Francia

El ocaso de Macron pone al descubierto las costuras de la V República

La idea de que Macron dimita ha ido ganando terreno poco a poco: entre el 60% y el 70% de los franceses quiere que abandone el cargo

VÍDEO: Francia.- Macron nombra a Sébastien Lecornu como nuevo primer ministro cuatro días después de su dimisión
VÍDEO: Francia.- Macron nombra a Sébastien Lecornu como nuevo primer ministro cuatro días después de su dimisiónEuropa Press

Decía De Gaulle que lo peor que le puede pasar a un político es renunciar a la iniciativa y que Francia no sería Francia sin la “grandeur”. Sin embargo, los franceses ya hace tiempo que se despertaron de aquel sueño evocado por el fundador de la V República de la que algunos consideran ya sólo quedan sus cenizas y un presidente aislado en el Elíseo que proyecta en la esfera internacional los últimos cartuchos de iniciativa para no pensar mucho en su incierto legado doméstico.

Cierto es que los grandilocuentes discursos con proyección europeísta y altas dosis de ímpetu del joven presidente que accedió al poder en 2017 prometiendo sobrepasar la tradicional dicotomía entre derecha e izquierda ya parecen demasiado lejanos en el tiempo y que el erosionante ejercicio del poder ha sido bastante más prosaico con Macron, encargado de gestionar una batería de crisis consecutivas en sus dos mandatos, desde los chalecos amarillos a la pandemia pasando por las revueltas en territorios de ultramar o la dilatada contestación social que tuvo en la calle su controvertida reforma de las pensiones. Su reforma estrella, la que mantuvo en pie pese a que las calles ardiesen durante meses. Y tampoco eso parece que vaya a resistir al vendaval de turbulencias de este tramo final. Hace una semana exactamente, su nuevo primer ministro, Sebastien Lecornu, el más fiel de entre los fieles que ha tenido Macron, dijo claramente al presidente cara a cara en el Elíseo que si no suspendía la reforma que elevaba de los 62 a los 64 años la edad de jubilación, no quedaba otra que disolver la Asamblea e ir a elecciones legislativas con la ultraderecha de Le Pen disparada en los sondeos. El presidente tuvo que enfrentarse a uno de los momentos más duros de su vida política. El amargo trago ha permitido el apoyo de los socialistas para esquivar las dos mociones de censura presentadas esta semana. Los mercados se encargaban después de apuntalar el balón de oxígeno.

La decisión de retirar su reforma estrella llegaba tras dos duras semanas en las que las peticiones para que dimitiese iban en aumento. Lo sustancial es que las críticas ya no sólo venían de los extremos sino figuras del propio bloque central. Dos de sus ex primeros ministros, Edouard Phillippe y Gabriel Attal, han atravesado esa barrera. Phillippe ha llegado a pedir la dimisión del que fuera su mentor político, la persona que lo sacó del anonimato y proyectó su figura más allá de la alcaldía de Le Havre. Criticar a Macron, con una popularidad bajo mínimos, ya no es ningún tabú en su propio campo. A perro flaco, todo son pulgas.

El espectáculo parlamentario al que asisten perplejos estos días los franceses no es culpa exclusiva de Macron aunque el error en origen sí. El 9 de junio de 2024 fue el día en el que tomó la peor decisión de su mandato. Ante la derrota en las elecciones europeas cosechada por su partido frente al Regrupamiento Nacional, el presidente decide disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas. Mucho se ha escrito desde entonces sobre las razones que llevaron a Macron a tomar esa cuestionada decisión que terminó con un parlamento fragmentado en 3 bloques irreconciliables y sin mayorías y como resultado, el cambio permanente de primeros ministros y la sucesión de mociones de censura. Macron entró en un laberinto que tuvo su origen en una decisión personal que pocos de sus colaboradores comprendieron y muchos achacan a un fatal calentón. El presidente quiso trasladar al electorado una especie de reproche en forma de desafío tácito: “¿De verdad queréis que os gobierne la ultraderecha?”. La respuesta fue la ingobernabilidad parlamentaria que salió de las urnas.

La idea de que Macron dimita ha ido ganando terreno poco a poco: entre el 60% y el 70% de los franceses quiere que abandone el cargo. Y más teniendo en cuenta que su victoria en 2022 fue más un voto contra Le Pen que un respaldo real, y hoy menos de la mitad de quienes lo reeligieron volverían a hacerlo. El panorama económico agrava el malestar. La deuda pública supera el 115% del PIB y el déficit ronda el 6%. Un 40% de los franceses vive con menos de 1.700 euros al mes y casi 10 millones se encuentran por debajo del umbral de pobreza.

Todas estas turbulencias han ido desplazando a Macron a la esfera internacional, más preocupado de Gaza, Ucrania o Europa que de sus problemas domésticos. La idea de que Macron no comprende a los franceses también se ha ido extendiendo entre la población. Sus iniciativas de paz, sus memorables discursos en tribunas como Naciones Unidas o sus competentes respuestas en un perfecto inglés en medios internacionales no han tenido un equivalente de prestigio a la hora de dirigirse a los franceses, que siempre lo han percibido como un dirigente arrogante y falto de empatía.

Los cambios de Constitución marcan la enumeración de república en Francia. La III República fue la más longeva (hasta la II Guerra Mundial) y la IV la más inestable con una sucesión de 17 primeros ministros en 12 años que naufragó con la parálisis ante la insurrección argelina. Muchos evocan estos días los paralelismos con aquel momento. Charles de Gaulle diseñó la actual Constitución para la V República que pretendía ser un antídoto a la inestabilidad parlamentaria anterior introduciendo que el gobierno no procediese del parlamento sino del poder presidencial. Macron ya ha designado a siete. Las costuras del sistema son evidentes y la pregunta que queda en el aire es si el ocaso de Macron exacerba temporalmente esos problemas o si bien, el régimen ha llegado simplemente a su final.