Opinión

La posverdad de Donald Trump

Las acusaciones de fraude del presidente logran calar en un segmento importante de sus votantes

Simpatizantes del presidente Trump con carteles contra el supuesto "fraude"
Simpatizantes del presidente Trump con carteles contra el supuesto "fraude"TOM BRENNERREUTERS

El Oxford English Dictionary define que la posverdad se presenta cuando: «Los hechos objetivos son menos determinantes que la apelación a la emoción o las creencias personales en el modelaje de la opinión pública». La posverdad ya es una realidad en la política de nuestros días. El desgaste institucional abona en terreno fértil para que la emotividad logre relativizar la credibilidad de los datos duros, incluso de los hechos comprobables.

La posverdad se sostiene entonces gracias a las emociones. Sentimientos que logran obnubilar las ideas. Algo que termina por convertirse en sustituta de la propia racionalidad y que permite relativizar lo que podría ser evidente. En el caso de Donald Trump este proceso se acelera cuando su propio talante, su personalidad y su carácter parecen indicarle que la posibilidad de ser derrotado, resulta una quimera. A partir de allí, el discurso presidencial mana una catarata de dudas sobre la fortaleza del sistema institucional. En consecuencia, sus seguidores, entregados a la causa del magnate presidente, se hacen eco y alimentan esa relativización de lo aparentemente claro para todos. Así, construyen y le ponen la corona a la posverdad.

Días atrás una importante concentración de fanáticos de Trump se congregó en las calles de Washington D.C. para apoyar las denuncias de fraude impulsadas por el actual presidente de Estados Unidos. Las declaraciones eran sorprendentes; básicamente, subestimaban con ligereza la fiabilidad de los resultados electorales, esto, sin prueba alguna, sin ningún tipo de pudor. De esta manera, la posverdad se confabula con la Casa Blanca y logra calar en un segmento importante de los votantes de Trump, obviamente no en los 72 millones de ciudadanos que lo apoyaron el pasado 3 de noviembre, pero sí en un número importante, lo suficiente para generar un buen ruido.

Al parecer uno de los próximos proyectos de Trump es un medio de comunicación digital. Para él, como para muchos populistas, más importante que construir escuelas u hospitales, resulta más trascendental construir «su verdad», cualquiera que sea. En esa definición de la agenda mediática, en esa procura por establecer la conversación ciudadana, se juegan el poder. En otras palabras, para convertirse en emperadores de la verdad, resulta imprescindible ganar la batalla de la opinión pública.

Podría resultar exagerado determinar que en estas horas se está jugando la estabilidad democrática de Estados Unidos. Lo que sí parece ponerse en juego durante cada minuto que transcurre en esta agónica carrera hacia el 20 de enero de 2021, es la necesaria racionalidad y discurso sereno del consenso y de la buena política, con el propósito de preservar la confianza en las instituciones democráticas. Allí, el presidente electo, Joe Biden, tendrá un rol preponderante; el delfín de Obama tendrá que demostrar que el sistema sigue presentando síntomas de buena salud, y que todavía se puede confiar en él, sirviendo justamente de enlace, de terreno propicio para el reencuentro y el consenso, en una sociedad históricamente dividida.