
Defensa
La elevación del ímpetu militarista nipón
Japón abandona su legado pacifista de posguerra para afrontar las amenazas de China, Corea del Norte y Rusia en el Indo-Pacífico

Algo más de ocho décadas han pasado para que la fachada pacifista de la posguerra japonesa esté dejando de lado su camuflaje. Ahora, el país del Sol Naciente armoniza su legado antibelicista con imperativos estratégicos, y la diminuta isla de Yonaguni simboliza su transformación militar. A apenas 108 kilómetros de Taiwán, este paraíso subtropical de 1.500 habitantes, antaño refugio de buceadores entre tiburones martillo y pastizales de caballos miniatura, ha mutado en fortaleza clave. Radares de vanguardia coronan sus colinas boscosas, mientras un campamento alberga 210 efectivos de las Fuerzas de Autodefensa de Japón (JSDF), incluyendo una unidad especializada en guerra electrónica. Misiles PAC-3 custodian sus cielos, y planes para desplegar sistemas de largo alcance se aceleran, todo ello enmarcado en ejercicios conjuntos con Estados Unidos, que simulan escenarios de alta intensidad. Pero esta militarización, que convierte a Yonaguni en el primer escudo contra la expansión china, divide a sus habitantes: para unos, los soldados y sus familias representan un salvavidas económico en una isla en declive; para otros, un imán para el conflicto que evoca los horrores de la Batalla de Okinawa, donde perecieron nada menos que 200.000. En un teatro donde buques chinos surcan aguas adyacentes y misiles balísticos han caído a escasos 80 kilómetros, este refugio se prepara para el pulso definitivo por Taipéi, simbolizando el rugir de la potencia disuasoria en el Indo-Pacífico.
Este bastión insular no es un caso aislado, sino la esencia de una evolución que despoja a este país de sus grilletes pacifistas post-1945. La Constitución de 1947, impuesta por Estados Unidos, confinó a las JSDF a un rol estrictamente defensivo, relegándolas a una dependencia crónica de las 50.000 tropas estadounidenses estacionadas en el archipiélago. Sin embargo, bajo líderes visionarios como Shinzo Abe, cuya legislación de seguridad de 2015 abrió la puerta a operaciones colectivas, y acelerado por la invasión rusa de Ucrania en 2022, Tokio ha pivotado hacia una postura mucho más proactiva. El exprimer ministro Fumio Kishida articuló este cambio en diciembre de 2022, comprometiéndose a elevar el gasto en defensa al 2% del PIB para 2027, un umbral alineado con los estándares de la OTAN. Bajo el actual lider Shigeru Ishiba, un erudito en arsenales globales y aficionado a la historia bélica que asumió en octubre de 2024, este plan se implementa al 61%, destinando unos 320.000 millones de dólares a una revitalización integral. La cuarta economía mundial emerge así como el noveno mayor inversionista en defensa global en un esfuerzo por contrarrestar una tríada de amenazas: la proyección asertiva de la República Popular China (RPC), las provocaciones nucleares de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) y las incursiones de la Flota del Pacífico rusa.
El presupuesto de defensa para este año, un récord de 8,7 billones de yenes (unos 55.100 millones de dólares) —un 9,4% superior al anterior y equivalente al 1,8% del PIB con gastos relacionados— es el motor de una doctrina que integra capacidades expedicionarias, interoperabilidad aliada y tecnologías disruptivas. El actual Ejecutivo ha resistido presiones del Pentágono para elevar el gasto al 3% o incluso 5% del PIB, insistiendo en su soberanía para decidir su erario militar. Tales demandas, que implicarían un desembolso adicional de más de 100.000 millones de euros anuales, chocarían con el tabú antimilitarista arraigado en una nación que aún expía los pecados del Imperio del Sol Naciente. Las JSDF, de forma eufemística denominadas "fuerzas de autodefensa" para eludir connotaciones belicistas, deben equilibrar esta herencia con la necesidad de disuasión en un vecindario bien volátil.
La perdurable alianza con Washington es el armazón de la seguridad en el Indo-Pacífico, un pacto que contiene las ambiciones de potencias hostiles. Con miles de efectivos estadounidenses en 23 bases estratégicas, Japón es el centro neurálgico de las operaciones norteamericanas en Asia. Yokosuka, cuartel de la Séptima Flota, despliega destructores y portaaviones que dominan desde el Mar de China Meridional hasta el Estrecho de Corea. Misawa, en el norte, es el ojo vigilante que escudriña los movimientos enemigos con misiones de reconocimiento implacables.Esta no es una colaboración de meros gestos diplomáticos. Es un engranaje de guerra que fusiona tecnología y músculo militar. Ambas naciones desarrollan radares de última generación para rastrear misiles balísticos, una respuesta directa a la proliferación de riesgos. Ejercicios como Keen Sword, con 40.000 efectivos movilizándose en perfecta sincronía, son una advertencia. Cualquiera que ose desafiar el orden regional enfrentará una máquina de combate coordinada, letal y sin fisuras.
