Terrorismo yihadista
Bobigny, el epicentro de las mafias yihadistas en París
Francia ordena el cierre de la mezquita de Pantin en el extrarradio de la capital por «facilitar» el salvaje atentado contra Samuel Paty
A la salida de la estación de metro de Bobigny, en la periferia norte de París, varios vendedores ambulantes intentan ganarse su día a día con bolsas de frutos secos y latas de refrescos. Abdel, joven de origen magrebí lleva la mascarilla en la barbilla. «Todo el día en la calle es inaguantable», nos dice mientras se justifica señalando al tranvía que pasa justo a menos de veinte metros de donde estamos. «Ahí dentro es imposible respetar las distancias y eso sí que es peligroso». Lleva razón al menos a juzgar por el tránsito de gente que sube y baja a mediodía en esta estación. Este escenario se repite hasta las 21 horas cada noche, momento en el que el toque de queda deja un aspecto fantasma. Tomar esta línea que atraviesa esta localidad y la comunica con París es el ejemplo máximo de hacinamiento en transporte público que se puede encontrar en la región parisina.
Bobigny, con sus 54.000 habitantes, es la ciudad de talla media con mayor tasa de criminalidad de toda Francia y una de las pocas donde el partido comunista francés conserva su poder. El año pasado el número de robos pasó los 5.000 y todos los indicadores de criminalidad superan con creces la media de su departamento, el de Seine Saint Denis, que es de por sí el más pobre de toda Francia. A la criminalidad, la pobreza y las mafias salafistas que operan en el municipio desde hace años controlando centros de enseñanza del Corán y varias mezquitas de la zona, hay que añadir ahora las condiciones de insalubridad y hacinamiento que hacen que el virus circule con virulencia. Un cóctel explosivo que el Gobierno francés llevaba tiempo vigilando de cerca. Tras el atentado yihadista del pasado viernes contra el profesor Samuel Paty, muchas miradas se han concentrado sobre esta localidad y la vecina Pantin, en el noreste de París. Fue también aquí donde se practicaron la mayoría de detenciones ligadas al joven paquistaní que acometió el ataque con cuchillo hace tres semanas contra dos personas al lado de la antigua redacción de «Charlie Hebdo».
A cinco minutos andando desde la estación, y tras atravesar varios bloques de edificios de protección social, se puede llegar a la gran mezquita de Pantin, una especie de nave industrial tétrica con fachada negra que lleva estando desde hace años bajo el foco de los servicios de inteligencia. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, anunció el lunes el cierre de la mezquita. Sus responsables denuncian pagar los «platos rotos» en este momento de conmoción que vive Francia. Pero lo cierto es que la mezquita colgó en sus redes sociales un vídeo en el que denunciaba que el profesor Paty hubiese mostrado en su clase las caricaturas de Mahoma.
La mezquita de Pantin no es la primera de esta zona que ha tenido que cerrar sus puertas. Unos quince establecimientos entre escuelas clandestinas, asociaciones culturales o lugares de culto han sido cerrados en este departamento de Seine Saint Denis en los dos últimos años, según contabiliza la Prefectura de Policía. El anuncio de su cierre se produce mientras las autoridades francesas han lanzado investigaciones sobre otras tantas asociaciones de diverso pelaje sospechosas de operar en la nebulosa yihadista. De hecho, el Gobierno galo dispone ya de una lista de 51 asociaciones que serán sometidas a un examen riguroso en los próximos días. El ministro Darmanin anunció el lunes su intención de pedir el desmantelamiento del Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF, en sus siglas en francés) y de la ONG islámica Baraka City.
Al Gobierno le preocupa que esté surgiendo un nuevo tipo de terrorista: solitario, con medios precarios, sin conexiones con organizaciones internacionales e inspirado por el sentimiento de ser víctima de la islamofobia en la Francia de la laicidad. Y este tipo de perfiles estaría ahora revolucionado en un contexto de violencia del que ciudades como Bobigny son el exponente. Pese a que durante el confinamiento el ministerio de Interior afirmó que los actos violentos habían caído en un 70%, a partir del 10 de mayo las cifras se han disparado superando con creces a las del año pasado, que ya de por sí fue especialmente agitado en las calles por las protestas sociales y el movimiento de los chalecos amarillos. Voces expertas han ido apuntando algunos factores que han ido configurando esta situación. Una de las más citadas es el seísmo provocado por el confinamiento en el circuito de distribución de droga con numerosos ajustes de cuenta en las barriadas más sensibles de Francia. «Le Figaro» publicó en agosto un informe explosivo que concluía que los crímenes «han crecido de manera llamativa con una radicalización de los comportamientos. Hay un incremento del 416% de los delitos de violencia con heridas». Es en este contexto de violencia donde ahora operan las mafias yihadistas.
Entre las quince personas detenidas, la investigación apunta tres círculos diferentes, según «Le Figaro». El primer círculo es el entorno del terrorista Abdoulakh Anzorov: sus padres, su abuelo, uno de sus hermanos de 17 años y cuatro personas cercanas. En estos interrogatorios ha salido a la luz la radicalización del checheno y cómo su ira fue en aumento hasta que decidió pasar a la acción. Uno de sus conocidos admite haberle llevado a París en coche, otro haberle acompañado a comprar un cuchillo con el que después atacó a los agentes que trataron de detenerle. El segundo es el inductor entre los que destaca el clérigo radical Abdelhakim Sefrioui y su esposa. El terrorista habría intentando ponerse en contacto con él. El tercero lo componen cuatro estudiantes que permanecen detenidos por haber recibido dinero del terrorista a cambio de identificar al profesor. Abdoulakh Aznorov, de 13 años, acudió al colegio con 300 euros para perpetrar su atentado macabro. ¿Quién le dio el dinero?
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