Geoestrategia

Ofensiva de China, EEUU y Rusia para ganar influencia África mientras España busca oportunidades

El Gobierno de Pedro Sánchez busca un hueco en el continente africano frente a la retirada francesa

Bamako (Mali), 07/02/2023.- A handout picture made available by Russian Foreign ministry press service shows Mali's Foreign Minister Abdoulaye Diopand (R) welcomes Russian Foreign Minister Sergei Lavrov (L), during their meeting in Bamako, Mali, 07 February 2023. (Rusia) EFE/EPA/RUSSIAN FOREIGN MINISTRY PRESS SERVICE / HANDOUT HANDOUT EDITORIAL USE ONLY/NO SALES
El ministro de Exteriores ruso en Bamako (Mali).RUSSIAN FOREIGN MINISTRY PRESS SAgencia EFE

Emmanuel Macron ha visitado África dieciocho veces desde que asumió la presidencia de Francia en 2017. Hace 33 años que el primer viaje que hace un nuevo ministro de Exteriores chino es a África. El ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, ha viajado al continente dos veces en lo que llevamos de 2023, mientras se prevé que este verano se celebre una cumbre ruso-africana en Moscú. Estados Unidos ya celebró una cumbre con los mandatarios africanos en diciembre de 2022. Bienvenidos a la ofensiva diplomática en África: los representantes de las grandes potencias han visitado más de 30 países del continente desde el comienzo de la guerra de Ucrania, agasajando e insinuándose a los líderes africanos como hacía décadas que no se veía.

Cada pedazo de tierra vale aquí su precio en oro. O en bauxita, en platino, en uranio, en fosfatos, en petróleo, en manganeso, en zinc, en potasio, en cobre, en gas natural y níquel, en coltán, en sangre, en diamantes, en cobalto y plata y litio. Treinta y dos de sus cincuenta y cuatro Estados tienen salida al mar, mientras Egipto, Sudáfrica y Marruecos suponen, junto con las salidas al Atlántico y al Mar Rojo, puntos estratégicos fundamentales para transportar tropas y productos a la otra punta del mundo. África está de moda pero (y este es un pero revelador) a diferencia de otras veces que la codiciaron, esta vez se vende más cara de lo acostumbrado y obliga a los diplomáticos a extremar sus esfuerzos para alcanzar los objetivos impuestos.

Este ya no es un continente moteado por tribus inconexas y disponibles a golpe de mosquetón, ni un batiburrillo de naciones demasiado sorprendidas por su súbita independencia como para llevarla por buen caudal. Con sus más y sus menos, África ruge y crece a la vez que ruge sesenta años después de la configuración de una clase política y social cuyos descendientes han tenido la oportunidad de estudiar en las mejores universidades del planeta.

Ganarse el favor de África, un continente cada vez más fuerte pese a sus evidentes debilidades, nunca fue tan difícil para los extranjeros. Prueba de ello fue la contundente frase pronunciada por el presidente de República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, durante la últimarueda de presa celebrada con Emmanuel Macron: “Esto debe cambiar, la forma en la que Europa y Francia nos trata. Debéis empezar a respetarnos y ver a África de un modo distinto. Tenéis que dejar de tratarnos y hablarnos con tono paternalista. Como si siempre tuvieseis la razón absoluta y nosotros no”. Un noqueado Macron sólo pudo tartamudear una respuesta que quedó oculta tras los furiosos aplausos de los congoleños presentes.

Rusia

África se sabe necesaria y actúa como tal. Escoge a sus socios con una mano en el bolsillo y la otra en el corazón. Y quien parece llevar la delantera en esta furiosa ofensiva diplomática es, precisamente, Rusia, que ofrece a las naciones interesadas combustible y grano con que saciar los bolsillos y un trillado discurso anticolonialista para alimentar el corazón. Nadie en el continente ha olvidado que la Unión Soviética fue un apoyo fundamental (muchos de los líderes de la independencia africanos estudiaron en Ucrania y Rusia) a la hora de completar la liberación de las naciones africanas. La punta de lanza de la diplomacia rusa, Sergey Lavrov, señala al Kremlin, si no como un aliado fiable contra un extinto colonialismo, como un aliado vital contra un neocolonialismo que lleva afectando a África desde el último cuarto del siglo XX. En una conferencia reciente culpó a Estados Unidos de “chantajear” a los gobernantes africanos con posibles sanciones económicas si no votaban en la ONU a favor de la salida rusa de Ucrania, igual que echó mano de un discurso antiimperialistaen su última visita a Mauritania, al indicar que “el riesgo del colapso [alimenticio y energético] es obvio en relación con las acciones unilaterales, absolutamente ilegítimas e ilegales, de Estados Unidos y sus protegidos”.

