Discriminación

Los pigmeos Baka: devorados por caníbales o expulsados de sus bosques

La situación de los pigmeos Baka es crítica, con su cultura al borde de la extinción y los sistemas sociales contaminados por injerencias de factores externos

Pigmeos en una reserva.
Pigmeos en una reserva.Wordpress

La pérdida de culturas locales que perecen sepultadas por dinámicas globalistas es una realidad en Camerún. Hasta aquí llegan desde hace siglos mentes pensantes venidas de Occidente y que proponen a los gobiernos nuevas formas de administración, controles poblacionales, métodos económicos de apariencia infalible, etc., que no llegan a encajar del todo con pueblos que no quieren saber nada de impuestos, cadenas de comida rápida ni hipotecas. Un buen ejemplo son los pigmeos Baka, también conocidos como Bayaka, que habitan diversas zonas de República del Congo, República Centroafricana y Gabón, aunque se encuentran asentados principalmente en la selva de Dja, en el Camerún meridional.

Ahora, ¿qué sabemos de los pigmeos? Cuando hablo sobre ellos a amigos europeos, estos ligan su baja estatura a los Oompa-Loompa de Charlie y la fábrica de chocolate y no dejan de contemplarlos desde una perspectiva exótica y pintoresca, como si no fueran humanos de verdad sino una criatura diferente a nosotros, mitad leyenda y mitad diversión. En algunos lugares del Congo se piensa que su carne es mágica e incluso hoy encontraríamos a grupos guerrilleros que se alimentan de ellos para “fortalecerse” antes de cada combate. En definitiva, lo que en realidad se trata de un grupo humano basado en un complejo sistema social y cultural, se transforma por voluntades ajenas en una rareza digna de bromas o, en los casos más extremos, en un alimento apto para el consumo. Cuando hablamos de los pigmeos, como son los 30.000 seres humanos que integran el pueblo Baka, nos da la sensación de que el mundo no ha cambiado tanto como nos gustaría desde la Alemania nazi.

De cazadores a agricultores

Los Baka sufren. Son humanos y sufren como los humanos. Lloran, golpean, les castañean los dientes en los momentos de terror. Aman y odian, aunque su educación se limita a unos pocos cursos escolares en el mejor de los casos y “muy raramente tienen acceso a la titulación universitaria”, según confirma Nsokali Jones, supervisor de los indígenas Baka del sudeste camerunés. Y comen para poder vivir. Ahora, la dieta Baka fue la misma durante siglos, incluso durante los años más crueles del colonialismo: recolectan diferentes alimentos herbáceos que crecen silvestres en la selva y pequeños animales que cazan con un sigilo particular.

Los Baka conforman una sociedad que apenas ha desarrollado un sistema de agricultura, y sin embargo coexisten en una profunda relación con la naturaleza que les rodea, como muestran sus pequeñas chozas hechas con ramas cubiertas de follaje que cambian cada pocos meses.

Tribu pigmea en el bosque.
Tribu pigmea en el bosque.JM GRACIACreative Commons

En el momento en que los bosques se transforman en espacios protegidos, las madereras se apropian de enormes espacios que los Baka han utilizado para alimentarse desde hace generaciones y las ONG con el síndrome del blanco salvador presionan para que planten maíz y cacao a niveles muy superiores a los acostumbrados, ¿qué puede hacer un padre de familia Baka para sobrevivir con la dignidad que le exige su pasado? Algunos siguen cazando en la espesura, tal y como asegura Nsokali, pese a arriesgarse a penas de cárcel, o sirven de guías a los cazadores furtivos con el fin de recibir unos kilos de carne para llevarse a casa. Aunque algunas ONG les ofrecen medios para dedicarse a la agricultura y sustituir sus chozas por casas de ladrillo, los Baka no tienen una tradición agricultora extensa y su sistema social no está configurado en este sentido como el de otros pueblos de la región, como pueden ser los bantúes. Cuando tomas una cultura centenaria y procuras cambiarla radicalmente en poco más de tres décadas, los resultados pueden ser catastróficos.

