Reino Unido
Los amargos primeros 100 días de Starmer en Downing Street
La decepción con el líder laborista que prometió terminar con el caos de los «tories» se instala entre los británicos
Resulta complicado arrebatar a Liz Truss el título de peor primera ministra de la historia de Reino Unido. Su dimisión, apenas 45 días después de haber tomado el cargo, fue la prueba irrefutable del declive de la era conservadora. Pero lo cierto es que el laborista Keir Starmer, el hombre que se presentó como la alternativa al caos, no está cumpliendo precisamente las expectativas. El primer ministro celebra sus primeros 100 días en Downing Street entre críticas por aceptar suculentos regalos por parte de los donantes del partido, escándalos tras la dimisión de su asesora principal, humillación por su declive en las encuestas y rebelión entre sus filas por llevar a cabo recortes que no estaban recogidos en el manifiesto electoral.
Sus dramas pueden ser considerados como leves en comparación con Truss, cuyo plan económico desencadenó una turbulencia financiera mundial con la libra en mínimos históricos, o Boris Johnson, expulsado por sus prevaricaciones sobre las fiestas en plena pandemia. Pero es notable que después de que Starmer consiguiera en julio una aplastante mayoría absoluta poniendo fin a catorce años de era "tory" su brillo se haya apagado tan rápidamente. Su aprobación personal se ha desplomado 45 puntos y el laborismo ahora está solo un punto por delante de los conservadores, según la encuesta de More in Common.
Cierto es que los británicos no le votaron por su carisma. No es un político extravagante como Johnson. Pero esa es precisamente la razón para que las polémica protagonizadas hayan acaparado tantos titulares al chocar con la imagen que había vendido de un hombre serio, intransigente y correcto.
El "premier" argumenta que ha tomado decisiones difíciles. Entre otros, ha anunciado planes para una empresa energética estatal y ha levantado la prohibición de la energía eólica terrestre. Ha impuesto, un embargo, parcial de armas a Israel. Ha estado en la Casa Blanca dos veces para resaltar la relación especial con Washington en un momento geopolítico convulso. Y ha presentado su proyecto de ley sobre reforma laboral -algo que prometió hacer en sus primeros cien días y ha cumplido por los pelos, ya que se presentó el jueves-.
Pero su anuncio de ceder el control de las islas Chagos a Mauricio, cediendo así a la presión internacional y poniendo fin a una larga disputa sobre la soberanía de la última colonia africana de Reino Unido, ha creado gran revuelo ya que las islas se encuentran en una posición estratégica clave en medio del Océano Índico, una zona de creciente competencia entre las naciones occidentales, India y China. Los críticos no solo alegan que se ha dejado un importante puesto militar vulnerable a un competidor como Pekín, sino que abre ahora el debate sobre disputa de soberanía en otros territorios, como las Islas Malvinas y Gibraltar, cuyo estatus sigue en el limbo tras el Brexit.
Por otra parte, culpando al “agujero negro” de 26.000 millones de euros heredado de los "tories", Starmer ha llevado a cabo recortes en los subsidios que reciben los pensionistas con los combustible durante el invierno, lo que le ha valido la rebelión de sus filas. Pero sigue sin dar muchos detalles de su plan económico a la espera de que a finales de octubre se presenten los Presupuestos Generales. Algunos analistas políticos consideran que llegan demasiado tarde. Esperar casi cuatro meses para detallar su estrategia puede haber sido un “gol en propia meta”. “El momento de gastar capital político es cuando lo tienes”, señala Martin Baxter, director ejecutivo de Electoral Calculus. “De lo contrario, simplemente se diluye y nunca va a ser tan alto como lo fue justo después de las elecciones”, añade.
Este es el grave error de Starmer, la falta de iniciativa. Los medios de comunicación y Westminster se han centrado en los trajes y gafas regaladas por donantes millonarios, en la salida de Sue Gray como asesora principal (con un salario mayor que el de Starmer) o en la entrega de las islas Chagos (negociaciones que realmente comenzaron con los "tories") porque tampoco hay mucho más que contar.
Hasta la fecha, el Gobierno de Starmer ha sido, en general, un Gobierno que ha mantenido el status quo, con solo cambios planificados, como la nacionalización de los ferrocarriles, que no se han vinculado a ninguna mejora importante en la infraestructura o los servicios que realmente interesan al público. Y muchas promesas de revisiones de políticas que pueden o no conducir a cambios sustanciales –dentro de muchos años– en las escuelas estatales, universidades, prisiones y la asistencia social, entre otros.
La continuidad respecto al anterior Ejecutivo "tory" se esperaba en su apoyo incuestionable a Ucrania en la invasión rusa. Pero en la crucial cuestión de relaciones con la UE, se esperaban grandes cambios. Starmer prometió un “reinicio” tras los turbulentos años del Brexit, pero no ha habido ningún acercamiento, ya que las líneas rojas preelectorales de no reingresar a la unión aduanera y al mercado único ahora se han extendido incluso a restar importancia a la posibilidad de un plan de movilidad juvenil y el reingreso al programa Erasmus para estudiantes.
Es pronto aún para valorar su mandato. De momento, Starmer confía en una cómoda mayoría laborista en el Parlamento para impulsar su agenda. No obstante, no está demás recordar que, con el peculiar sistema electoral británico, pese a obtener el mayor número de escaños, los laboristas ganaron solo alrededor de un tercio de los votos, lo que significa que no tiene en la calle el mismo apoyo que tiene en la Cámara de los Comunes para ayudar a capear las tormentas.
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