La marcha de Moscú
Putin atornilla su poder un año después del golpe fallido de Wagner
El presidente ruso remodeló todo el aparato de seguridad incluyendo a su ministro de Defensa -enemigo de Prigozhin- para rodearse de fieles
Hace un año, el grupo de mercenarios Wagner, encabezado por su líder, Yevgueni Prigozhin, elevaba su protesta contra el entonces ministro de Defensa, Serguei Shoigu, hasta convertirla en una rebelión contra el Kremlin. Durante las 24 horas que duró la insurrección, Prigozhin y sus hombres pusieron en jaque a todo un país, llegando a tomar varias poblaciones, incluida la ciudad de Rostov del Don, una de las más grandes de Rusia, sin apenas encontrar resistencia. Aquel conato de revolución no llegó a más, Prigozhin dio marcha atrás -quizás ante la falta de apoyo de Moscú-aceptando la promesa del presidente Putin de no tomar ningún tipo de represalia si los amotinados pasaban a formar parte del Ejército ruso y él cambiaba su residencia permanente a la vecina Bielorrusia.
Todo parecía terminar bien para todos, excepto para Prigozhin que falleció dos meses después en un accidente aéreo envuelto en el misterio. La marcha de Wagner hasta Moscú fue una humillación en toda regla al jefe del Kremlin por lo que los conocedores de los vericuetos del poder ruso alertaban de que Prigozhin debía mantener sus espaldas cubiertas. Putin nunca había estado tan cerca del abismo como en ese día y medio. Su férrea autoridad, construida durante casi un cuarto de siglo en el poder había sido cuestionada por un grupo paramilitar que había creado alguien de su estrecho círculo de confianza. Seguramente, el líder ruso había sufrido más de una traición durante su carrera, pero nunca de manera tan pública en un momento tan delicado como la campaña militar en Ucrania.
Aquel episodio de debilidad parece ya olvidado en los pasillos del Kremlin, después de la importante victoria de Putin en las elecciones presidenciales de la pasada primavera en la que se dio un auténtico baño de masas obteniendo el 88,48% de los apoyos de sus compatriotas. Unas elecciones, por cierto, que no fueron ni competitivas ni libres porque no contaron con ningún opositor en la carrera. El crítico más destacado del Kremlin, Alexei Navalni, murió también en circunstancias extrañas en una cárcel de Siberia un mes antes de la cita presidencial.
Sin rivales
Sea como fuere, Putin es hoy más fuerte y nadie dentro de sus fronteras discute la autoridad de un presidente que no tiene rivales, aunque tampoco posibles sucesores. Esa fortaleza le ha ayudado a llevar a cabo una profunda reestructuración de su Ministerio de Defensa, sabedor de que la institución es el canal por el que cada día pasan cientos de millones de rublos de camino a la campaña en el Donbás. Las ayudas de Occidente aseguran el rearme de Ucrania y prolongarán una guerra que Moscú preveía corta. Las finanzas rusas han capeado las sanciones impuestas por los países occidentales pero los ingresos del Estado podrían disminuir en el futuro. Por ello, Putin se ha propuesto racionalizar al máximo el gasto militar. El mes pasado, el presidente ruso destituyó a varios altos cargos con años de experiencia en ese ministerio, justificando la medida como una señal inequívoca de la nueva política anticorrupción del Kremlin. El viceministro, Timur Ivanov, encarcelado desde entonces, puede dar buena cuenta de ello. Shoigu, dejaba de ser ministro de Defensa tras casi doce años en el cargo para pasar a ser secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, sin duda un puesto de mucho prestigio, aunque con bastante menos relevancia.
En su lugar, Putin ha colocado a un tecnócrata economista totalmente desconocido para el grueso de la tropa, Andréi Belousov. El presidente también ha querido elegir a quienes serán los colaboradores del nuevo ministro, sentando en los nuevos despachos a una de sus primas, Anna Tsiviliova, y a Pavel Fradkov, hijo del ex primer ministro y exjefe de los servicios de inteligencia exterior, Mijail Fradkov. A priori, todo parece bajo control sin otorgar el más mínimo margen a la aparición de un nuevo Prigozhin, entre otras cosas, porque nadie goza del poder y independencia que tenía el exjefe de la Wagner.
Visto el golpe de timón de Putin se podría decir que al final ha terminado dando la razón a su amigo-enemigo que tanto se empeñó en abrirle los ojos ante la incompetencia, inoperancia y corrupción del Ministerio de Defensa.
Mientras, en el frente, Rusia sigue marcando los tiempos. Nadie en Moscú puede, ni tan siquiera, aventurar cuándo podría darse por finalizada la guerra. En buena medida todo dependerá de la capacidad de resistencia del pueblo ucraniano y de la ayuda que puedan seguir recibiendo. Las nuevas movilizaciones decretadas por el Kyiv contrastan con la ausencia de ciudadanos rusos llevados al frente por obligación. Los reclutamientos en Rusia no han caído y son miles, según fuentes autorizadas, quienes cada día se alistan para ir a combatir a Ucrania. Unos por convicción, otros por los suculentos contratos que ofrece Moscú, bien pagados y con atractivos alicientes, como hipotecas a bajo interés o futuros privilegios sociales. La sociedad, cada día menos involucrada en la política y sin voces críticas contra el poder, sobre todo desde la muerte de Navalni, ha dejado de ser un problema para Putin, que tranquilo con los resultados de su política nacional, se ha lanzado a establecer nuevas alianzas con otros países fuera de la órbita de Occidente, empeñado en potenciar un mundo multipolar.
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