África
Así nacieron las empresas de mercenarios para hacer el “trabajo sucio” a las grandes potencias
África ha sido terreno abonado de los contratistas privados, antes llamados mercenarios, desde el periodo de las independencias hasta hoy
África es El Dorado de los mercenarios. Desde Katanga hasta Argelia, pasando por Nigeria y Angola, los soldados de fortuna llevan más de sesenta años disparando y firmando contratos con (y contra) diversos gobiernos y grupos de guerrilleros poseedores del dinero necesario para pagar su sueldo. Los más veteranos recordarán aún los tiempos en que ex combatientes europeos de la Segunda Guerra Mundial y de las guerras de independencia africanas buscaron una manera de prolongar su peligroso estilo de vida en el continente, donde nombres como Bob Denard, Peter McDonald, Siegfried Müller o Erik Bonde resonaban en el batiburrillo de romanticismo y atrocidades que forjaban la aureola de los mercenarios.
Europa versus URSS
Europa era entonces la principal contratista de sus servicios. No era fácil para los gobiernos occidentales mantener a flote sus intereses en África, recién independizada, sin que el mundo comprobase sus verdaderas intenciones. En lugar de enviar a militares regulares para mantener o quitar del poder a este u otro gobernante africano, la CIA y sus homólogos europeos accedían a los servicios de los mercenarios para que les hicieran “el trabajo sucio” en los basureros del mundo.
Uno de los ejemplos más conocidos es el uso de mercenarios para mantener en el poder al dictador congoleño Mobutu Sese Soko, íntimo aliado de Washington pese a sus violentas prácticas con la población civil y la exagerada corrupción de la que fue acusado décadas más tarde. Mobutu contó al principio de su mandato con el apoyo incondicional de las naciones occidentales, aunque décadas después, abandonado por ellas, tuvo que contratar los servicios de combatientes serbios a través de la empresa de telecomunicaciones francesa Geolink.
Nigeria a finales de los 60 fue otro importante terreno abonado para el uso de mercenarios, desde británicos hasta belgas, pasando por sudafricanos y españoles que combatieron en uno y otro bando a lo largo de la cruenta guerra civil que enfrentó al Gobierno central contra la región independentista de Biafra. Angola, que libró una guerra civil durante los 25 años posteriores a su independencia, sirvió como escenario de la Guerra Fría al enfrentar al MPLA (comunista, respaldado por la Unión Soviética) y la UNITA (capitalista, apoyado por Estados Unidos hasta el término del conflicto y por Sudáfrica hasta 1991). Lo que hace de Angola tan interesante desde el punto de vista del uso de mercenarios fue que el conflicto comenzó con el uso “tradicional” de mercenarios, esto es, con ex combatientes portugueses y africanos blancos combatiendo a favor de la UNITA; mientras los últimos años del conflicto coincidieron con el inicio de las compañías militares privadas. Tal fue el uso que dio el MPLA a partir de 1992 a la compañía Executive Outcomes.
Curiosamente, en este contexto paralelo a la Guerra Fría, la Unión Soviética no era partidaria del uso de mercenarios en África, a no ser que la situación lo requiriera sin más alternativas: los rusos utilizaban en su lugar elementos oficiales para combatir o asesorar a los recién formados gobiernos africanos. Agentes del KGB, comisarios políticos de la URSS, escuelas de formación en Rusia y Ucrania destinadas a los jóvenes líderes africanos, envíos de tropas cubanas a Angola y soviéticas a Mozambique.... Donde Occidente se veía obligado a ocultar sus intenciones tras el manto de los mercenarios y las operaciones encubiertas, en parte condicionado por su pasado colonizador, Rusia lideraba con orgullo los primeros pasos africanos hacia la independencia respecto a Europa.
Hacia los contratistas de seguridad privada
Pero las cosas han cambiado. Lento pero constante, fueron llegando a Europa las noticias de las prácticas de los viejos mercenarios, obligando a los gobiernos a tomar distancia con ellos. El mercenario alemán Müller declaró a la revista Der Spiegel que en Katanga “es normal algún maltrato” a los prisioneros, y, aunque más tarde afirmó estar borracho cuando lo dijo, comentó que él había ido allí “a cazar negros”. Lento pero constante, el uso de mercenarios “libres” dejó de tener sentido para Europa: su popularidad los volvía indiscretos, y mientras los años pasaban y los veteranos envejecían, corría la urgencia de configurar nuevas estrategias que permitiera el uso de mercenarios sin que los medios de comunicación acribillasen a los gobiernos implicados. Comenzó entonces a buscarse una colaboración efectiva entre los soldados a sueldo y los ejércitos regulares europeos, todo ello en operaciones relativamente más públicas que las anteriores.