Grano, combustible pero también seguridad. El 2022 fue el mejor año del Grupo Wagner en África, con la consolidación de su presencia en Mali y República Centroafricana, además de un primer despliegue de efectivos en República Democrática del Congo y Burkina Faso, a lo que habría que sumarle una presencia ya plenamente asentada en Sudán y Libia. Una seguridad que también se traduce en la venta de armas: según una investigación reciente, Rusia ha provisto a la totalidad del continente de poco menos de la mitad de su armamento, con Argelia, Ruanda, Guinea Ecuatorial y Angola como socios principales. A cambio, las concesiones mineras a favor de empresas rusas no han hecho sino mejorar sus condiciones (en especial Sudán y Mozambique), mientras recientemente se anunció la apertura de una nueva base naval en la costa sudanesa del Mar Rojo y con una capacidad de amarre de hasta cuatro embarcaciones nucleares.

El próximo mes de julio tendrá lugar una cumbre ruso-africana, a la que habría que sumarle la segunda Conferencia Parlamentaria Internacional Rusia-África, celebrada en Moscú este mes de marzo y que atrajo a los representantes de 40 países africanos. Como añadido, 15 de las 32 naciones que se abstuvieron en la última votación de la ONU para condenar la agresión rusa a Ucrania fueron africanas, mientras Mali y Eritrea votaron directamente en contra de la condena. Esto no hace sino mostrar de una forma clara la creciente influencia rusa en el continente.

Francia

Francia no lo consigue. Macron ha visitado ocho naciones africanas en el último año, su ministra de Exteriores otras tres, y sin embargo parece que los galos cada vez tienen menos influencia en el continente. A sabiendas de esta nueva África con la que debe tratar, el mandatario francés ha puesto todo su empeño en reorientar las relaciones francoafricanas, basándolas en una apariencia de respeto mutuo y de “dejar hacer” a los gobiernos africanos. A finales de 2022 anunció el final de la operación militar Barkhane, que hacía diez años que combatía contra el terrorismo en el Sahel. La nueva estrategia de Macron implicaría un partenariado militar que requiera un menor despliegue de tropas francesas y una mayor cooperación con los ejércitos africanos. En un momento que se diría desesperado, Macron anunció durante su última visita a Gabón “el final de la françafrique”, que no dejó de ser una frase suelta que pareció esfumarse en el aire y que nadie creyó realmente.

Ainhoa Marín, investigadora principal del Real Instituto Elcano y profesora del Departamento de Economía Aplicada, Estructura e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, comparte con LA RAZÓN que “el rechazo a Francia viene ya de unos años atrás, e incluso supera la esfera militar. No es nuevo. Así, por ejemplo, el franco CFA que utilizan 14 países de África occidental lleva años de contestación popular pues se asocia al colonialismo francés”.

Francia procura así, sin éxito hasta el momento, sacudirse el título del neocolonialismo y desarrollar un tipo de relaciones que tendría que haber desarrollado hace sesenta años. En su contra juegan cien años de colonialismo y otros sesenta de neocolonialismo descarado. Además, proponen a las naciones afectadas por el germen de la inseguridad esta suerte de “apoyo militar a la carta”, que no deja de ser lo mismo que ofrece Rusia pero sin haberles colonizado previamente. El resultado inmediato ha supuesto la precipitada salida en el último año de las tropas francesas destinadas en Mali, Burkina Faso y República Centroafricana.

Un agravante del fracaso francés es que incluye a toda Europa. Para bien o para mal, París ha sido en las últimas décadas la principal fuerza diplomática europea en el continente, volcando sus fracasos al resto de la Unión Europea. A la hora de elegir entre aceptar una jadeante y desesperada propuesta de sus antiguos amos, o tomar lo que ofrece Moscú, pocos dirigentes africanos (exceptuando Senegal y Costa de Marfil u otras naciones menores) parecen dispuestos a cumplir con lo que pide Macron.

China

La semana pasada se difundió en redes una tensa conversación entre el presidente de Namibia y el embajador alemán en el país. En ella, el embajador alemán criticaba el elevado número de chinos residentes en Namibia, a lo que Hage Geingob le espetó que “los chinos no han venido aquí para jugar, que es lo que hacen los alemanes, por cierto”, a la que recordó el “acoso” que sufren muchos ciudadanos namibios en Alemania. El embajador alemán enmudeció.

