Tras ocho votaciones

Mattarella, reelegido presidente de Italia a su pesar

Es el segundo presidente de la historia con el mayor número de votos. “Tenía otros planes pero, si es necesario, estoy disponible”, asegura resignado el jefe del Estado

Después de seis días intensos de bloqueos, alianzas imposibles y traiciones, los partidos italianos se rindieron este sábado y pidieron formalmente al presidente saliente de la República de Italia, Sergio Mattarella, que aceptara un segundo mandato ante la incapacidad de los bloques de izquierda y de derecha de alcanzar un acuerdo para elegir a su sucesor. Con 759 papeletas a favor, superando ampliamente el umbral mínimo de 505 votos, el Parlamento dio luz verde a su reelección en el octavo escrutinio. Ha sido el segundo presidente de la historia de Italia con más votos.

A sus 80 años, Sergio Mattarella tenía todo preparado para disfrutar de un merecido descanso que dividiría entre su Palermo natal y un nuevo hogar en la capital para estar cerca de sus hijos. Había reiterado que una extensión del mandato de siete años del jefe del Estado representa una anomalía constitucional, una excepción a la regla, que sólo su antecesorGiorgio Napolitano se vio obligado a aceptar nueve años atrás. Entonces como ahora, un Parlamento fracturado en el que por primera vez se sentaba el Movimiento Cinco Estrellas no logró elegir un sucesor. «Rey Giorgio», como le bautizaron sus críticos, permaneció dos años más y consiguió desbloquear la situación, pero creó un precedente que Mattarella ha tratado sin éxito de evitar.

Sin sutilezas, desde el Palacio del Quirinal, sede de la presidencia de la República, se había filtrado la noticia de su nuevo apartamento recién alquilado en Roma, a donde el presidente tenía previsto trasladarse cuando abandonase la residencia oficial, e incluso las fotos de la mudanza, que había comenzado hace sólo unos días. No era una forma de dejarse querer. Era un no rotundo a permanecer más allá del 3 de febrero al frente de la jefatura del Estado.

Sin embargo, después de que las siete votaciones precedentes fracasaran, Mattarella no tuvo más remedio que retrasar temporalmente su ansiada jubilación para desbloquear la elección presidencial, que amenazaba con romper la mayoría parlamentaria que sostiene el Gobierno de unidad de Mario Draghi. Fue precisamente el primer ministro, cuyo ascenso al Quirinal se daba por hecho en las semanas anteriores al arranque de las votaciones el pasado lunes, quien tomó las riendas de las negociaciones para tratar de mediar entre el presidente y los líderes de los partidos políticos. El viernes se reunió con el líder de la Liga, Matteo Salvini, y el sábado visitó a Mattarella que, resignado, no pudo negarse. «Tenía otros planes pero, si es necesario, estoy disponible».

La elección del nuevo jefe del Estado se había convertido en un laberinto sin salida, con vetos cruzados por parte del bloque progresista y la coalición conservadora, y una variopinta lista de posibles candidatos que acabaron quemándose antes de llegar a la recta final. Todo se precipitó el sábado después de que el día anterior, tras sacrificar a la presidenta del Senado, la berlusconiana Maria Elisabetta Casellati, Salvini pactó con el líder del M5E, Giuseppe Conte, elegir a una mujer para sustituir a Mattarella. Aunque ninguno dio nombres concretos, todas las miradas apuntaron a la responsable de los servicios secretos, Elisabetta Belloni, provocando estupor incluso entre sus aliados.

El más rotundo fue Silvio Berlusconi, socio de Salvini en el centro derecha (Liga, Forza Italia y Hermanos de Italia), que desautorizó al líder leguista y anunció que a partir de ahora negociaría de forma autónoma. No tuvo tiempo. La última jugada de Il Capitano, convencido de ser el encargado de repartir las cartas en esta elección presidencial, acabó volviéndose en su contra y aceleró la última opción posible: el «comodín» Matarella.

La reelección del presidente de la República deja muy tocado el liderazgo de Salvini dentro de la coalición conservadora, donde ya soplan vientos de guerra. Giorgia Meloni, de Hermanos de Italia, el único partido en la oposición a Draghi, definió la reelección del presidente «una anomalía institucional» y votó en contra. Tampoco Conte sale bien parado. Este infinito «cónclave» laico ha puesto en evidencia que no tiene el respaldo de los pesos pesados de su partido. Y el PD de Enrico Letta, incapaz de unir a todas las corrientes progresistas en una sola dirección, tampoco tiene nada que celebrar.

El segundo mandato de Mattarella certifica el fracaso de la política y el fin de la tradicional capacidad de los partidos italianos de negociar hasta el imposible para alcanzar acuerdos «in extremis». La principal incógnita ahora es saber si la reelección reforzará o no el Gobierno de Mario Draghi.

Si no hay sorpresas en las próximas semanas (la Liga solicitó una reunión al primer ministro para tratar el futuro peso de su partido en el Ejecutivo), «Súper Mario» podrá completar la misión para la que fue llamado hace un año: gestionar la pandemia, implementar las reformas pendientes y administrar las ayudas millonarias de los fondos europeos. Y si la cosa no se tuerce demasiado antes de las elecciones previstas para 2023, preparar también su propio camino hacia el Quirinal.

Después de una semana de incertidumbre en Italia, en las capitales de Bruselas y Washington, respiran por fin aliviados.