Desbarajustes sociales

Los sucesivos gobiernos cameruneses han forzado a los Baka a establecerse fuera de los bosques en poblaciones sedentarias, llevando a que la relación entre Baka y bantúes se haya acentuado en las últimas décadas. Aunque los bantúes tratan respetuosamente (en su mayoría) a los Baka, no es así con los niños que comparten aulas en la escuela. Numerosas organizaciones Baka han denunciado desde hace años el acoso que sufren los niños Baka en el colegio, provocando a su vez un aumento en la tasa de abandono escolar y una serie de traumas y rencores cuyas consecuencias todavía están por ver.

Nsokali destaca la responsabilidad del Gobierno camerunés en este ámbito. Afirma categóricamente que “no se están respetando los principios básicos de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (UNDRIP por sus siglas en inglés), ya que esta declaración garantiza que los Baka puedan tomar decisiones sobre sus dinámicas sociales”. Y posiciona del mismo lado a las ONG de corte paternalista que no escuchan, o no quieren escuchar, las verdaderas necesidades de los Baka.

Por otro lado, la fusión de la cultura Baka con los bantúes ha llevado a un claro empeoramiento en la situación de la mujer. Antes de verse obligados a abandonar la selva, la sociedad Baka era bastante igualitaria entre hombres y mujeres, mientras Nsokali informa de que “tradicionalmente, las mujeres son las responsables de recolectar las plantas salvajes y los insectos, y son ellas las que se dedican a la pesca, mientras los hombres son quienes cazan”. Este equilibrio se ha roto. Influida su cultura por la bantú, de corte más machista, y desordenados los roles de género, la mujer Baka ha visto cómo su posición social ha empeorado notablemente a medida que los Baka eran empujados al mal llamado “progreso”.

Poco a poco percibimos el tremendo desbarajuste que lleva dándose desde finales del siglo pasado entre los pigmeos Baka. Cómo sus métodos de caza (que apenas consisten en lancear grandes mamíferos, sino que se dedican en su mayoría al trampeo de pequeños animales), hoy ilegalizados, empujan a los Baka a actividades todavía más delictivas, como puede ser el hacer de guías para los violentos furtivos que cazan, ahora sí, grandes mamíferos protegidos. Cómo afecta a las mujeres y los niños el desequilibrio social que sufren. Cómo hablan mientras su voz apagada se vuelve muda a los oídos de sus autodenominados salvadores.

Puestos al margen

Los Baka no viven apenas en las ciudades (en gran parte por la discriminación que sufren en ellas) y no pertenecen al tipo de etnia que migra a Asia o los países occidentales. Los Baka aman su bosque y las miserias verdes que éste les ofrece. Apenas se interesan por la vida política en Camerún más allá del activismo que garantice los derechos de su pueblo, aunque nadie de aquí imaginaría a un pigmeo como Jefe de Estado. La marginalización política de los Baka es algo que chirría a Nsokali cuando dice que “la tala de bosques conforma una parte importante de la economía camerunesa, y los Baka han sido utilizados como guías a medida que florecía la industria maderera a finales del siglo XX. Entonces, una parte considerable de la riqueza del país ha dependido de ellos”.

Pero no quiero que nadie se engañe. Los bosques africanos, incluyendo los de Camerún, no están protegidos. Si fuera así, no se habrían deforestado 3 millones de hectáreas (aproximadamente el tamaño de Bélgica) en Camerún desde 1990 para utilizar el terreno en la producción de cacao. Los bosques pertenecen ahora a plantaciones y madereras y, de hablar de protección, entonces diríamos que los bosques se protegen para garantizar los beneficios de las empresas que exportan el delicioso cacao desde Camerún hasta Holanda, Malasia, Singapur y Alemania.

Los Baka son extranjeros en su propia tierra. Mientras los bulldozers arrancan de cuajo enormes extensiones de vida, ellos afrontan la ilegalidad y la cárcel por trampear un roedor. Ser pigmeo es gracioso para todo el mundo menos para los pigmeos, que sufren y se retuercen por algo tan estúpido y primitivo como puede ser discriminar a un pueblo a raíz de su estatura. Por eso cabe decir que el mundo no ha cambiado tanto desde el nazismo; si acaso hemos aprendido a ocultarlo mejor.