Oriente Medio
Drones israelíes a cambio de gas azerí: la nueva alianza regional que aterra a Irán
Azerbaiyán se impuso a Armenia en la última guerra por Nagorno Karabaj gracias a la ayuda militar de Israel
Las aguas del Aras bajan tranquilas y cristalinas. Una hilera de patos surcan en armónico orden, alineados de la importancia estratégica de este alejado y estratégico rincón al sur del Cáucaso. El flujo del río, cuya estrechez en ciertos tramos permite cruzar sus riberas con sorprendente facilidad, ejerce de frontera entre los 700 kilómetros que unen Azerbaiyán e Irán. Dos naciones con estrechos vínculos históricos y demográficos, cuya aparente tranquilidad vecinal se ha tornado en una olla a presión a punto de estallar.
En los extremos del puente de Judafarin, antiguo eje conector de la ruta de la seda, las banderas de ambos países se acarician cuando arrecia el viento. Desde lo alto de la aldea de Khomarlu, un gigantesco retrato del ayatolá Ali Jamenei corona las colinas. A la orilla del río, tres iraníes llaman la atención a los primeros periodistas extranjeros llegados a este inhóspito rincón de los «territorios liberados», que Azerbaiyán arrebató a Armenia tras la Segunda Guerra de Nagorno Karabaj en 2020. Los lugareños desconocían que parte de los reporteros llegaron en un vuelo directo desde Tel Aviv a Bakú, la capital de Azerbaiyán.
Desde la ribera opuesta, un regimiento militar azerí nos recibe con un té y chocolatinas con vistas a Irán. Los sombreros aterciopelados de los reclutas, los retratos del presidente Ilham Aliyev y las omnipresentes banderas nacionales –también de Turquía, su ángel protector– dan fe del persistente carácter postsoviético de la república. En lo alto del monte, un mensaje victorioso: «¡Karabakh azerbaiyano!».
Unos 700.000 azeríes huyeron tras la captura armenia de la zona hace treinta años, y sus pueblos abandonados no fueron reasentados por armenios. La «tierra quemada» que cruzamos es un interminable campo de minas. Los soldados azeríes prohíben saltarse los márgenes de la precaria carretera. Los carteles de «peligro minas» avisan: 260 personas ya estallaron por los aires por dar un paso en falso.
El pasado octubre, el Ejército de Irán lanzó un operativo militar sin precedentes en aguas del río Aras. Desplegaron puentes móviles, por donde jeeps y tanques cruzaron a suelo azerí. Un “show” con producción audiovisual puntera, que incluyó miles de soldados, disparos de artillería, francotiradores o paracaidistas caídos del cielo. El régimen de los ayatolás amenaza: la ruta para liberar la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén pasará por Bakú.
Israel es uno de los principales proveedores de armamento de Azerbaiyán. En octubre de 2021, el presidente Aliyev se fotografió victorioso a orillas del Aras con un “dron kamikaze” Harop, un artefacto militar hebreo que fue clave en la victoria del Ejército azerí en Nagorno Karabakh. Los drones Harop se alzan, rastrean objetivos y golpean. Analistas militares destacan que su entrada en combate precipitó la derrota armenia. También fueron cruciales las baterías defensivas Barak-8, que interceptaron misiles balísticos sobre la capital. Se estima que en la guerra de 44 días perecieron unos 100 civiles de cada bando, así como unos 3825 soldados armenios y 2850 azeríes.
“Israel, no caves tu tumba. Irán avisa, para que también Azerbaiyán lo entienda. Quienes nos miren de modo inapropiado serán destruidos”, proclamó una canción aireada en un canal iraní en lengua azerí. Millones de iraníes tienen raíces azeríes, y hasta hace poco el tráfico interfronterizo por asuntos familiares o económicos era el pan de cada día. Ya no.
Una próxima embajada en Tel Aviv
Israel no revela detalles de los negocios armamentísticos con Bakú, pero en 2016 se estimaron ventas por valor de 4.850 millones de dólares. Un reportaje del canal 12 israelí calculó que el 69% de las importaciones militares de Bakú llegaron desde el Estado judío. Los drones hebreos, la amenaza iraní y la buena salud de las comunidad judías en Azerbaiyán -donde viven unos 15.000 judíos- impulsaron una histórica resolución del Parlamento azerí en noviembre, en la que se anunció la inminente apertura de una embajada en Israel. La ex república soviética se convertirá en el primer Estado musulmán chií en abrir una delegación diplomática en Tel Aviv.
Días después del anuncio, las autoridades de Bakú arrestaron a cinco ciudadanos acusados de espiar para Irán. En la escalada retórica, el régimen de los ayatolás también acusa al país vecino y a Turquía de inflamar las pulsiones separatistas en las nórdicas provincias de Irán pobladas por la minoría azerí.
”Nosotros no escalamos, respondemos en proporción a sus acciones”, alega Hikmet Haciyev, mano derecha del presidente Aliyev. Desde su despacho en el palacio presidencial en Bakú, el poderoso asesor insiste en que Teherán “no puede dictar nuestras relaciones con otros países”. Mubariz Gurbanli, ministro de Asuntos Religiosos, eleva el tono: “Irán es un país racista y teocrático. Aquí falló promoviendo su agenda, es un boomerang que les acabará dañando”. Pese a ser un Estado de mayoría musulmana chií, en Azerbaiyán impera un paradójico secularismo: en la capital apenas se ven mujeres con “hiyab”, y los chupitos de vodka riegan los almuerzos.
“Azerbaiyán es un aliado estratégico leal de Israel. Recibimos productos energéticos vitales para el desarrollo del país”, cuenta Roman Gurevich, judío azerí que emigró hace décadas a Jerusalén. Y añade: “Gracias a la asistencia azerí, el Mossad lanzó varias operaciones contra sus enemigos”. Ante el apoyo ruso e iraní a Armenia, el país chií caucásico se aferra a las tecnologías militares israelíes. Si estalla la guerra, serán fundamentales para asegurar los nuevos gasoductos y ferrocarriles que pronto conectarán Bakú con Europa.
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