África
Botsuana, un milagro africano al borde de la catástrofe
Tras décadas experimentando altos niveles de crecimiento en su economía, el Gobierno botsuanés busca nuevas alternativas a los diamantes
Todos los economistas africanos vuelven la mirada hacia Botsuana una y otra vez, reflejándose un brillo de ansiedad en sus ojos. Nadie niega que Botsuana sea uno de los países del continente con una economía más apasionante y llena de intrigas. La que fuera categorizada como una de las 20 naciones más pobres del planeta en 1966, rápidamente se convirtió en uno de los países con mayor desarrollo económico, alcanzando tasas de crecimiento que rondaban el 10% (por encima incluso de China) hasta la primera década del siglo XXI. Desde su independencia hasta 2006, el PIB de Botsuana se duplicaba a un ritmo de catorce años. Panafricanistas y optimistas de todo pelaje han escrito ríos de tinta elogiando su modelo económico, aunque últimamente se teme que “el milagro africano” haya sido un mero espejismo que pronto se quebrará, catapultando a Botsuana de vuelta a la casilla de salida y echando por tierra el imaginario de una economía africana que se sostenga sin la intromisión de agentes extranjeros.
Los próximos años serán determinantes para los botsuanos, pronto se resolverá la duda que atenaza a optimistas y pesimistas por igual. ¿Proseguirá Botsuana su ruta hacia el desarrollo? ¿O, por el contrario, se hundirá bajo el peso de los obstáculos que ya empiezan a extenderse como la mala hierba por su sabana?
Un sillón de diamantes
Botsuana es un país con 2 millones de habitantes y un tamaño similar a Ucrania. Muchos reconocerán su geografía por los míticos documentales del sudafricano Jamie Uys: aquí encontraríamos el desierto del Kalahari, las tribus de bosquimanos, el prodigioso delta del Okavango, sabanas de acacias retorcidas y recalentadas bajo el sol. El paisaje africano que inyectan las películas de Hollywood tiene en Botsuana su imagen más típica. No es de extrañar, por tanto, que una generosa porción de los ingresos del país (el 13% del PIB en 2019) provengan del turismo que han ido incentivando los sucesivos gobiernos del Partido Democrático de Botsuana, una coalición de centro derecha que lleva gobernando el país de forma ininterrumpida desde la independencia. Este interés creciente por el turismo no deja de ser el reflejo de los intereses del Gobierno botsuanés, que busca a contrarreloj la manera de diversificar su economía para volverla menos dependiente de los diamantes, ya sea a través del turismo o de la promoción de negocios enmarcados dentro del sector terciario.
Es que Botsuana precisa de diversificar su economía, y pronto, si no quiere derrumbarse en el cataclismo previsto para los próximos años. Uno de los secretos para el éxito de su desarrollo radica en las minas de diamantes que guarda el país y que supusieron un 87% de sus exportaciones en 2020, diamantes que conforman más de un 40% de su PIB y que señalan a Botsuana como el mayor exportador de diamantes del planeta. A diferencia de otros estados africanos, Botsuana ha apostado por la nacionalización de esta fructífera industria. La extracción de diamantes corre a cargo de Debswana (una empresa conjunta entre el Estado y el grupo sudafricano DeBeers) o diferentes compañías extranjeras que nunca poseen más del 50% de las minas, mientras que su corte lo realizan a partes iguales el Estado botsuanés y la empresa estadounidense Lazare Kaplan International. Se trata de un modelo poco común en África, cuyos países suelen depositar la totalidad de estas tareas en empresas extranjeras, a la que los gobiernos se limitan a cobrar su tajada en impuestos o métodos menos ortodoxos. Esto ha permitido que los dirigentes botsuanos inviertan importantes cantidades de dinero en una mejora de las infraestructuras que sostienen el país.
Que Botsuana haya podido mantener el control sobre sus materias primas se debe en parte a la estrecha colaboración que le une a su vecino, Sudáfrica, el país más fuerte del continente, pero más importante todavía ha sido la gestión de los fabulosos ingresos procedentes de los diamantes. El “milagro africano” significa que Botsuana tiene una deuda pública del 19,4% del PIB, una inflación del IPC que apenas roza el 2%, un Índice de la Percepción de la Corrupción mejor posicionado que Grecia o República Checa y unas reservas de divisas considerables dentro del continente africano, acumuladas a lo largo de los años. El apoyo a las tradiciones de las diferentes etnias del país, así y como la normalización de las relaciones entre ellas dentro de un único espacio nacional, ha derivado también en que Botsuana jamás haya sufrido golpes de Estado o conflictos étnicos de cualquier tipo.
Diamantes... ¿y luego qué?
Pero no es diamante todo lo que reluce. Botsuana se enfrenta a graves dificultades que, de no solucionarse en los próximos años, acarrearán la deriva económica del país que mostró al mundo cómo África podía gestionarse sin depender de la injerencia de terceros. Un problema recurrente ha sido el virus VIH. Pese al crecimiento económico y las políticas desarrolladas por el gobierno para frenar una epidemia que afecta a todas sus capas sociales, Botsuana se posiciona como el tercer país con mayor prevalencia de SIDA en adultos, según el libro mundial de datos de la CIA, solo por detrás de Suazilandia y Lesoto. En las últimas décadas se han incrementado los servicios sanitarios del país, además de llevarse a cabo numerosos programas de concienciación ciudadana, pero la lucha entre Botsuana y el virus VIH todavía está muy lejos de terminar.
A esto habría que añadirle su absoluta dependencia al negocio de los diamantes, que viene hilado de manera inevitable a los precios del libre mercado y la demanda extranjera. Si mañana desaparecen las minas de diamantes en Botsuana, la economía del país se desplomaría en pocas semanas. El cierre en 2019 de la principal compañía minera del país, BCL Limited, muestra hasta qué punto es peligrosa la creación de un sistema económico basado en la extracción-exportación de un único producto. Una tasa de desempleo del 25% que se resiste a descender pese a los intentos desesperados del actual Presidente, Mokgweetsi Masisi, añadida a una renta per cápita con niveles muy bajos (aunque situados en la 5ª posición respecto al resto de naciones africanas), muestra una gran desigualdad social en un país que, dada su escasa población y sus jugosos ingresos, no debería enfrentarse a este tipo de problemas habituales en los países en vías de desarrollo.
El 2020 supuso un año catastrófico para su economía, al tratarse de la primera vez que experimentaba un crecimiento negativo de su PIB (-8,5%), principalmente a causa de la reducción del turismo con motivo de la pandemia del coronavirus. Este será un toque de atención para los gobernantes botsuanos, uno que les diga que la frase de “renuévate o muere” también se les aplica a ellos. Con una economía dedicada en su mayoría al sector servicios (que ocupa un 70% de la población) y apenas desarrollada en el sector primario (2% de la población), Botsuana se encuentra en un punto de inflexión que determinará su suerte en las próximas décadas. No es ningún secreto que necesitan salir del espejismo de riqueza que ofrecen los diamantes.
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