China

Las bravuconadas de Hitler en los Juegos Olímpicos de 1936 son una lección para ayudar a los uigures de China

Existe un creciente déficit de memoria sobre el Holocausto que abre las puertas a la negación, el desvío y la apropiación de los símbolos de los asesinatos nazis de 6 millones de judíos

Una bandera con el logo de los Juegos Olímpicos de invierno 2022, en Pekín
Una bandera con el logo de los Juegos Olímpicos de invierno 2022, en PekínTINGSHU WANG

“La Libertad no es un regalo del Cielo. Hay que luchar por ella todos los días”, dijo Simon Wiesenthal, superviviente austríaco del Holocausto. Lo sabía por experiencia personal. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los nazis habían asesinado a 89 miembros de su familia. El 5 de mayo de 1945, Wiesenthal estaba demasiado débil para saludar a los soldados estadounidenses que ingresaron al campo de concentración de Mauthausen, por lo que salió gateando del cuartel y colapsó en los brazos de un soldado.

“No podía apartar los ojos de la bandera estadounidense”, relató. “Cada estrella era, para mí, un símbolo de libertad, de todo lo bueno que nos habían quitado”.

Este Yom Hashoah o Día de Recuerdo del Holocausto, que ha tenido lugar esta semana con una conmemoración de los Días de Recuerdo,presenta muchos problemas urgentes, incluido un creciente antisemitismo. Los judíos en Estados Unidos y Canadá son el principal objetivo de los crímenes de odio. Existe un creciente déficit de memoria sobre el Holocausto que abre las compuertas para la negación, desvío y apropiación de los símbolos de los asesinatos nazis de 6 millones de judíos.

¿Deberían seguir importándonos las lecciones sobre el Holocausto? Más que nunca, las horribles verdades de la Shoah hablan de las disyuntivas que nos desafían a todos.

En 1936, el mundo decidió que la única forma de apartar a Adolf Hitler de su dogma racista y su odio visceral hacia los judíos era hacer que sus atletas marcharan ante el Führer en los Juegos Olímpicos de Berlín. El ‘amor olímpico’ era mejor que despertar la ira de Hitler. Pero en realidad, el camino al infierno que fue el Holocausto y atravesó los Juegos Olímpicos, estuvo pavimentado no tanto de buenas intenciones sino de autoengaño.

Hitler llegó a ver los Juegos como una forma de camuflar la diabólica maldad del nazismo y ganar prestigio personal además de tiempo para construir su poderío militar. En su libro, “Los Juegos de Hitler: Las Olimpiadas de 1936”, Duff Hart-Davis detalla el proceso que condujo al triunfo de Hitler en el año 36.

El presidente del Comité Olímpico Alemán fue el Dr. Theodor Lewald, quien presionó durante la década de 1920 para el regreso de Alemania a los Juegos Olímpicos. En 1932 a Alemania le fueron adjudicados los Juegos del año 36. Como escribe Hart-Davis, ese mismo año Hitler calificó las Olimpiadas como “una invención de judíos y masones” y como “una obra de teatro inspirada en el judaísmo, que no puede ser representada en un Reich gobernado por Nacionalsocialistas”. Poco más tarde, Hitler tomó el poder y Lewald fue amenazado con ser despedido por el pecado de tener un abuelo judío.

Hitler cambió de opinión sobre los Juegos Olímpicos, pero no sobre los judíos. El 2 de junio de 1933, el Dr. Bernhard Rust, Ministro de Educación, ordenó que se excluyera a los judíos de los grupos juveniles y de bienestar. Para su buen crédito, tres miembros del Comité estadounidense, el general Charles Sherrill, el Coronel William May Garland y el Comodoro Ernest Jahncke, exigieron que el Comité Olímpico Internacional (COI) amenazara con retirarse a menos que Alemania garantizara que Lewald conservaría su cargo y que la discriminación contra los atletas judíos sería revocada. Entonces, los oficiales nazis hicieron de Lewald su testaferro para mentirle al mundo con que todas las reglas olímpicas serían obedecidas y que los judíos alemanes no serían excluidos de la Selección Nacional.

