Análisis
«Bernardo Arévalo es un ‘glitch’ en la Matrix»
Edgar Ortiz Romero, abogado y profesor de derecho constitucional guatemalteco, cree que si el presidente electo de Guatemala es capaz de tejer una coalición de unidad, los intentos de golpe blando no prosperarán
El candidato del Movimiento Semilla, Bernardo Arévalo, arrasó según lo previsto en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Guatemala con más del 58% de los votos frente a su adversaria Sandra Torres, ex primera dama y aspirante de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), quien todavía no ha reconocido la legitimidad de las urnas. Es, a todas luces, un bálsamo democrático para un país que venía registrando un preocupante retroceso en todos los índices de democracia a cuenta de la corrupción institucional y la persecución judicial contra la oposición política. El abogado y profesor de derecho constitucional guatemalteco, Edgar Ortiz Romero, repasa en conversación con LA RAZÓN las claves de unos comicios que han dado pie a la esperanza en América Latina.
¿Cuáles son los retos principales que afronta ahora el presidente electo Bernardo Arévalo?
Hay que tener en cuenta algunos factores. El primero, que esta elección era un referéndum contra la coalición gobernante. Habíamos vivido años en los cuales, debido a la fragmentación política en Guatemala, los presidentes eran simplemente aves de paso, administradores o gestores de una coalición de Gobierno que estaba siempre representada en el Congreso. Algo habitual en los presidencialismos donde no hay partidos fuertes. Esta elección, de alguna forma, marcó ese rechazo a la coalición gobernante que representaba Sandra Torres como uno de los partidos tradicionales, miembros de esa coalición. El segundo es que, desde 2015, Guatemala vivió un proceso de lucha contra la corrupción que visto en perspectiva fue muy accidentado. Tuvo muchos fallos, muchos errores. Pero era una luz de esperanza de que el sistema se podía limpiar. Lo que sucedió es que, desde 2019 en adelante, con la expulsión de la comisión anticorrupción de Naciones Unidas, los partidos de la coalición desmantelaron la lucha contra la corrupción. Para hacerlo se valieron del sistema de justicia. Y eso les pasó factura. Ese cinismo, esa voracidad, esa depredación con la que se manejó la coalición indignó mucho a la gente y por eso la corrupción pasó a ser de nuevo uno de los principales motivos por los cuales la gente salió a votar en contra.
¿En el caso de que hubieran permitido la candidatura del líder opositor Carlos Pineda, estaríamos hablando hoy de Arévalo?
No me cabe duda de que no. Hay que moderar el optimismo, porque Bernardo Arévalo es un «glitch» en la Matrix. Está ahí porque sacaron a Pineda y a otros dos candidatos de la oposición. Si alguna virtud tiene Guatemala es el sistema de conteo de votos. Se diseñó en la transición democrática en el 1983, y garantiza que es imposible cometer fraudes. Lo que ha ocurrido en las últimas dos elecciones es que, cuando había algún candidato incómodo, se le descalificaba vía judicial. Ocurrió en 2019. Pero lo que pasó en 2023 fue escandaloso. La coalición gobernante utilizó cualquier instrumento legal para hacerlo. En enero y febrero descalificaron a dos opositores. Una de extrema izquierda, Thelma Cabrera, y otro de derechas, Roberto Arzú. Cuando Carlos Pineda era una sensación y virtualmente nuevo presidente en mayo, un mes antes de las elecciones, lo descalifican. También bajo un fallo judicial altamente cuestionable. Lo que no se pararon a pensar es que descalificando únicamente candidatos de la oposición sin hacer lo propio con candidatos oficialistas, en una elección tan fragmentada, iban dando más posibilidades a concentrar el voto en un candidato opositor. Y Arévalo es ese «glitch». Por fortuna, las encuestas no registraron su subida. Porque estoy seguro de que si hubiera aparecido como posible ganador, hubiera sido descalificado. Fue lo poético. El plan del coyote y del correcaminos salió mal.
¿Permitirá la élite política y económica de Guatemala comenzar a Arévalo su mandato presidencial?
Guatemala es una autocracia electoral en términos técnicos. No hay rotación de élites políticas. Si bien es una democracia disfuncional, calificada como autocracia electoral, lo cierto es que al ser un autoritarismo de coalición hay posibilidad de salir de ese escenario. Existe una fracción de la de la élite política que quiere que Arévalo no tome posesión, pero no creo que toda la élite política tenga el mismo plan porque saben que puede salir mal muchas cosas. Impedir la toma de posesión de un presidente democráticamente electo nos pone en otro plano frente a la comunidad internacional en términos de inversiones. Hay mucho en juego, por lo que no es tan fácil para la coalición gobernante coincidir en ese objetivo. A nivel de élite económica creo, de hecho, que existe una apertura ante un Gobierno de Bernardo Arévalo. La élite económica también se ve afectada por la corrupción, se ve afectada por el ascenso del crimen organizado. Porque detrás de la corrupción también hay crimen organizado. La cuestión ahora es si Bernardo Arévalo es capaz de formar una coalición de consenso, de unidad nacional, tendiendo puentes con la élite económica, con sectores de la sociedad civil, con algunos partidos políticos con los que se puede hablar —porque los hay—, esos intentos golpistas, porque sería eso: un golpe blando, no van a prosperar. Debemos de recordar que Arévalo es un negociador nato. Viene de trabajar en la construcción de paz, por lo que tiene muchas habilidades de negociación que tendrán que poner en marcha desde hoy.
Sandra Torres todavía no ha reconocido los resultados. ¿Seguirá la senda del negacionismo electoral que antes abrieron Trump o Bolsonaro?
Sandra Torres es la principal responsable de los últimos tres presidentes, incluido Arévalo, porque nuestro sistema exige un umbral muy alto para ganar en primera vuelta: se necesita más del 50% de los votos, algo que jamás ocurrió en este país. Por lo que siempre hay balotaje y siempre pierde Sandra Torres. Es la única ley universal de la política guatemalteca. Ella sabía que iba a perder, era muy obvio, por eso ha lanzado la carta del fraude electoral desde antes del balotaje. No es de ahora, sino de la primera vuelta. Comenzó a sembrar dudas sobre el sistema conforme las semanas fueron avanzando. Pero hay una diferencia entre Sandra Torres, Bolsonaro y Trump, y es la aceptación. Torres es una política altamente impopular. Entre el 40% y el 50% de los encuestados durante las dos últimas elecciones dice que nunca votaría por ella. Una candidata con ese nivel de impopularidad no tiene la fuerza para montar una narrativa de fraude, pero no me cabe duda de que va a mantener esa posición, completamente falsa. Ha habido municipios donde la diferencia ha sido de 90 a 10 para Arévalo. En la ciudad ha perdido por 84 a 16. Llamar fraude a esa circunstancia es un poco difícil.
¿Es la victoria de Arévalo un bálsamo democrático para Guatemala?
Teniendo en cuenta que Guatemala viene de tres años muy intensos de retroceso democrático, el hecho de que un demócrata declarado de un partido institucional, prodemocrático y constitucionalista gane las elecciones es la mejor noticia. Es el elemento central: hay un compromiso con el orden democrático desde el Movimiento Semilla y Bernardo Arévalo. En segundo lugar, por lo menos hay esperanza de que las cosas pueden cambiar. El continuismo que representaba la otra opción era un escenario muy gris para el clima social y político de Guatemala. Había un hartazgo con la con el sistema político, con la forma de hacer las cosas y esa posibilidad de oxigenar el sistema que ofrece Semilla es una buena noticia.
✕
Accede a tu cuenta para comentar