Malestar social
Las madres de Samara claman contra Putin: «¡Estamos esperando tu respuesta! ¿O te esconderás de nuevo?»
El Kremlin teme a las mujeres que en público denuncian la situación de los movilizados a Ucrania tras la matanza de reclutas de Nochevieja
El pasado 15 de agosto, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, rescató y actualizó una extinta condecoración soviética que reconocía el valor de las madres rusas por su número de hijos o cuyos descendientes hubiesen perdido la vida en acción en el cumplimiento de un deber militar, oficial o civil. La Orden Soviética de las Madres y los Héroes volvía a concederse en Rusia como agradecimiento al trabajo y sufrimiento de todas esas mujeres que, pese a no poder participar de manera activa en el frente, llevaban sobre sus hombros el dolor producido por la guerra de Ucrania.
Ese renovado reconocimiento oficial no incluye a aquellas mujeres cuyos maridos e hijos tuvieron que marcharse del país para evitar ser llevados al campo de batalla, pero que podrían ser igual de merecedoras de tal condecoración debido al dolor causado desde aquel fatídico 24 de febrero en que su país lanzó la famosa «operación militar especial» en Ucrania. El drama de los exiliados a los que nadie cuenta en las estadísticas oficiales, unido al de los hombres movilizados para ir al frente, ha otorgado a las mujeres en Rusia un protagonismo al que hubiesen preferido renunciar.
Una semana después del ataque ucraniano al cuartel de Makiivka, en la región de Donetsk, cuyo balance oficial de víctimas mortales es de 89, según los datos oficiales publicados por el Kremlin, las mujeres rusas se han convertido en protagonistas de informativos y publicaciones tras salir a la calle para rendir homenaje a sus hijos caídos en el frente, algo poco usual en los más de diez meses que dura la guerra. En la ciudad de Samara, a orillas del río Volga, concentraciones de personas (mayoritariamente mujeres) rendían homenajes silenciosos a sus maridos e hijos movilizados en esa fatídica ciudad que la noche de fin de año perdieron la vida. Las muestras dadas de manera espontánea no han sido acalladas por el poder, consciente del golpe que ha supuesto la masacre de Makiivka y de la ausencia de reivindicaciones en las reuniones. Nadie sabe si después de la tragedia del pasado 1 de enero esas concentraciones de personas se convertirán en manifestaciones en contra del presidente, pero en Moscú nadie está dispuesto a que lo vivido durante esta semana se convierta en el principio de una revolución.
A primeros de diciembre fueron arrestadas Olga Tsukanova, líder del Consejo de Madres y Esposas, y dos activistas de la misma organización acusadas de difundir material de carácter extremista. Los hechos también sucedieron en la región de Samara y, aunque se abrió un proceso administrativo contra una de ellas, todas fueron liberadas horas después. Días antes de la detención, Tsukanova había participado en una videoconferencia en la que denunciaba muchas de las decisiones tomadas durante la movilización y responsabilizaba directamente a Vladimir Putin de lo que estaba ocurriendo. «¡Estamos esperando tu respuesta! ¿O te esconderás de nuevo?», exclamaba la activista después de enumerar las necesidades no cubiertas de sus hombres en Ucrania, tales como falta de ropa y equipación, o la inexistente formación previa que debían recibir antes de ser enviados al frente. Otra de las denuncias lanzadas hacía mención a la gente poderosa del país, oligarcas y políticos, cuyos hijos no han sido llamados a las armas.
Al igual que Olga Tsukanova, miles de mujeres han buscado ayuda en otras con el mismo problema. No se han creado muchas organizaciones, pero sí ha nacido un sentimiento de apoyo mutuo que les ayuda a salir a la calle, hablar de lo que está pasando y recordar a los suyos. El Consejo de Madres y Esposas de Rusia nació el pasado mes de septiembre, como respuesta a la movilización parcial ordenada por el Kremlin, que en teoría enviaría al frente a 300.000 reservistas de todo el país. Sus seguidores en las redes sociales se cuentan por miles.
Desde el Gobierno se ha querido dar importancia a estos colectivos, sabiendo que tenerlas de su lado es una buena publicidad. El pasado 25 de noviembre, el presidente Putin se reunió con un nutrido grupo de madres y esposas en un acto que fue retransmitido a todo el país. En ese encuentro faltaban las asociaciones más críticas con la gestión del Ejército, como el Comité de Madres de Soldados de Rusia, quizás la más veterana de todas, fundada en 1989, que también se ha convertido en un abultado buzón adonde llegan quejas de todo el país.
Al otro lado, se encuentran aquellas madres y esposas que consideran un honor tener a sus familiares combatiendo en Ucrania. También se han organizado y algunas de ellas han pedido esta semana al Gobierno que ordene una movilización masiva en todo el país, prohibiendo a los hombres salir de Rusia y enviarlos a la guerra de Ucrania para terminarla de la manera más rápida posible.
El poder de convocatoria de ambos colectivos ha crecido en los últimos meses convirtiéndolos en interlocutores válidos ante la sociedad del país. Las mujeres en Rusia no pueden ir a la guerra, pero sí se han movilizado para dar voz a los suyos. El transcurso de la guerra podría cambiar si, desde casa, las mujeres rusas continúan sacudiendo las consciencias de sus compatriotas hablando del sufrimiento que viven desde aquel frío día de febrero en el que el presidente Putin se dirigió a su país para anunciar el comienzo de una «operación militar especial» que ha cambiado de manera radical la vida a la que estaban acostumbradas al lado de sus hijos y esposos.
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