Así nacieron las empresas militares privadas, que hicieron su debut en los últimos años de la guerra de Angola y que alcanzaron el estrellato durante la guerra de Irak, con nombres como las compañías Blackwater y Academi haciendo sus primeras apariciones en el mapa mediático. El modus operandi de Occidente ya no consistía en un cóctel de secretismo, rudos “Rambo” vendidos al mejor postor y películas de acción encargadas a Hollywood para limpiar la imagen de los mercenarios. Los ejércitos regulares volvieron a cobrar protagonismo, tanto en el campo de batalla como en las pantallas de cine. ¿O piensa el lector que la oleada de películas sobre la guerra de Irak y Afganistán (Zona Hostil, Green Zone, American Sniper, La batalla de Hadiza) de los 2000 no hacían lo que las películas sobre mercenarios (Los perros de la guerra, Entre Lobos, Men of War, Rambo) en el siglo pasado?
Y los mercenarios, ahora categorizados como “contratistas de seguridad privada” (llamarlos mercenarios se considera despectivo), combatían codo con codo y de cara al público junto a estos ejércitos. Dentro de todos los defectos que pueda auspiciar este nuevo método, no cabe duda de que el uso mayoritario de militares regulares obligó a medir las intervenciones occidentales en terceros Estados, abriendo la puerta a un respeto por legalidad internacional que, en cierta medida, debía justificar dichas acciones.
La disposición francesa (el país europeo con mayor presencia en el continente) en África la conforman ahora en su amplia mayoría elementos de las fuerzas armadas galas, con mención especial a la Legión Extranjera. Lo que obliga a la firma de tratados, a la presencia de observadores internacionales, a que las fuerzas desplegadas respeten la legislación vigente en el país al que han sido enviadas... Ejemplos recientes los encontramos en Costa de Marfil, Mali, Burkina Faso y República Centroafricana, donde el número de mercenarios es casi anecdótico si lo comparamos con el de militares regulares. Y las PMC (Private Military Company por sus siglas en inglés) se dedican antes a la protección de minas, a la seguridad de los hombres de negocios, etc., que a las operaciones militares propiamente dichas.
El sueldo de un soldado mercenario raso que combatiera en el Congo en los años 60 era de 10.000 francos al mes; el de un comandante, de unos 28.000 francos. El sueldo de un contratista de seguridad privada actual oscila entre los 500 y los 1.500 dólares mensuales, dependiendo del riesgo al que se enfrenten y de su experiencia profesional. Sin embargo, los comandantes más capacitados pueden embolsarse hasta 250.000 dólares anuales.
Un intercambio de papeles
Mientras Occidente ha apostado por una relación más responsable y equitativa con las naciones africanas, Rusia ha seguido el camino inverso. Lejos quedan los tiempos en que enviaban a miembros de su gobierno a asesorar y combatir junto con los independentistas africanos. Donde Europa ha dejado de lado el juego sucio, Rusia es ahora la nación preferida para los mercenarios que desean hacer fortuna en el continente más convulso.
Nació así en 2014 el Grupo Wagner, cuyas primeras acciones tuvieron lugar en Ucrania pero que se ha desarrollado plenamente en territorio africano, contando con mercenarios desplegados a lo largo de la última década en Libia, Mozambique, Sudán, Mali, República Democrática del Congo y Burkina Faso. Siempre al servicio de los intereses del Kremlin. Occidente apuesta hoy por la colaboración efectiva (y gratuita) con los gobiernos africanos, Rusia se relaciona a través de la práctica mercenaria. Lo cual requiere, primero, un pago (generalmente realizado a través de concesiones mineras), y, segundo, una mayor libertad de actuación que permite el desarrollo de prácticas abusivas sin que Putin tenga que responsabilizarse por ellas.
Un ejemplo reciente. En marzo de 2022, hasta trescientos civiles de la etnia fulani fueron masacrados por elementos del Ejército maliense acompañados de “soldados blancos” pertenecientes a Wagner. Si dicha masacre hubiera sido ejecutada en colaboración con el ejército regular ruso, la condena internacional habría sido inmediata. Pero, y este “pero” es muy importante, al haber sido una compañía militar privada la cómplice de la masacre, ¿a qué gobierno podría responsabilizarse? La respuesta es evidente: a ninguno.
Basta concluir este repaso con un fragmento apuntado por el novelista británico Frederick Forsyth en su obra Los perros de la guerra, y que puede que nos permita saborear por un instante la amarga realidad del soldado de fortuna: “Olía a sangre y a miedo, a sudor y a muerte, y, dominándolo todo, el olor más embriagador del mundo de los mercenarios: el de la pólvora sin humo”.
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