Todos sabían que era una broma cruel. Un diplomático estadounidense en Berlín describió los anuncios sobre Lewald como “una pantalla de la real discriminación que está ocurriendo”. La verdad es que ni las protestas ni las resoluciones tuvieron efecto sobre los nazis, quienes no ocultaron su desdén por los ideales Olímpicos.

Como se relata en “El racismo y los Juegos Olímpicos” de Robert Weisbord, Bruno Malitz, líder deportivo de las tropas de asalto de Berlín, escribió: “No hay lugar en nuestra tierra alemana para los líderes deportivos judíos y sus amigos infestados con el Talmud, para los pacifistas, para los políticos Católicos, para los paneuropeos y el resto. Son peores que el cólera y la sífilis, mucho peores que el hambre, la sequía y los gases venenosos“.

Para calmar las crecientes protestas, Avery Brundage, el principal defensor de los Juegos en Estados Unidos, se vio obligado a realizar una “gira de investigación” por Alemania. Justo en ese momento, los nazis anunciaron que 21 atletas judío-alemanes habían sido nominados para entrenamiento olímpico. Pero para entonces la cruel campaña antisemita era tan obvia que Brundage sólo pudo decir que la participación en las Olimpiadas no significaría necesariamente apoyo al régimen nazi. Armado con la promesa de que ningún atleta judío sería excluido, Brundage regresó a casa y persuadió al Comité Olímpico de Estados Unidos para que se comprometiera con los Juegos.

Doce días después de que Brundage se fuera, siete atletas judío-alemanes nominados para las pruebas olímpicas fueron eliminados de ellas. Todas las asociaciones deportivas alemanas tenían prohibido tener contacto con no arios. Esa regla se aplicó sumariamente al luchador negro de 38 años Jim Wango, quien venció a un luchador blanco tras otro. Julius Streicher, para poner fin a la carrera de Wango, dijo que era “una atracción para las personas inferiores, los subhumanos, el hecho de hacer visible a un negro y dejarlo competir con los blancos”.

Ese incidente por sí solo debería haber puesto fin a los Juegos Olímpicos de Berlín, pero no fue así. El conde Henri de Baillet-Latour, presidente del COI, visitó a Hitler en octubre de 1935 y le indicó a “The New York Times” que no había motivos para suspender los Juegos. Cuando se le dijo que el Lake Shore Swimming Club de Chicago en un partido con el equipo olímpico de Alemania en Berlín, encontró en los accesos a los baños municipales esloganes que decían “Los judíos no son bienvenidos aquí”, respondió que estaba más interesado en la situación durante los Juegos Olímpicos que en la historia pasada.

Hitler ganó esa guerra sin disparar un solo tiro. Al comienzo de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936, Joseph Goebbels, su ministro de Propaganda, declaró: “Deseamos en estas semanas demostrar al mundo que es simplemente una mentira que los alemanes hayan perseguido sistemáticamente a los judíos”. Era una mentira que el mundo quería creer.

Hoy, hay nuevos caminos pavimentados con buenas intenciones. Parece, por ejemplo, que los asesores del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, han estudiado el camino hacia los Juegos Olímpicos de 1936 respecto al posible reinicio del Acuerdo Nuclear de 2015 conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto que Estados Unidos está dispuesto a emprender. Quizás nuestros diplomáticos deberían hacer lo mismo.

En el 85º aniversario del triunfo de Hitler, en Yom Hashoah, el Comité Olímpico de Estados Unidos debería exigir que el COI traslade los Juegos Olímpicos de 2022 de China a un país asiático democrático. ¿O acaso no lo merecen los sufridos musulmanes uigures de China? Tal gesto produciría una medalla de oro más acorde con nuestros atletas y nuestros valores.

*El rabino Marvin Hier es Fundador y Decano del Centro Simon Wiesenthal.

**El rabino Abraham Cooper es el Decano Asociado del Centro y Director de Acción Social global.