No cabe duda de que China ha establecido correctamente su presencia en África, ofreciendo tanto la construcción de infraestructuras como la concesión de una deuda barata a corto plazo. Es cierto que un trato conChina puede resultar perjudicial a largo plazo, pero los gobiernos africanos no se preocupan necesariamente de los problemas que tendrán que afrontar sus sucesores. Hoy en día, en las zonas apartadas de Etiopía o Kenia no le dicen a un extranjero “blanco” o “árabe”, como ocurriría en Mali y Senegal, sino “chino”. Este detalle, en apariencia fútil, resulta fundamental para comprender hasta qué punto se han integrado los modelos de comercio chinos en, no ya las ciudades, pero también en las zonas rurales más aisladas de África.

Aunque sus tácticas diplomáticas no son tan agresivas como las rusas, ellos también se benefician de no haber pertenecido al continente que colonizó a los africanos. China ha invertido desde 2010 más de 10.000 millones de dólares en Nigeria, Ghana y Zambia, y entre 1.000 millones y 5.000 millones en Etiopía, Kenia, Mozambique, Argelia, Angola, Sudáfrica… principalmente destinados a la construcción de vías de ferrocarril, carreteras y presas hidroeléctricas. La construcción de infraestructura útil para la población local y para el desarrollo de las naciones ha permitido a China etiquetarse como la potencia que más ha contribuido (al menos a corto plazo) por el crecimiento africano, todo ello sin influir apenas en la política del continente y manteniendo una presencia militar testimonial con una base naval en Yibuti.

Pero no es oro todo lo que reluce y nadie invertiría decenas de miles de millones de dólares en un saco roto. China saca jugosos beneficios a cambio de sus proyectos de construcción. El primero puede verse en las votaciones de la ONU, donde un número creciente de naciones africanas han venido apoyando a China en temas tan comprometidos como la autonomía de Taiwán. Es importante destacar que las dinámicas de votaciones asociadas con China en la ONU son mayores en África y en Oriente Medio que en el resto de las regiones del mundo. Igualmente, el gigante asiático hace años que acapara importantes áreas industrializadas dentro del territorio africano, donde millones de locales son utilizados para sus sistemas de producción gracias al bajo costo de la mano de obra. El éxito del modelo industrial chino ha aumentado el poder adquisitivo de su población, encareciendo los costes de contratación, lo que ha exigido buscar nuevos territorios desde donde estampar la archiconocida etiqueta “Made in China”. Tal es el caso de la Zona Industrial Occidental de Etiopía, mientras que Sudáfrica, República Democrática del Congo y Zambia han sido los países más beneficiados por los proyectos industriales de China en África.

Ainhoa Marín recuerda que “a pesar de que China gana terreno como inversor en muchos países, todavía la UE es el principal inversor en África. Lo que sucede es que China u otros países emergentes ofrecen un modelo de inversiones sin rendición de cuentas de los gobiernos, y que además no tiene ese pasado colonial”.

Estados Unidos

En los años posteriores a la descolonización, Estados Unidos se convirtió en un socio imprescindible para los países recién independizados. La ayuda militar americana ha pisado en un momento u otro Angola, Somalia, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Liberia, Níger, Mozambique, Sudán, Sierra Leona, etc. Estados Unidos también fue durante décadas el mayor socio comercial de África, hasta que, llegado el nuevo siglo, China ocupó su lugar mediante las estrategias descritas más arriba. Asimismo, la intervención norteamericana en los asuntos internos de ciertos países (entre los que destacan Libia y República Democrática del Congo), mermaron sus relaciones con el continente. Muchos africanos recuerdan aún que el primer presidente de República Democrática del Congo, Patrice Lumumba, fue asesinado en Katanga por la CIA y los servicios secretos belgas, poniendo en su lugar a Mobutu Sese Seko, un despiadado dictador que gobernó la entonces llamada República de Zaire durante treinta y dos años.

Al igual que ha ocurrido con Francia, los errores pasados de Estados Unidos han obligado a Washington a procurar una nueva estrategia de aproximamiento. Desde el inicio de la guerra de Ucrania, Antony Blinken, actual secretario de Estado, ha sido el encargado de visitar el continente de forma periódica. En los últimos seis meses ha viajado a Sudáfrica, República Democrática del Congo, Níger, Etiopía y Ruanda. Un común denominador en la mayoría de estas visitas ha sido el de convertir a EE.UU en un mediador dentro de los conflictos que afectan al continente. Blinken procuró un acercamiento el pasado mes de julio entre RDC y Ruanda, sendas naciones enfrentadas por el conflicto en desarrollo entre el M23 y el Ejército congoleño. Su última visita a Etiopía pretende allanar el camino de la reconciliación tras la guerra de Tigray (2020-2022), que se ha cobrado la vida de 600.000 personas y cuyo proceso de paz ha dejado demasiados interrogantes abiertos.