Los adversarios configuran un panorama de alta estaca. China, con su flota en expansión, realiza incursiones aéreas y navales que, como ejemplo, obligaron a la JASDF a desplegarse 669 veces en 2023, el 60% contra aeronaves del Ejército Popular de Liberación (EPL). En septiembre de 2024, el portaaviones Liaoning y destructores asociados navegaron entre Yonaguni e Iriomote, un acto de provocación que rozó aguas territoriales. Corea del Norte, con misiles intercontinentales capaces de golpear el continente estadounidense, lanza proyectiles que sobrevuelan Japón, mientras Rusia intensifica patrullas conjuntas con Pekín cerca del archipiélago. Expertos alertan de un conflicto por Taiwán como catalizador de una crisis regional, impulsando el Programa de Construcción de Defensa 2023-2027, que busca fortalecer la resiliencia insular y proyectar poder más allá de las costas niponas.
En el dominio aéreo, la JASDF transita de plataformas legadas a vanguardia supersónica. Su columna vertebral —Mitsubishi F-2, Boeing F-15J y Lockheed Martin F-35A/B— se moderniza con el Global Combat Air Programme (GCAP), junto a Reino Unido e Italia para un caza de sexta generación que entrará en servicio en 2035. Liderado por Mitsubishi Heavy Industries (MHI), con aportes de IHI Corporation en motores e Mitsubishi Electric en radares, el GCAP reemplazará al F-2 con unas 100 unidades, integrando drones leales para superioridad aérea distribuida. La industria local destaca con el Kawasaki C-2 de transporte y el P-1 de patrulla marítima, aunque persiste la dependencia de activos estadounidenses como el KC-46A tanker y el RQ-4B Global Hawk para ISR de largo alcance. El presupuesto 2025 asigna 5.160 millones de dólares a municiones de standoff, incluyendo el Joint Strike Missile (JSM), AGM-158B JASSM extendido y Tomahawk, diseñados para neutralizar intrusiones navales en las 6.852 islas japonesas. Además, exploraciones con EE. UU. apuntan al T-7A Red Hawk como entrenador para pilotos de F-35, fusionando entrenamiento con interoperabilidad aliada.
Por su parte, la Fuerza Terrestre (JGSDF) se arma para defender archipiélagos vulnerables como Yonaguni. El presupuesto financia 24 vehículos de combate móviles Tipo 16, 24 vehículos de infantería con cañones Bushmaster de 30 mm y ocho portamorteros, todos sobre chasis 8x8 de MHI, optimizados para movilidad rápida en terrenos insulares. Se agregan 26 transportes blindados AMVxp 8x8 de Patria, ensamblados localmente, y un concurso para sustituir 1.000 vehículos ligeros Komatsu con el Hawkei australiano o Eagle V europeo. El eje de esta modernización es el poder hipersónico: el Hyper-Velocity Gliding Projectile (HVGP) de MHI, probado en 2024, alcanzará 500 km en 2026 y 3.000 km en 2030, ofreciendo ataques antibuque y terrestres de precisión quirúrgica. Complementado por una versión mejorada del misil Tipo 12 (900+ km) y un scramjet hipersónico, este arsenal eleva a la JGSDF a un nivel de disuasión que trasciende la mera defensa perimetral.
La dimensión marítima, crucial para un archipiélago dependiente de rutas de comercio, ve a la Fuerza Marítima (JMSDF) evolucionar hacia un escudo híbrido. Dos buques Aegis System Equipped Vessel (ASEV), de 12.000 toneladas y 128 celdas de lanzamiento vertical, debutarán a partir de 2028, equipados con radares SPY-7 y misiles SM-6/SM-3 Block IIA para interceptar amenazas balísticas. El destructor 13DDX, previsto para 2030, incorporará cañones de riel, láseres de 100 kW y sistemas contra hipersónicos, redefiniendo la guerra naval distribuida. La flota se expande con 12 fragatas Mogami y 12 sucesoras de 4.800 toneladas, dotadas de misiles de largo alcance y capacidades antisubmarinas avanzadas. Ocho submarinos Taigei y portahelicópteros Izumo adaptados para F-35B refuerzan la proyección anfibia, mientras 8.780 millones de dólares se destinan a defensa antimisiles, incluyendo el Glide Phase Interceptor codesarrollado con EE UU.
No obstante, las sombras persisten. Las JSDF, con 247.000 efectivos, sufren una crisis de reclutamiento —solo el 51% de la meta en 2023—, exacerbada por el envejecimiento demográfico. Décadas de subordinación a EE. UU. han atrofiado su autonomía operativa, aunque ejercicios con la 31ª Unidad Expedicionaria de Marines integran lecciones de drones FPV ucranianos y ataques de precisión israelíes contra Hezbollah. La industria de defensa, capaz pero constreñida por restricciones exportadoras, cede terreno a rivales como Corea del Sur, pese a ventas de PAC-3 a EE. UU. en 2023. El Comando Conjunto de Operaciones, establecido en 2025, busca sinergias, mientras diálogos trilaterales con EE. UU. y Australia fortalecen alianzas.
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