capítulo de éxitos también cabe contar que supo renegociar el tratado comercial con México y Canadá.
En el de sombras, lo sucedido con los niños inmigrantes en la frontera, separados por sus padres con una política punitivista denunciada, entre otros, por Laura Bush. Sorprende también lo poco que en la convención se hablado de la economía, que ha sido el otro punto fuerte de la administración Trump. A pesar de la pandemia. O precisamente porque la pandemia no ha respetado a nadie y ningún país puede presumir de estar saliendo a flote sin su correspondiente dosis de cicatrices.
En el caso de EE UU, con millones de personas apuntadas a la cola del paro mientras la el ejecutivo y el legislativo tratan de sacar adelante un nuevo paquete de ayudas.
Lo cierto es que hace 5 años muchos analistas políticos sostenían que los republicanos habían perdido la brújula y el planisferio. El partido parecía lejos del sentir de los jóvenes. Dependía en exceso de los viejos trabajadores blancos. Sostenían que su mundo de ayer no conectaba con las corrientes globalistas y los afanes cosmopolitas que brillaban en las dos costas. Contra pronóstico Trump primero arrasó en las primarias. Posteriormente destrozó a una Hillary Clinton atónita. Aunque tenía de su lado a la mayoría de las terminales mediáticas, la candidata demócrata nunca supo cómo desactivarlo.
Unos dijeron que Trump había traído a la política estadounidense la pandemia populista. También un entusiasmo ausente de unos partidos demasiado pendientes del discurso reglado. Nadie podría haber imaginado que el partido de Abraham Lincoln acabaría en manos de un ex constructor, magnate de Atlantic City, personalidad de los papeles sensacionalistas y los reallity shows.
Los republicanos caminan al ritmo del presidente. Entregados en fondo, ritmo y forma a sus designios. Pero ni siquiera el Proyecto Lincoln, que busca minar su liderazgo desde dentro de los conservadores, discute que para los republicanos, ahora mismo, no hay más esperanza que Donald Trump ni otra alternativa que su victoria en noviembre.
Y decenas de millones de estadounidenses también opinan que, visto lo que anida ahora mismo en el frente demócrata, con sus activistas contra la policía, sus antisistema y sus discursos contra el libre mercado y hasta contra la historia, pudiera ser que en sus manos también palpita el futuro de la república.
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