Milicias locales

Ben Laden, héroe en Burkina Faso y azote de los yihadistas

Soumaïla Ouédraogo, también conocido como Ben Laden, se ha convertido a lo largo de los años en una contradicción de su sobrenombre debido a su pertinaz lucha contra el yihadismo que asola Burkina Faso

Soumaïla Ouédraogo, también conocido como Ben Laden, junto con otros líderes nacionales
Ben Laden (centro) junto con otros líderes nacionales.Alfonso MasoliverLa Razón

Ben Laden es uno de esos hombres que se levantó una mañana hasta las narices y pasó a convertirse en un héroe para su pueblo. Salió de su casa, caminó con decisión hacia la guarida de un conocido ladrón de la zona y le ordenó a viva voz que devolviera las vacas que había robado la noche anterior. Las vacas robadas no eran de Ben Laden, sino de un vecino que también era un buen amigo de nuestro protagonista. Todavía se recuerdan con nostalgia las voces que mandó Ben Laden al otro lado del muro; tan altos y valientes fueron sus gritos que arrancaron de alguna manera el valor de otros en el pueblo, y pronto se congregaron veinte hombres increpando al criminal. Ben Laden es un héroe porque saca a relucir la valentía del resto.

En su pueblo supieron a partir de este momento que existían hombres honrados y con el valor de plantarles cara a los bandidos que pululaban la zona, además, varios de entre los locales poseían armas (y los que no tenían alguna guardada desde las guerras de sus abuelos se valían de sus puños o de machetes para repartir justicia). Así fue como, en poco tiempo, Ben Laden y sus vecinos organizaron un grupo de vigilancia ciudadana que hiciera frente a los bandidos frente a la apatía de la policía local. Una suerte de liga de la justicia burkinesa.

Corría el 2013 y hacía un año desde que Ben Laden, el otro, el archiconocido yihadista, fue cazado por los Estados Unidos en su casa en Pakistán. El Ben Laden de Burkina Faso dice que su apodo “se debe a mi arrojo, mi valentía para luchar cuando todo está perdido, ya sabes, como el Ben Laden árabe”. Y por su barba rala, similar a la del otro. En este momento debe aclararse que, pese a ser también musulmán, el Ben Laden burkinés no es un terrorista ni nada que se le parezca; éste ha combatido en repetidas ocasiones contra el yihadismo que azota el Sahel. Y gracias a su influencia en amplias regiones de Burkina Faso, ha contribuido a mantener en la medida de lo posible el equilibrio social que amenaza con resquebrajar el país desde hace casi una década.

La vocación defensora de Ben Laden, cuyo nombre real es Soumaïla Ouédraogo, se extendió al poco tiempo por otros pueblos del país, creándose grupos similares al suyo, hasta que llegó un punto en que varios de los jefes de cada grupo de defensa civil se reunieron y decidieron crear una milicia nacional de voluntarios. A su favor (y en contra) tenían que la policía era por aquellos tiempos, digamos, corrupta, mientras que a los buenos vecinos sólo les quedaba mirar (o no) cómo los ladrones les arrebataban sus propiedades sin sufrir las consecuencias. No debieron pasar muchos años hasta que la milicia de Ben Laden, el héroe de muchos, sumó más de 30.000 nombres de todas las etnias y las comunidades y las parroquias de la nación, ciudadanos ejemplares que desempolvaron la escopeta del abuelo si no afilaron el útil machete.

La fuerza de muchos

Esta milicia, nombrada como Koglweogo, se ocupa ahora de muchas de las tareas de vigilancia en las localidades del norte de Burkina Faso, el este y zonas próximas al centro. Incluso sirven de seguridad adicional en algunos eventos públicos. Hace años que siguen las órdenes de un grupo de ancianos que recuerdan periódicamente a sus voluntarios que deben guardar las armas descargadas cuando están en casa y que dictan sentencia contra los criminales si no encuentran otra ley a mano, ancianos “sabios” que describe Ben Laden cuando se le pregunta por los líderes de Koglweogo.

Cabe a resaltar que los Koglweogo no reciben financiación por parte del gobierno, aunque siempre aparece aquí o allá un buen samaritano que sabe agradecer sus servicios. Ben Laden habla del director del Coris Bank al comentar que “un día nos dio trece motocicletas como agradecimiento por lo que hacemos”, y recuerda a otro hombre poderoso que le invitó a hacer juntos el hach, la peregrinación a la Meca que todo musulmán pudiente debe realizar al menos una vez en la vida. La gente de este país es agradecida con los héroes como Ben Laden. Aquí les basta con cinco voluntarios de cada pueblo que puedan reunir dinero y tiempo para llenar el depósito de una moto y montar así un sencillo control junto al cartel de bienvenida, donde cachean a jóvenes, interrogan las intenciones de quienes parecen evasivos y desconfían de los desconocidos por el bien común. Cuando un ladrón se lleva lo que no es suyo, los Koglweogo abren bien los ojos, escuchan los rumores que se esparcen por la localidad y pronto detienen al sospechoso.