Otro tipo de visita sería la gira realizada por la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, entre el 25 de marzo y el 1 de abril de este año. Harris visitó Ghana, Zambia y Tanzania con la intención directa de contrarrestar la influencia de China en el continente y ofrecer nuevamente (tras el desdén demostrado por Trump hacia África, cuando dijo que las personas procedentes de países “de mierda” no se les debe permitir que vayan a Estados Unidos ni animarlas a hacerlo) una nueva serie de inversiones económicas y oportunidades financieras que escapen a la ayuda pura y dura que podría verse como una humillación por parte de los dirigentes africanos. La vicepresidenta mostró una actitud más agresiva con el gigante asiático durante su visita, a la vez que dio una especial importancia a la juventud de los países africanos y ofreció una donación de 100 millones de dólares a sendos países para contribuir en las asignaturas de seguridad nacional.

La postura de Estados Unidos como mediador aparentemente desinteresado (aunque con el foco siempre puesto en China) admite una mejora en las relaciones africano-estadounidenses, aunque eso no quita que los americanos cuenten con 29 bases militares de mayor o menor calado a lo largo del continente, siendo así el país extranjero con un mayor número de tropas desplegadas en África. Esta fuerte presencia militar se sustenta, en gran medida, en la guerra contra el Terror iniciada por George Bush tras los ataques del 11-S y que hoy cuenta con un importante frente en África, a raíz del auge del yihadismo en el Sahel, República Democrática del Congo, Somalia y Mozambique.

Estados Unidos ofrece seguridad y mediación en los conflictos. A cambio, su máximo interés radica en ganarse África para sí en un tenso contexto internacional, donde compite contra a Rusia y China casi a contrarreloj.

España

Nuestra presencia colonizadora en el continente ha sido testimonial, lo cual ha conseguido excluir a España de la lista de naciones europeas a las que resentir y ha abierto la puerta a nuevas oportunidades frente a la debacle francesa. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha visitado el continente en dos ocasiones en el último año. Níger, Nigeria, Guinea Bissau, Senegal y Mauritania fueron los destinos seleccionados. Por otro lado, Pedro Sánchez estuvo en Kenia y Sudáfrica en octubre del año pasado y los reyes hicieron su primera visita oficial al África Subsahariana cuando viajaron a Angola en febrero de 2023.

El III Plan África, un proyecto español de estrategia política exterior que pretende visualizar África como una fuente de oportunidades, engloba una serie de proyectos enmarcados dentro de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Internacionalización de la Economía Española, procurando una unión entre las políticas europeas y africanas. Este ambicioso proyecto cuenta con una serie de países ancla (Nigeria, Etiopía, Sudáfrica) y países prioritarios (Senegal, Costa de Marfil, Ghana, Kenia, Ruanda y Tanzania), siempre con el objetivo de combinar la Agenda 2030 europea con la Agenda 2063 establecida dentro de la Unión Africana. Se promueven así cuatro objetivos principales: la promoción de la seguridad, la promoción del desarrollo sostenible, el fortalecimiento de las instituciones y el apoyo a una movilidad migratoria ordenada.

La oportunidad es real. España cuenta con militares desplegados en Senegal, Mali, República Centroafricana, Somalia y Mozambique, y además participa en la vigilancia marítima europea del Golfo de Guinea, mientras que el mayor número de misioneros en el continente son de nacionalidad española. En las sucesivas visitas hemos ofrecido a las naciones africanas un respaldo económico, ayudas a las empresas españolas radicadas en el continente y una mayor relación adscrita al campo de la cooperación, aunque las dotes diplomáticas de nuestros gobernantes han sido mejorables. Pedro Sánchez confundió Kenia con Senegal en su visita al país de África oriental y Albares apenas ha dedicado un puñado de horas a cada destino, mientras ministros como Lavrov han llegado a pasar varios días en cada nación africana. A sabiendas de que la diplomacia requiere de contentar las costumbres de las naciones visitadas, confundir los países y dedicarles menos tiempo de lo esperado (con prisas) ha dejado un regusto amargo dentro de la opinión de los africanos a la hora de mirar a España.