Lo normal en estos casos sería entregar a los acusados a la policía, aunque Ben Laden argumenta que no siempre puede hacerse “debido a las distancias que separan a algunos pueblos de la comisaría”. Digamos que, si los Kogweogo atrapasen a un violador o a un asesino de niños, no siempre pueden llevarlo a la policía y son los ancianos quienes deciden lo que será de él.

Ben Laden (abajo a la derecha) junto con voluntarios de la milicia Koglweogo.
Ben Laden (abajo a la derecha) junto con voluntarios de la milicia Koglweogo.Alfonso MasoliverLa Razón

Hay quienes dicen que los Koglweogo son buenos hombres que viven tiempos difíciles. Capaces de cualquier cosa con tal de salvar a los suyos. Incluso de matar, si el contrario levanta un arma primero. Lo dice Ben Laden: “cuando hay armas a la hora de enfrentarnos a los bandidos o a los terroristas, lo mejor es disparar primero, porque pueden matarte ellos si tardas en responder”. También los hay que expresan su preocupación por la violación sistemática de los derechos de los detenidos a manos de este grupo, cuando no son juzgados por otro tribunal que los ancianos, o las pocas veces queasesinos y violadoreshan sido linchados en público por mediación de los Koglweogo. También se habla de latigazos de castigo y de un método de tortura (reconocido por Ben Laden) que consiste en maniatar a los criminales con cristales rotos entre las palmas de las manos, hasta que el dolor llega a un punto en que confiesan su crimen.

Ben Laden lamenta que “cuando se habla de los derechos humanos de los criminales, las organizaciones internacionales ponen el grito en el cielo, pero nadie dice nada cuando matan a uno de los nuestros”. Repite que la corrupción policial les obligó a tomar las armas y que su único objetivo es la defensa de los inocentes. Algunos criminales escapan, otras veces se entregan sin oponer resistencia y los Koglweogo les dejan marchar si confiesan dónde tienen escondidas a las cabras. No siempre hay violencia. Más bien se definiría como una suerte de justicia ideada por un pueblo dejado de la mano del Estado durante demasiados años, aunque Ben Laden alcanza a decir que parece entreverse una mejoría con el gobierno actual.

Los VDP

Porque el gobierno actual, que asumió el poder tras el golpe de Estado de octubre de 2022, se ha propuesto continuar la idea de Ben Laden y sus coetáneos estimulando la creación una milicia civil conocida como VDP (Voluntaires por la Defense de la Patrie) subrogada al gobierno y que contribuye de forma activa a la lucha antiterrorista. Gracias a la tradición de defensa civil iniciada por sujetos como Ben Laden, el gobierno burkinés ha hallado la forma de engrosar sus filas de combatientes, y se calcula que actualmente hay más de 90.000 VDP luchando contra el yihadismo en el país. Muchos Koglweogo han sido traspasados a los VDP, ansiosos por cumplir con su deber patriótico, mientras Ben Laden afirma que “elijo cada vez a mis mejores luchadores para dárselos al Estado”. Una diferencia fundamental entre los Koglweogo y los VDP es que los segundos sí que están financiados por el Estado, reciben adiestramiento militar y formación sobre los derechos humanos, además de un armamento más adecuado que los machetes y los viejos fusiles familiares.

Ben Laden no duda a la hora de confirmar que los Koglweogo han contribuido a mejorar la situación del país. La gente honrada vive más segura. Gracias a sus incursiones se han recuperado bienes por valor de cientos de millones de francos CFA. Lo dice sentado en una silla de madera tosca, oculto a la sombra en una pequeña granja que posee a las afueras de la capital.

Pero este Ben Laden tan concreto ya no puede empuñar un arma ni luchar junto a los suyos, aunque no lo diga en voz alta. Lo confirman unos ojos que miran a su alrededor sin ver durante la entrevista, la mano que adelanta a tientas buscando el saludo, los rumores que procura sortear con un paso torpe y precavido: hace dos años que le asaltó un último enemigo, una enfermedad traicionera que nadie identifica con exactitud pero que ha corrido un tupido manto sobre sus pupilas. Nadie sabe hasta qué punto está ciego, o si ya se ha perdido para siempre en las tinieblas. Nadie se atreve a decirlo. Nadie querría reconocer que su héroe fue derrotado por su propio cuerpo. Para ellos siempre será Ben Laden, Soumaïla Ouédraogo, un héroe del vecindario, un hombre de carne y hueso que se despertó una mañana lo suficientemente enfadado como para hacer del mundo uno mejor. Y, ciego o no, a nadie le cabe duda de que su legado quedará durante generaciones a la vista de todos.